Opinión

Domingo Santa Cruz y Enrique Saborido, luces del tango

Domingo Santa Cruz y Enrique Saborido, luces del tango

“El bandoneón es un instrumento musical de viento, portátil, de europeo origen (germánico, y más exactamente, hamburgués). De su inventor, apellidado Band, viene su denominación. Pertenece a una genealogía de instrumentos de fuelle y teclado, en cuya raíz está el acordeón de tres octavas aproximadas de extensión sonora, y en sus diversas ramas la ‘concertina’ y otros tipos de acordeón con las siguiente testituras: ‘clarinete’, ‘flautín’ y ‘piano”, escribe el poeta y tangólogo Francisco García Jiménez en su excelente libro Así nacieron los tangos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1ª edición, serie mayor, 1980.
“Las características que hacen del bandoneón el ente perfeccionado de esa familia instrumental son principalmente –prosigue el ensayista García Jiménez–, la amplitud de sus comandos de digitación (botonadura de 71 piezas en total: 38 botones para la mano derecha y 33 para la izquierda) y, desde luego, su sonido particular”. ¿Quién no ha sentido su profunda sugestión tanto en el tono como en las posibilidades expresivas? ¿O sus magníficas facultades de nexo de unión orquestal con el trino de las cuerdas? Desde los orígenes del llamado “pardo” Sebastián –aquel cochero de los tranvías de caballos de fin del siglo XIX y apóstol del bandoneón en la ejecución tanguista– el instrumento germánico se quedó afincado en la melodía porteña. Ahora bien, su entrada en las tierras del sur se remonta a las trincheras del general Mitre, durante la guerra del Paraguay, de 1864 a 1870. El soldado negro José Santa Cruz distraía los ocios de la tropa con “vidalas” y estilos con un instrumento de “dos octavas”. Sería, no obstante, su hijo Domingo quien recogería las enseñanzas de su padre y asimilaría los cadenciosos efectos del “pardo” Sebastián Ramos Mejía, ilustre doble apellido que nos indica a qué dueños pertenecían sus ascendientes de la época de esclavitud.
Si nos orientamos a las raíces del tango, el ‘morocho’ Domingo Santa Cruz (1884-1931) consiguió numerosos adeptos. A él lo conocían por la perífrasis musical “el de las ochenta voces en el fuelle”, lo cual demuestra su rica facundia de “improvisador” en la ejecución, mágico vuelo de la inspiración que, andando lustros y décadas, se pondría de manifiesto en alto grado en algunos excepcionales intérpretes a lo largo de todo el siglo XX. ‘Unión Cívica’ es el tango que titula el ‘morocho’ Domingo Santa Cruz. La ‘Unión Cívica’ era el partido político que en el revolucionario año de 1890 –fecha del nacimiento del sin par ‘Carlitos’ Gardel en las tierras francesas de Toulouse– hizo frente al polémico gobierno del presidente Juárez Celman. El personaje romántico de Alem era su ídolo. Recordemos la histórica frase del senador cordobés Pizarro: “La revolución está vencida, pero el gobierno está muerto”. Aquel movimiento popular no triunfó pero un “cisma” particular divide a la ‘Unión Cívica’ en dos fracciones: la ‘Nacional’ con Lastra al mando; la ‘Radical’, con Leandro Nicéforo Alem.
“La Nochebuena se viene,/ la Nochebuena se va…” Son las vísperas navideñas de 1905. En una casona de la calle San Martín al 300 se apagaba una antorcha de la nacionalidad: el general Bartolomé Mitre. “A dos cuadras, en la Confitería ‘Ronchetti’, de Reconquista y Lavalle, le ponía música a la fiesta un pianista-bailarín, Enrique Saborido”. Entonces nació, al lado de Villoldo, el tango del milagro: ‘La Morocha’.