Opinión

De Constantinopla hasta Granada: un itinerario fronterizo

De Constantinopla hasta Granada: un itinerario fronterizo

“En una latitud un poco más meridional que Arcángel se hallan Helsingfors, la actual Helsinki, capital de Finlandia, parapetada entre peñas, y Cristianía, Oslo en la actualidad. La capital del reino de Noruega ofrece en nuestro grabado del año 1850 una imagen todavía muy campestre, acunada en el paisaje acuático y montañoso del fiordo. Al igual que hoy, domina el escenario de la ciudad la estructura clásica del palacio Real”, nos recuerda Egon Schramm, prologuista del valioso volumen que lleva por título Pintoresca vieja Europa, con grabados y litografías procedentes en su totalidad del archivo de vistas ‘Alemania y el mundo’ de la Editorial ‘Das Topographikon’, Hamburgo, República Federal Alemana, Verlag Rolf Müller, recopilador, 1970. Su traducción al castellano es obra de Luis Romano Haces, bajo licencia editorial para ‘Círculo de Lectores’, Barcelona, 1976.
He aquí, en el grabado siguiente, el castillo de Dunnotar, el cual es, en doble sentido, una, por así decirlo, “imagen en el umbral”. La hallamos en Escocia, uno de los países extremos de Europa, al sur de la ciudad de Aberdeen y en las proximidades del puerto de Stonehaven. Tal vez se trate, por tanto, de uno de los castillos más septentrionales de Europa: en ruinas, en la lámina representado como si en realidad se hubiese fugado de la existencia, como si estuviera allende esa otra frontera, levantado sobre un enorme y hendido acantilado, al modo de un mítico bastión bajo la luz lunar…
Nos encontramos al sur de Inglaterra. Henos ante el acantilado cretáceo de Dover, una de las costas más clásicas de Europa. Frente al castillo roquero de Dieppe en la costa francesa, se trata de un baluarte contra el Atlántico que irrumpe en el canal de la Mancha. Ahora bien, Oporto y Lisboa son las dos ciudades portuguesas en que acaba Europa, la segunda de ellas afamada por ser de las más hermosas metrópolis europeas, colmada de alabanzas y esplendorosas descripciones a lo largo del tiempo. Granada es la que digamos pone el punto final de este itinerario fronterizo. Ahora sí que hemos cerrado el círculo. Lo mismo que Constantinopla –el punto de partida, recordemos– nos deja paladear la sensual y seductora Granada –la capital medieval de los árabes– un melisma, un hechizo venido de Oriente. Observamos también que tanto Oriente como Occidente celebran su pacífico maderaje en un grabado en que se muestra un crucifijo junto a la puerta de Bibarrambla.
Hemos de confesar que en todos los grabados de este fulgurante libro puede, en efecto, percibirse el “espíritu europeo” dentro de los variopintos matices de los países y numerosos pueblos cuyo acervo constituye aquello que designamos como “Europa”. Existen, no obstante, algunos monumentos sin parangón que se han transformado en “símbolos” de esa Europa e igualmente en obligadas “curiosidades” para la sed del animoso viajero. ¿Y cuáles podrían ser estas sobresalientes o admiradas “imágenes”? La Acrópolis de Atenas –representada aquí hacia 1870– o el Foro Romano, que aún no había sido excavado en realidad hasta el XIX, el siglo de estos grabados. O asimismo el castillo de Sant’ Ángelo, el sepulcro del emperador Adriano y la basílica de San Pedro.