Opinión

Arturo de Bassi y el sainete lírico ‘El Caburé’

Arturo de Bassi y el sainete lírico ‘El Caburé’

Cayetano de Bassi fue quien inauguró una imperecedera familia de la época de la música popular porteña: un personaje de la profesión armónica durante los postreros veinte años del siglo XIX. Don Cayetano, pues, otorgaba lecciones particulares al tiempo que organizaba orquestas y dirigía su batuta hacia las bandas. A Antonio y Arturo –sus dos hijos– les alcanzaría la gloria de dejar impronta en la historia tanto de la zarzuela como de la revista criolla y, ¿cómo no?, del mundo del tango. Arturo de Bassi, quien naciera en 1890 para expirar en 1950, vio la luz en Buenos Aires y aquellos estudios iniciados por su padre fueron completados bajo la tutela de los profesores Stilleghi y Sanmartino. A propósito de este último conviene recordar que más tarde fue director de la fanfarria del antiguo Escuadrón de Seguridad, una notabilísima formación sonora que, en cierta manera, aplacaba la fobia del pueblo contra las huestes de aquel cuerpo policial de represión, el cual, taloneando su caballada y con los temibles sables en alto, se habían ganado a pulso el polémico apelativo de “cosacos”.

Lucía sus quince años, cuando Arturo de Bassi ocupaba su plaza de pianista en la orquesta de foso del teatro ‘Apolo’ –de las calles Corrientes y Uruguay–, bajo la férula de la batuta del reconocido maestro Reynoso, durante una de las periódicas temporadas de la compañía de los admirados Podestá. Claro que simultáneamente aquel pibe quinceañero recibía su “bautismo musical” de compositor en un espacio de mayor acceso a la popularidad. Muy de moda estaba el ‘Pabellón de las Rosas’ de la Avenida Alvear, con restaurante y baile. Y allí fue donde “le estrenaron” su tango El incendio. Aquel que empezaba con la célebre ‘clarinada’ de atención que en las pacíficas bocacalles de la metrópolis de antaño iba anunciando el paso de los ‘carros’ de bomberos del coronel Calaza, “con sus pingos vertiginosos y su bronceada bomba vertical de vapor que dejaba el reguero de brasas y chispas sobre el empedrado”, según las palabras del recordado compositor y ensayista Francisco García-Jiménez a través de las páginas de su obra Así nacieron los tangos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1980.

Transcurridos seis años, aquel muchacho pianista del ‘Apolo’ realizó algunas suplencias como director y alcanzó a ser el titular. En otros teatros dejó su sello en el sainete lírico. Su hermosa juventud “les ganó de lado” a los autores de entonces, hasta el punto de ser requerido por su comediógrafo, asimismo joven, del que se presentían grandes triunfos, sobre todo en el género ‘chico’ que él mismo encaró en sus libretos. ¡Nada menos que Roberto Lino Cayol! Nacido en 1887 y fallecido en 1927, fue uno de los “hombre de teatro” que concedió el delicado ingenio de su pluma al servicio del gustoso sainete.

Arturo de Bassi y Roberto Lino Cayol se presentan en 1911 al concurso de obras en un acto que convoca el teatro ‘Nacional’ de la calle Corrientes. Pascual Carcavallo descollaba como animador en la secretaría de la empresa. De Bassi y Cayol contribuyeron al certamen con un sainete con música titulado El Caburé. Un protagonista donjuanesco, cuyo vocablo guaraní sirvió para introducir esa figura en la dimensión porteña. Aquel “buho hipnotizador” de los pajaritos es la metáfora del tipo “seductor” amoroso. “A mí me llaman caburé, porque soy/ un tipo que me hago temer donde voy”, marcan los compases del tango…