Opinión

Perfil y semblanza de Luis de Camoens

Perfil y semblanza de Luis de Camoens

Luis de Camoens, a través de su azacaneada vida, recibió el destino de las estrellas en su propia obra. Su existencia diríamos que fue predestinada para su obra poética: un auténtico reflejo de la propia aventura de la nación portuguesa que se proponía enaltecer. Tras su época de estudiante en Coimbra –“tierra florida, gozosa, poética y serena, donde contento vivía”–, junto con su bohemia colmada de poetas e historiadores, ya nacionales, ya clásicos, con aquellas tentativas en la cosmografía y la filosofía, lo hallamos en Lisboa, la estación entre el viejo y el nuevo mundo. Crisol de razas, alborozo a la espera de que cada nave trajese la “noticia” de que novísimos espacios de la Tierra se habían desgajado de la nebulosa que aún la envolvía. “Añadiendo al honesto estudio, la larga experiencia”, Camoens fue creciendo desde el interior hacia la capital, donde le tentaron los hechizos y las promesas del “mar Tenebroso”, impeliéndole a probar la aventura ultramarina, comenzada con el asalto a Marruecos. Desde Coimbra se trasladó a Lisboa para pasar a Ceuta, antes de continuar a Oriente, en cuya fortaleza experimentaba: “la furia rara/ de Marte, que en los ojos quiso que luego/ viera y tocase su acerbo fruto…”, que expresa en la ‘Canción X’.
Después de este inicio, la extensa travesía del mar como soldado, con destino a Goa, en la costa de India, su estancia en Macao, la injusta orden que lo fuerza a abandonar esa ciudad, el naufragio en la desembocadura del Mecon, donde muere la bella muchacha china que lo acompañaba. Pudo, no obstante, salvar el único tesoro por el que se esforzara su genio, fruto del estudio y de la experiencia para conceder la honra al origen paterno. “Tesoro del Luso”, lo denominó Miguel de Cervantes Saavedra”.
“Y, ora víctima de la aborrecida pobreza me veo reducido a mendigar la hospitalidad ajena, ora caigo precipitado con más violencia que nunca desde el pedestal de la esperanza que había vuelto a halagarme, y ora, en fin, logro a duras penas salvar mi vida, pendiente de un hilo tan delgado, que no ha sido menor milagro salvarla que lo fue el prolongarla para el rey judaico”, leemos en Os Lusiadas, Canto VII, 80-81. Evocaciones de humanista y bohemio, de soldado y marino. Y de herido en el litoral mediterráneo y de náufrago en los mares del Oriente. La preparación más idónea para que un poeta pudiese escribir una epopeya cuyo asunto trataba en torno al acontecimiento más señalado del más sobresaliente siglo de la historia. He ahí un viaje que, al situar en contacto la cultura oriental con la occidental, no acrecentaba las dimensiones del mundo conocido –igual que el de Cristóbal Colón, descubridor de América–, más, en cambio, enriquecía el alma de los hombres, como nos recuerda el historiador Arnold Toynbee en su Civilization on Trial.
El poema de Camoens, conviene recordarlo, comparte las heroicas y épicas “hazañas” con el propio autor. Pues, ciertamente, el “héroe” es colectivo y el “corazón ilustre lusitano” representa a aquellos que desde la “occidental playa de Lusitania” pasaron más allá de Taprobana, a aquellos que en la metrópoli hicieron posible la turba de “mil nadadoras naves” a través de “mares que nunca antes se cruzaron”, y a los que por “impuras tierras supieron alcanzar la inmortalidad”.