Opinión

José Luis Padula, el ‘dúplex’ y el tango ‘Lunes’

José Luis Padula, el ‘dúplex’ y el tango ‘Lunes’

“Aunque he sido amigo y colaborador del músico José Luis Padula (1893-1945), no puedo darle al lector testimonio fehaciente de si este artista popular tocó el instrumento ‘dúplex’ de guitarra y armónica por habérselo visto usar en Buenos Aires a Ángel Villoldo o si le llegó en su Tucumán natal la información de cómo se componía tal artefacto… O si, por milagrosa imaginería, se le ocurrió la combinación sin tener noticias de que existiera ya”, leemos en las páginas de la obra Así nacieron los tangos, Ediciones Corregidor, 1980, Buenos Aires, firmada por el virtuoso poeta tanguero Francisco García Jiménez.

¿Y en qué consistía el llamado “dúplex”? Era una varilla ajustada a la caja de la guitarra, y en un extremo una armónica que, de ese jaez, le llegaba hasta la boca al ejecutante, el cual soplaba por ella a la vez que digitaba en el cordaje de la “vihuela”. Fue Padula quien gozó su primeriza fama de músico popular mediante esa repentista habilidad instrumental, más tarde sustituida por sus aptitudes de pianista. Andando el tiempo, volvió a empuñar su antiguo “dúplex” musiquero, a fin de asumir un “rol” teatral, tan pintiparado para él: encarnó, con entera viveza, al autor de El choclo, dentro del espectáculo titulado De Villoldo a Gardel, que se representaba en 1933 en el Teatro Nacional, de la porteñísima calle Corrientes.

Acerca de José Luis Padula hemos de afirmar que fue un compositor de enorme frescura compositiva de índole popular. En medio de una irremediable pobreza, sus escasas primeras letras apenas si le permitieron unir con dificultad las ‘catorce’ que componían su propio nombre, con el fin de estampar su firma. Por desgracia, la mayoría de las veces, para colmo de los colmos, firmó al pie de escritos; en los que “resignaba” sus derechos, cuando no se los esquilmaban. Desde bien mozo, fue recorriendo locales de provincias donde interpretaba piezas nativas, si bien el tucumano Padula, en su hondo sentir, reservaba su emoción ante el tango. Iba asimilando el gusto por los nuevos acordes de “corte y quebrada” cuya atmósfera le alcanzaba en el viento de Buenos Aires. Un buen día bajó del tren en Rosario, gran ciudad que competía, poniéndole los dientes largos, con Buenos Aires, exhibiendo sus célebres bailes carnavalescos del tango en sus viejos teatros rosarinos, sin olvidar a sus bailarines como el afamado Reinoso.

“En ese mundillo tanguero de Rosario –continúa escribiendo con donosura García Jiménez– fue donde Padula concibió sus dos tangos para la posteridad: Nueve de Julio y Lunes, a los que daría estructura formal en Buenos Aires, al venir a tocar en un cafetín de Avellaneda”. Él, no obstante, no se preocupó por su publicación, aunque todas las orquestas típicas los incluían en sus repertorios, silbándolos y tarareándolos los transeúntes por las avenidas porteñas y rosarinas. La primera edición de Nueve de Julio –“lindo tango” y conmemoración de la Independencia– cayeron en la trampa de una “expoliación”, anulada con posterioridad. Mejor fortuna adquirió el tango Lunes porque ingresó en la imprenta musical. “Viñeta cantable” con ritmo juguetón, su letra establece la antítesis entre los suaves sueños del domingo y la grave verdad del lunes… “Pero qué importa que en este monte criollo/ hoy muestre un lunes en puerta el almanaque;/ si en esa carta caímos en el hoyo/ ya ha de venir un domingo que nos saque…”.