Opinión

Luis Teisseire y el tango ‘Entrada prohibida’

Luis Teisseire y el tango ‘Entrada prohibida’

“Recuerdo a Luis Teisseire (1883-1960) –autor del tango Entrada prohibida– en épicas horas de nuestra primera asociación de autores y compositores, que entonces era en el común lenguaje del gremio musical ‘la sociedad del pequeño derecho’. Teisseire tenía vocación por las luchas en pro de conquistas sociales. Y además, el físico del ‘rol’. Un rostro entre agraciado y enérgico, de ojos muy claros. La cabeza, llena de ideas librepensadoras, cubierta con sombrero de ala ancha. El negro moño volandero. Los labios fluyentes para la palabra razonadora, combatiente o discursiva”, nos recuerda el impar poeta y tangófilo Francisco García Jiménez en su insoslayable libro Así nacieron los tangos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1980.

Francisco García Jiménez tenía dieciséis años menos que Teisseire. Ambos, junto con otros pioneros, se vieron obligados a lidiar auténticas guerrillas contra seudoeditores que “acechaban la aparición de composiciones exitosas para falsificar miles de ejemplares de venta, o contra aquellos propietarios de locales que usaban la música para hacer su pingüe beneficio y negaban el pago de monedas de derechos”. Lo único que existía era una débil ley de “amparo” intelectual y artístico, la cual dejaba inerme al autor. Aquella “cueva de pirata” almacenaba fardos de escondida música impresa. Asimismo, de repente, irrumpían en célebres “confiterías” con el propósito de exigir el pago de la música que interpretaba la orquesta. ¡Y bochinches que alteraban los bailes, en que a veces “había que sortear (o contestar) trompis, tiros y cuchilladas!”.

El poeta García Jiménez evoca aquellas conversaciones con ‘Luisito’ Teisseire, quien con delectación y parsimonia le contaba todo lo pintoresco del “músico popular de la primera hornada”. El que comenzó soñando con la profesión filarmónica y desde los 15 años –ya frisando el “fin de siécle”– debió trabajar en diversos oficios para mantener el hogar paterno. Durante un lustro este “diablo de Luis” armó huelgas en todos los trabajos que tuvo. El anarquismo del 1900 en su euforia: el “sarampión romántico” que pugnaba por la revolución social, organizando veladas en centros recreativos, con teatro de aficionados y baile familiar. También fundando bibliotecas de libros viejos en esquinas de barrio, denominándolas así: ‘Luz y Verdad’, ‘Germinal’ o ‘¡Adelante!’.

Un muchacho amigo cierto día le regaló una flauta. Desde entonces ‘Luisito’ comenzó a solfear pentagramas y soplar melodías por el mágico tubo. Compuso un tango titulado La Nación. Debutó en lo de ‘Hansen’ en un trío con ‘el cieguito’ Aspiazu en guitarra y ‘el vasco’ Urdapilleta en violín. Y de ‘Hansen’ pasó al ‘Quiosquito’ en la “ruta nochera” del barrio del Palermo festivo. Y pronto al “trocén” de la capital porteña: ¡los cafés con palco orquestal, los discos fonográficos del sello ‘Atlanta’! Integraba el ‘quinteto de Berto’ y los bailes, las orquestas del foso de los teatros de sainete, los ‘cabarets’…

Cuando tocaba en ‘L’Abbaye’ –calle esmeralda de Buenos Aires, al 500– en el ‘cuarteto’ de Augusto Berto, José Sassone y Peregrino Paulos, en 1918, Teisseire halló inspiración en uno de tantos sucesos del ‘cabaret’. Allí nació Entrada prohibida, cuyo protagonista era una “damisela-símbolo” a quien no le permitían ir a la garufa nocturna. La rubia Mireya, Joaquina, la ñata Rosaura…