Opinión

Desde el arenal de ‘O Rostro’ hasta el cabo Fisterra

Desde el arenal de ‘O Rostro’ hasta el cabo Fisterra

Continuando nuestro viaje algo más hacia el sur, alcanzamos el punto más occidental de la España peninsular: el cabo Touriñán. Una reducida península que entra arrojadamente en el mar casi un quilómetro. He aquí el paisaje del océano Atlántico en ‘A Costa da Morte’, esplendente, junto al breve faro al fondo, donde el imperio del viento nos impele por el sendero hasta un extremo de los aproximadamente mil metros que comprende la virginal playa de Nemiña, a fin de contemplar cómo el firmamento celeste se enrojece con cálidos colores en el crepúsculo del día. De noche, subimos al monte Facho con el ansia de deleitarnos con la hermosura de la península de Muxía.

Hemos llegado a Fisterra, esto es, “el fin del mundo” –“finis terrae”– conocido durante la Antigüedad. Antes de entrar en la villa, acompañamos a un grupo de peregrinos que, día tras día, hallan acá mismo su “término” del anhelado ‘Camiño de Santiago’. Henos ahora ante dos playas de apasionada belleza por la competencia que el agua y el viento y la tierra semejan mantener en ellas. ¡Arenales de ‘O Rostro’ y de ‘Mar de Fóra’, abiertos al Atlántico e inexorablemente abrazados en una aparente soledad! En ‘O Rostro’ y su contorno la línea de arena rebasa los dos quilómetros. Recordemos la leyenda que asegura cómo debajo de su impoluta y finísima arena podemos encontrar la mítica ciudad de ‘Dugium’, fundada por los ‘nerios’ y que fue devastada por una gigantesca ola. ‘Mar de Fóra’ –más próxima al núcleo urbano ‘finisterrano’– se eterniza en la inseparable compañía del cabo Fisterra y del cabo de ‘A Nave’ en sus extremos.

¡Populares fiestas gastronómicas en Fisterra! Navajas y almejas, percebes, lubina a la parrilla y pulpo a la gallega…! Platos tradicionales recibiendo el aroma del mar y la algarabía de los visitantes, sobre todo alrededor del puerto. Encontramos en su castillo de San Carlos, que data de 1757, hoy ‘Museo de la Pesca’. El domingo, sí, atravesamos el aura solemne del santuario de Santa María ‘das Areas’, ávidos de la curiosidad de constatar si a la talla –casi humana– del “Cristo da Barba Dourada” le siguen creciendo el cabello y las uñas, tal como reza la galaica tradición.

Antes de que el sol se descuelgue súbitamente en la línea del horizonte, nos sentamos junto al faro de Fisterra en una de las piedras del camino que abraza el promontorio para darle el adiós al astro-rey, acá mismo, en el antiguo altar: el ‘Ara Solis’ latino que ya viene de los antiguos fenicios. Al lado del faro, el edificio de ‘la Sirena’, popularmente conocido como ‘la Vaca de Fisterra’ a causa de los estridentes sonidos que envía durante los días de niebla hasta alcanzar las 25 millas marinas, es decir, 46 quilómetros. El tercer edificio de este conjunto es el del ‘Semáforo’, ubicado a cierta distancia de los anteriores. Antaño servía a la marina de guerra, siendo en la actualidad una hospedería rehabilitada por el reconocido arquitecto pontevedrés César Portela.

Estentóreamente brama ‘la Sirena’, el mítico Faro nos obsequia con su sombra, el mar bravío y resplandeciente e infinito allá abajo. Columbramos una embarcación en la distancia. ¡He ahí la pétrea mole del monte Pindo del otro lado de la ría de Corcubión! Peligroso mar, pero también en calma. Mar de trágicas muertes, pero también de vida.