Opinión

Cabo Vilán, Camariñas y el ‘Cementerio de los Ingleses’

Cabo Vilán, Camariñas y el ‘Cementerio de los Ingleses’

Proseguimos en dirección a Camariñas. Antes, empero, haremos dos ‘altos’ en la villa de Laxe. Distante de la afamada playa que baña esta localidad, se encuentran los virginales arenales de Soesto y de Traba que, si bien tienen también forma de ensenada, es habitual que nos reciban con fortísimo viento y respetable oleaje. Cruzamos, pues, las dunas por los pasos señalados ‘ad hoc’ hasta sellar nuestros pies sobre la blanca y finísima arena que marca el límite con el mar abierto. La localidad de Soesto se extiende unos 860 metros entre punta y punta, en tanto que Traba supera los 2,5 quilómetros, donde, dando un paseo, veremos entre los juncos de las dunas bajas las aves marinas: gaviotas y martines-pescadores, chorlitos y lavanderas. ¡Gran observatorio ornitológico! En seguida columbraremos alguna de las caprichosas esculturas pétreas talladas por el viento y el tiempo en los Penedos de Traba y Pasarela, declarados ‘Paisaje Protegido’ por la ‘Xunta de Galicia’.
Nos hallamos en la parte oriental de la sierra de Pena Forcada, que se extiende desde Traba de Laxe hasta la punta de cabo Vilán, donde nos detendremos ya en los dominios de Camariñas. Aquí mismo y en medio de esta pétrea escenografía –temible fuerza del aire– se yergue otro de los faros más sugestivos de la acuñada ‘A Costa da Morte’, ya por su estructura como por su ubicación. Y desde hace algunos años, por acoger el ‘Museo de los Naufragios’. En él nos topamos con los faros y sus sabios secretos. ¿La respuesta? La antítesis de belleza y tragedia. Sólo en este tramo de costa se contabilizan más de 150 hundimientos, siendo el más recordado el del buque militar inglés ‘HMS Serpent’, el 10 de noviembre de 1890. A excepción de tres supervivientes que lograron alcanzar, malheridos, la costa, los restantes 172 tripulantes fueron enterrados en el conocido como ‘Cementerio de los Ingleses’. Ascendemos hacia el antiguo faro, situado de espaldas al actual, que data de 1896. Desde acá divisamos en toda su magnitud la torre –geometría octogonal– del famoso cabo Vilán. Hete aquí que ahora observamos ‘el Cíclope’ de ‘A Costa da Morte’, que se alza 105 metros sobre el mar para lanzar su ‘señal luminosa’ a todos los buques que navegan por esta agua del océano. Ante nosotros, ¡el que fue el primer faro eléctrico de las costas de la geografía española! Si queremos hallar otra curiosidad, pasaremos por el túnel cubierto que une el edificio de los fareros con la linterna por uno de los lados del acantilado.
Por donde accedemos al faro, existe un sendero que nos conduce hasta la virginal playa de Trece. Caminando, luego nos encontramos con el ‘Foxo do Lobo’, esto es, un sistema de caza –de probable génesis prehistórica– que consistía en construir muros de piedra convergentes, los cuales se empleaban con el fin de cazar al animal que le concede su nombre –el lobo–, además de jabalíes o ciervos. ¡Diversidad biológica! Este es el único lugar de Galicia –juntamente con las ‘islas Cíes’– en donde crecen los postreros ejemplares “en peligro de extinción” del arbusto llamado ‘camariña’, el cual otorga su nombre a este ‘concello’. He ahí los pinos mansos retorcidos por el ímpetu del viento. Más adelante, el ‘Cementerio de los Ingleses’. Y al término del sendero, la ensenada de Trece, escoltada por la figura de una ‘duna trepadora’, que simulara querer alcanzar la cumbre del monte ‘Branco’. En la memoria los versos de Eduardo Pondal: “Peñascos de Pasarela, cuando os veo, peñascos,/ suspiro de amor por ella”.