Opinión

El ‘cocoliche’: el ‘criollo’ frente al ‘inmigrante’

El ‘cocoliche’: el ‘criollo’ frente al ‘inmigrante’

La creación lingüística del denominado ‘cocoliche’ agradó muchísimo por su modo simpático en el decir cotidiano de Buenos Aires, en la época del drama Juan Moreira a finales del siglo XIX. Durante décadas halló naturaleza y éxito dentro de la dramaturgia nacional, hasta el punto de que cada ‘sainete’ ofrecía su personal ‘cocoliche’, dando rienda suelta al humor ítalo-porteño. “Era la manera de disimular –mediante la burla– el temor a un personaje como el ‘gringo’, que día a día se iba adueñando de un espacio mayor en la sociedad argentina”, escribe el insigne poeta y ensayista Horacio Salas en su imprescindible obra El tango (ensayo preliminar de Ernesto Sábato), Editorial Planeta Argentina, 1ª edición, Buenos Aires, agosto de 1986.

Si aquella desconfianza y resentimiento frente al extranjero queda expresado en el “sainete” mediante la, a veces áspera, caricatura, es preciso evocar el antecedente literario en el Martín Fierro, la epopeya y “biblia gauchesca” de las pampas argentinas. Digamos que el ‘Canto V’ de la Primera Parte desarrolla la rivalidad entre lo “criollo” y lo “extranjero”: el inmigrante italiano se nos presenta así, avaro, egoísta y cobarde. Caso extremo es la parte final del poema Santos Vega de Rafael Obligado, el cual otorga a lo foráneo actitudes incluso demoníacas. El protagonista –con valores tradicionales de la campaña argentina– sufre la derrota en una “payada” por Juan Sin Ropa, trasunto de Satanás, oculto tras la tesis del “progreso y la ciencia”.

Recordemos que en el drama Juan Moreira –sustentado por la novela de Eduardo Gutiérrez y representada por los hermanos Podestá tanto en la Argentina como en la Republica Oriental del Uruguay– el personaje que, debido al falso testimonio, habrá de provocar la desdicha del protagonista, está encarnado en la figura de un comerciante despectivamente llamado ‘Sardetti’, de irrefutable origen italiano. El celebrado costumbrista y director de la revista ‘Caras y Caretas’, el aplaudido José Sixto Álvarez, captó en uno de sus diálogos la “animadversión de un criollo de clase media hacia los jóvenes extranjeros recién llegados”, en palabras del escritor porteño Horacio Salas.

Aquel microcosmos inmigratorio desplegó en su contra numerosísimos testimonios por parte de la llamada “oligarquía dominante”. Resaltamos los abundantes párrafos de José María Ramos Mejía en su obra Las multitudes argentinas, publicado en 1899. El inmigrante tenía “un cerebro lento, como el del buey, a cuyo lado ha vivido; miope en la agudeza psíquica, de torpe y obtuso oído en todo lo que se refiera a la espontánea y fácil adquisición de imágenes por vía del sentido cerebral”.

Porque, en efecto, casi todos los escritores costumbristas de comienzos del siglo XX manifestaban aquel desencuentro y pugna entre el “criollo” y el “inmigrante”. Riéndose de la “jerigonza” del recién llegado, ya estaban evidenciando sus graves prejuicios. Hostilidad asentada en la insolencia y el miedo de aquellos que, si no conseguían ganar espacios, eran capaces de fabricarlos. Sus descendientes acompañarían el ascenso al poder de Hipólito Yrigoyen, afiliándose incluso al Partido Socialista, también impulsando la Reforma Universitaria de 1918.