Opinión

Enrique Delfino y la historia del tango ‘Milonguita’

Enrique Delfino y la historia del tango ‘Milonguita’

“Enrique Delfino, quien naciera en 1895 para dejarnos en 1967, tuvo como músico dos facetas sorprendentes. Sus tangos han recorrido mundo embelesando a las almas con su cadencia sentimental. En cambio él, personalmente, con el apelativo de ‘Delfy’ y como humorista del piano, haciendo desternillar de risas a los públicos del ‘varieté’. También la tela anímica de su condición de hombre ha de tener anverso y reverso. Porque a nadie le habló del drama íntimo de sus ojos en sombra. En su casa de Flores sólo tuvo palabras de fineza, de evocación o amable broma para el amigo que se le acercó”, afirma el exquisito poeta y compositor Francisco García Jiménez en su inexcusable libro Así nacieron los tangos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1980.

La fama de Delfino como compositor dio sus primeros éxitos en 1918 en torno al universo tanguista. Enorme difusión obtuvo Re-fa-si, así bautizado inopinadamente por sus compañeros, quienes se lo solicitaban nombrando las tres notas del inicio. Sans Souci fue, empero, un tanto de mayor calidad debido a su conformación melódica. Tales eran sus aptitudes de pianista, que fue contratado con el violinista Tito Roccatagliata y el bandoneonista Osvaldo Fresedo, con objeto de grabar música porteña en estudios norteamericanos, cuando en la Argentina aún estaba huérfana la industria fonográfica. Ya en 1920 Enrique Delfino se situó entre las célebres figuras como compositor.

Samuel Linning, nacido en 1888 y fallecido en 1925, aquel rubio y elegante dramaturgo que moriría bien joven, le dijo a Delfino: “He escrito con Weisbach un sainete para Vittone-Pomar. Se titula Delikatessen Haus y se desarrolla en una cervecería. Para atracción de público van a contratar a unos alemanes que se toman veinte ‘chopes’ al hilo, cada uno. Pero yo le tendría más fe a un tango cantado por María Esther Pomar…”. Ambos no olvidaron el éxito de la obra Los dientes del perro con el tango Mi noche triste. Delfino no pudo estar más de acuerdo con Linning: “Tenés razón. Hay que hacer el tango para María Esther. Pero tiene que surgir de la inspiración natural, sin artificios, de la calle”. Los dos, caminando por calles y barrios diversos, yendo hacia el sudoeste, en el cruce de Chiclana y Deán Funes –en idéntico lugar en que una década después homenajearían en el bronce al autor teatral Florencio Sánchez– hallaron aquellas veredas arboladas, casitas chatas y sencillas gentes. Una linda muchachita que los miraba desde una puerta enamoró a Linning, quien le comentó a Delfino: “Mirá esa milonguita”. De pronto, Delfino exclamó: “¡Ya tiene nombre el tango!”.

Y como agua de manantial, los primeros versos de Linning: “Te acordás, Milonguita, vos eras/ la pebeta más linda’e Chiclana;/ la pollera cortona y las trenzas…/ ¡Y en las trenzas un beso de sol!”. Linning, a los ensayos de su sainete en el teatro ‘Ópera’. Delfino, hilvanando su música para la letra: “Esthercita…/ Hoy te llaman Milonguita./ Flor de lujo y de placer,/ flor de noche y cabaret…”. La actriz, esposa de Pomar, cantó Milonguita con notables aplausos. Este tango lo cantó ‘Carlitos’ Gardel en público y lo grabó en disco. Y entonces apareció Raquel Meller, la gran artista del cuplé hispano, quien con su voz lo consagró. Casada con el cronista guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, vino a Buenos Aires en 1920. Y al cabo de seis años, Francisco Canaro lo tocó con su orquesta, en el ‘Club Mirador’ de Nueva York.