Opinión

La Camelia, “flor de Galicia”

La Camelia, “flor de Galicia”

¿Quién no recuerda aquel “Chove en Santiago,/ meu doce amor./ Camela branca do ar/ brilla enfebrecida ó sol”, el célebre poema del granadino Federico García Lorca, perteneciente a sus Seis poemas gallegos merced a la ayuda de Eduardo Blanco Amor y tal vez de Ernesto da Cal? La camelia, en efecto, es la “flor de Galicia”. Fruto de la colaboración entre Turismo de Galicia y la Sociedad Española de la Camelia surge la idea de promocionar la “cultura” relativa al cultivo, cuidado y conocimiento de la Camelia, esa bellísima flor que habita en tantos jardines gallegos cada invierno, colmándolos de color, luz y vida. A través del mar llegaron hace ya tres siglos, hasta el punto de convertirse en la flor más representativa de la Tierra Gallega. Acaso porque las camelias supieron asumir ese “sabor atlántico” que en la sagrada tierra de Rosalía de Castro atiende a una “forma de vivir” más que a un océano. O quizás porque, dispersas por caminos y riberas, no pierden jamás un “húmedo resplandor” de lejanía. Las camelias son “piezas” únicas de un “museo vegetal” vivo y vigoroso que continuamente se acrecienta mediante sus colecciones, variedades, formas y variopintos colores.
Pruebas científicas nos demuestran la existencia del género Camellia desde el período Cretácico, puesto que se han hallado fósiles en la provincia china de Guizhou. Pertenece a la familia ‘Theaceae’ que el físico-botánico sueco Linneo diferenció en dos géneros en 1735 –Thea y Camellia–, si bien actualmente se estima como un único género.
Ahora bien, la denominación Camellia tiene su origen en la latinización del nombre del padre jesuita Georg Joseph Kamel (Kamellus) y fue elegido por el ilustre Linneo en reconocimiento a su denodada tarea llevada a cabo en el campo de la investigación tanto de la fauna como de la flora en las islas Filipinas. Varias son las teorías que explican la “arribada” de las camelias a nuestro Occidente. Lejos de desacreditarse, digamos que son complementarias, permaneciendo un halo de misterio acerca del estudio a causa de la ausencia de la imprescindible documentación. Tres son los orígenes que suelen tenerse presentes: los viajes de los navegantes portugueses al Este asiático después de la firma del llamado ‘Tratado de Tordesillas’; los españoles a través de la afamada ‘Ruta de Manila’ así como el descubrimiento de Filipinas, y los primeros documentos escritos e ilustrados sobre camelias que se corresponden con las anotaciones de los navegantes ingleses y holandeses.
La profusión de las camelias en Europa durante la primera mitad del siglo XIX acarreó la aparición de los primeros ‘viveros’ que comercializaban plantas a otros países por medio de vendedores ‘ambulantes’. Quienes primeramente adquirieron camelias fueron los propietarios de los ‘Pazos’ de la época y miembros de la nobleza por el alto precio de sus variedades. Así llegaron al ‘Pazo Quiñones de León’ de Vigo, conducidas desde el ‘vivero’ de Marques Loureiro en Portugal. Impertérrito testigo de estos jardines vigueses es la conocida como “matusalén de las camelias”, plantada en 1860. Las del ‘Pazo de Santa Cruz de Ribadulla’ datan de 1875. Las de los jardines del ‘Pazo de Oca’ –el ‘versalles gallego’– nos regalan una Camellia reticulata ‘Captain Rawes’ de 12 metros de altura. Plantadas a fines del XVIII, las del Castillo de Soutomaior, las del ‘Pazo Torres Agrelo’ o la ‘Pantalóns’ de Lens.