Opinión

‘El Cachafaz’, el tango de Manuel Aróztegui

‘El Cachafaz’, el tango de Manuel Aróztegui

El pianista montevideano Manuel Aróztegui, quien nació en 1888 para fallecer en 1938, desde su primera infancia radicado en la Argentina, fue el compositor de un tango que con creces rebasó las fronteras: El apache argentino. Merced a tal resonancia, otro tango de Aróztegui, titulado El Cachafaz –con línea melódica de prístina herencia porteña–, se hallará siempre vívido dentro del corazón veterano de la tangología. “El pianista-compositor hizo ese tango en homenaje al bailarín epónimo, por la hazaña ‘milonguera’ que éste cumplió sobre las tablas de piso de Hansen. Y que merece relatarse con pelos y señales”, nos recuerda el poeta y ensayista Francisco García Jiménez en su obra Así nacieron los tangos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1980.
La cumbre coreográfica del tango en “lo de Hansen” era “el pardo Santillán”. E igualmente de todo el barrio de Palermo que abarcaba casi hasta el límite con la Recoleta, comprendiendo los terrenos de la demolida Penitenciaría Nacional. Tampoco faltaba el aviso de la región austral donde hubo otro presidio jamás olvidado. Y así se lo anunciaban los ‘malos’ al forastero con este dístico de ‘ultimátum’: “¡Hágase a un lao, se lo ruego,/ que soy de la Tierra‘el Juego!”. “Engrupidos” por su célebre bailarín, ellos afirmaban que “en cuantito Santillán hacía un corte por el norte, ya se corría la voz por el sur…”.
‘El Cachafaz’ –esto es, Ovidio José Benito Bianquet de nombre y apellidos identitarios– nació en 1885 para expirar en 1942. Desde el ‘Salón ABC’, cerca del Mercado del Abasto, llegó al perímetro de Palermo, aureolado por sus méritos en el mundo de “la milonga”. “Su estampa erguida y magra no alcanzaba a afearse con algunas picaduras de viruelas del rosto, disimuladas por ciertos rasgos atractivos: la palidez serena, los ojos claros, la ondeada cabellera –lo describe así Francisco García Jiménez–. Y compensadas, a su vez, con la elegancia innata de sus movimientos danzantes, que tenían solución de continuidad en raptos de diablescos centelleos de sus pies, abotinados en negra cabritilla charolada con caña de gamuza gris y taco militar”. Esa noche en Palermo ‘El Cachafaz’ no se presentó con compañera sino con un fiel y activo amigo, conocido por ‘El Paisanito’. ‘El pardo Santillán’ lo vio entrar y salió a bailar con su compañera. Mudo hasta entonces, ‘El Cachafaz’ echó una mirada alrededor y le hizo una guiñada a su mujer solitaria junto al entarimado de la orquesta. A una ‘corrida’ afiligranada de Santillán, contestaba ‘El Cachefaz’ con dos o tres ‘figuras’ de admirable improvisación, imaginadas y resueltas “sobre el pucho”, al tiempo que transmitidas mágicamente a la asimilación espontánea de la desconocida compañera. Santillán perdió terreno, mientras que ‘El Cachafaz’ exhibió sus ‘cortes’ tanguistas de tan legendaria fama como el llamado ‘visteo’ peleador de un Juan Moreira.
Nacido en Buenos Aires, ‘El Cachafaz’ bailó desde ‘purrete’ hasta pisar los sesenta años. “A los once años yo era ya un fenómeno para el ‘corte’ y el ‘barquinazo”, dijo, sin falsa modestia, de sí mismo. Y tuvo alumnos de todo pelaje: obreros y “compadritos”, artistas y ministros y embajadores. Isabel San Miguel y Carmen Calderón fueron sus grandes compañeras de exhibiciones ante el absorto público. En 1941 todavía bailaba en La historia del tango en el Teatro ‘El Nacional’ de la calle Corrientes. Fulminado por un síncope cardíaco, murió “en su ley”: bailando en el recreo ‘Rancho Grande’ de la bella ciudad de Mar del Plata.