Opinión

Itinerario de la muralla romana de Lugo

Itinerario de la muralla romana de Lugo

Si deseamos escoger el mejor punto de partida para realizar el itinerario de la muralla romana de Lugo, será la rampa de la Puerta del Puxigo o de Santiago, desde el corazón de la urbe medieval, dejando atrás la Catedral. Esta puerta por su interior se encuentra coronada por una imagen barroca de Santiago Matamoros, de la época de su postrer reforma en 1759. Es por acá, o por la siguiente puerta, cuando Lugo abandona el denominado ‘Camino Primitivo’ de peregrinación a Santiago de Compostela: el impulsado por el rey asturiano Alfonso II El Casto, en el siglo IX, no mucho tiempo después del descubrimiento de la tumba del Apóstol. Ya en el adarve podemos contemplar, a la derecha, una de las más vistosas panorámicas de la muralla: la muralla del Rey, en la cual alternan los cubos rectilíneos y curvos.

Avanzando hacia la Puerta Miñá, hallamos el burgo medieval, carente de una buena regeneración, y en el que, junto al llamado ‘barrio chino’, descubrimos sugestivas calles y plazas que exhiben variados establecimientos de hostelería. La Puerta Miñá –asimismo nombrada ‘del Carmen’ por la proximidad de esta capilla– es tal vez “la más romana” de todas las puertas. Porque, en efecto, de ella arrancaba una relevante calzada: la ‘via XIX’ del itinerario de Antonino, al modo de ‘guía oficial’ de carreteras por el Imperio Romano, que atravesaba el río Miño por un puente del que todavía se conservan sus fundamentos romanos y se dirigía por Iria Flavia a Braga (Brácara Augusta), la capital de la Gallaecia meridional.

La siguiente puerta, dedicada al obispo Odoario, significado personaje del alto medievo lucense, fue construida en 1921 y originó el comienzo de la, digamos, “política de protección” de la muralla de Lucus Augusti. Podremos vislumbrar desde aquí la zona del ensanche decimonónico que, diferenciándose de lo acontecido en otros lugares, se produjo “intramuros”. Pasos más adelante, he aquí la primera de las escaleras originales, protegidas con una reja y un gran dintel de granito. Esta solución –para no pocos historiadores bastante osada– se adoptó para garantizar la seguridad del monumento romano y también de los viandantes, a la vez indicándonos su existencia.

La Puerta Nueva, a fines del siglo XIX, mostraba un cariz similar a la Puerta Miñá, pero amenazaba con la ruina. La nueva construcción forzó a cortar uno de los cubos que la flanqueaban, de manera que se logró un ‘van’ de mayores dimensiones, sacrificando, empero, su estética tradicional. Quizás fuese romana en su origen y que por ella saliese una de las principales calzadas interiores. Dos cubos después, nos hallamos ante una torre almenada, que se recuperó tras la última restauración.

La Puerta de San Fernando es una ampliación de 1962 de otra anterior dedicada al Príncipe Alfonso. Por acá entraba el acueducto romano, reformado por el obispo Izquierdo durante el siglo XVIII, en uso todavía en el siglo XIX. A la derecha columbramos el cuartel de San Fernando y, enfrente, la antigua iglesia de San Bartolomé. A escasa distancia, la Puerta Salsa, asimismo correspondiente a la época romana, por la cual accedemos a la Plaza de Ferrol. Al llevar a cabo el aparcamiento subterráneo, las excavaciones arqueológicas nos ofrecieron una “necrópolis” de tumbas de “incineración”, lo cual demostraba que esa zona estaba fuera de la urbs romana.