Opinión

‘Glorias Republicanas’ en la América del Sur

‘Glorias Republicanas’ en la América del Sur

“Chispeantes, de buen porte, cultos, bien parecidos, arrogantes, descollaban los argentinos, cuyas voces vibrantes despertaban alegría y entusiasmo. El señor de Lamartine pudo observar que, no obstante aquella aparente superficialidad, había allí espíritu práctico y grande impulsos capaces de transformar a un pueblo y llevarlo al adelanto y a la civilización”, estoy leyendo el capítulo primero –“La Confederación Argentina”– de la Quinta Parte titulada ‘La América del Sur en la actualidad. Las Repúblicas del Plata’, perteneciente al volumen Glorias Republicanas de España y América por A. Sánchez Pérez, dentro del tomo segundo, publicado en Barcelona –“La Enciclopedia Democrática”–, en la calle Balmes, nº 86, en el año 1893.

“Lo que más halagaba al ilustre autor de Graciela era la sustancia de la conversación animosa, en que estaban proscriptos la intolerancia y esos sentimientos mezquinos de localismo, que son una vergüenza y un baldón –prosigue el autor de la obra–. Demostrábase, en levantados arranques, la conveniencia de la inmigración, fuente de progreso en el sentido material e intelectual, y se daba cabida a todo pensamiento que llevase una mejora a la querida patria ausente”. Se hacía eco asimismo en esta semblanza, tomada de un artículo de aquella época y publicado en una capital hispano-americana, de “la más embrollada situación que cabe imaginar”. Agregaba que ello era un “lamentable contratiempo, pues la República Argentina parece destinada a constituir un día el equivalente de la Unión Americana del Norte, en punto a desenvolvimiento de todos los progresos y a actividad en todos los órdenes de la vida”.

“La población excede ya de tres millones; Buenos Aires, la capital, cuenta por sí sola medio millón. La emigración entra por muchísimo; los indios nómados pasan de 100.000” , leemos a través de sus páginas de las postrimerías del siglo XIX. “Cada una de las catorce provincias constituye un Estado independiente, que goza de plena autonomía administrativa, y su conjunto componen la Confederación Argentina, cuyo Poder Legislativo está confiado a un Congreso, compuesto de Senado y Cámara de Diputados”. Se detiene en la figura de D. Juan Manuel Ortiz de Rosas (1832) como gobernador de Buenos Aires. De convicciones federales, se había impuesto acabar con las tramas de los unitarios. Alude a sus medios terribles empleados para tal fin, si bien no puede olvidarse cómo el partido unitario se había mostrado persiguiendo a los federales, como cuando Lavalle hacía fusilar “al bravo y honrado general Dorrego”.

“La campaña de Rosas contra los indios de las Pampas del Sur, que tenían aterrorizado al país, y gracias a la cual, al frente de sus terribles ‘colorados’ –los “gauchos”–, puso término a las ‘razzias’ de aquellos salvajes, aumentó su popularidad, hasta que, a principios de 1835, la Cámara de Buenos Aires le hizo depositario de ‘todo el poder público’, con el título de gobernador y capitán general de la provincia, por el término de cinco años; determinación confirmada luego por un plebiscito, verdadera expresión del sentimiento popular”, continuamos leyendo en el texto de la extensa obra histórica. Al modo de los grabados decimonónicos, enmarcados y fileteados entre hojas de laurel, contemplamos bajo el arco y entre las dos columnas ornadas de guirnaldas, las figuras del Libertador José de San Martín y del escritor y presidente Bartolomé Mitre.