Opinión

‘Canaro en París’, tango de Alejandro Scarpino y Juan Caldarella

‘Canaro en París’, tango de Alejandro Scarpino y Juan Caldarella

Al inicio del año 1925 el titular de una agencia para la contratación de artistas impulsó a Francisco Canaro a presentarse con su orquesta en París. Y rumbo a Europa viajó el aplaudido músico junto con los suyos. “El tango había hecho la conquista de la Ciudad Luz en vísperas de la primera Guerra Mundial, consolidándola durante esos jubilosos años Veinte, que hicieron creer en la resurrección de la ‘belle époque”. Actuaban allí con éxito, a la sazón, la orquesta típica del bandoneonista Manuel Pizarro, sus hermanos y el pianista Celestino Ferrer, en el ‘cabaret El Garrón’, de la ‘rue Fontaine’ (que servía un puchero criollo todas las madrugadas), y a la encabezada por el bandoneón del ‘tano’ Genaro Spósito, con Eduardo Bianco de primer violín, en el ‘dancing Perroquet’, atracción del ‘foyer’ del Teatro Casino, de la ‘rue Clichy’, número 16”, escribe el inconmensurable poeta tanguero Francisco García Jiménez en su obra Así nacieron los tangos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1980.
“Vecino a éste –agrega García Jiménez–, en el número 20 de la misma calle, estaba el ‘dancing Florida’, que ocupaba el ‘foyer’ del Teatro Apolo, donde se presentó Canaro el 23 de abril de 1925”. Conviene recordar que en aquel conjunto dirigido por Francisco Canaro figuraban sus hermanos Juan y Rafael –bandoneonista y contrabajista, respectivamente–, así como el bandoneonista Carlos Marcucci, el pianista Fioravanti di Cicco –hermano del afamado bandoneonista Minotto, que quedó en Buenos Aires a cargo de la orquesta del ‘Ta-Ba-Ris’–, el violinista Agesilao Ferazzano, la cancionista criolla Asprela, además del baterista Romualdo Lo Moro. Y he ahí el llamativo letrero: “Canaro et sa symphony”. Claro que, en puridad, habría tenido que decir: “Canaro y sus gauchos”, porque de tales iban vestidos. Para esquivar al sindicato francés de músicos, que habían logrado una ley de protección, la orquesta se “justificó” con un llamado “número de atracción”. Debieron, pues, presentarse con blusa y chiripá floreado, pañolón, botas e incluso puñal en el cinto. Y a la vestimenta gauchesca de los músicos se agregaron asimismo las canciones que Asprela se acompañaba con guitarra; la percusión del serrucho, pintoresca innovación en la que Rafael Canaro se lucía; los canturreos y silbos del conjunto y, como era el rigor, la intercalación de “sextinas” de la epopeya nacional –“la biblia gaucha”– titulada Martín Fierro, recitadas por el mismísimo Francisco Canaro.
A lo largo de la primera semana, férreamente controlados por los inspectores del Ministerio de Trabajo francés, ¿quién podría imaginarse a Francisco Canaro –de sobrenombre ‘Pirincho’– recitando nerviosamente y con nostalgia estos versos del personaje llamado ‘viejo Vizcacha’?: “No andés cambiando de cueva,/ hacé lo que hace el ratón;/ consérvate en el rincón/ en que empezó tu existencia,/ vaca que cambia querencia/ se atrasa en la parición”.
El ‘dancing Florida’ era un éxito todas las noches parisinas. “Hombre del día” escribió un periódico acerca de Canaro, el autor del Chamuyo. Fernando Ortiz Echagüe –el representante del diario La Nación– fue el gran heraldo del amor por el tango más allá de las fronteras de la Argentina. Henos ante el tango de vívidos compases que extraía de sus “fuelles” sus bellas “variaciones”: las firuleteras “verduritas”. ¿Autores del tango? Alejandro Scarpino y Juan Caldarella con Canaro en París.