Opinión

La Guerra

León Tostoi, el aristócrata mundano e incrédulo, pero aún así filósofo creyente, al que el gran crítico literario norteamericano, Harold Bloon, no considera mucho o por lo menos no lo suficiente para recomendárnoslo en cómo leer y por qué, nos dejó una de esas novelas imperecederas para enfrentar al ser humano el crucial y único destino sobre la vida y la muerte.

León Tostoi, el aristócrata mundano e incrédulo, pero aún así filósofo creyente, al que el gran crítico literario norteamericano, Harold Bloon, no considera mucho o por lo menos no lo suficiente para recomendárnoslo en cómo leer y por qué, nos dejó una de esas novelas imperecederas para enfrentar al ser humano el crucial y único destino sobre la vida y la muerte. En medio pueden haber –y las hay– pasiones con sus estaciones: amor, celos, soberbia y desengaños.
En ‘La guerra y la paz’, los ejércitos napoleónicos penetran en Rusia y, a partir de ese instante, al cruzar la inmensa frontera, los personajes son dejados a su libre albedrío. No es nada nuevo desde la mítica Medea unida al argonauta Jasón, o el Hamlet shakesperiano. Lo que sí parece ser distinto es toda la hiriente tramoya del acoso bélico, superada con creces en las dos últimas guerras mundiales. La tercera, marcará sin duda el rumbo del planeta.
Parece algo sin sentido, y lo es aparentemente y en buena lógica, pero la paz tan deseada siempre, llega precedida de la guerra. Hay todos los argumentos sólidos que uno desee y alguno más para odiar, despreciar y huir como alma en pena de las bombas y los sonidos estridentes y mortíferos de los humeantes cañones, pero es certero recordar la opinión de Heráclito no para reconfórtarnos, sino para observar toda conflagración tal como es: “La guerra es el padre y rey de todas las cosas: a unos los muestra como dioses y a otros como hombres, a unos los hace esclavos y a otros libres”. Lamentablemente el balance final de todo conflicto bélico es de espanto y horror, muerte y destrucción.
Pero existen momentos precisos en que la guerra es la única solución y le da sentido, valga la redundancia, hasta a la propia existencia. Habrá millones de reflexiones válidas para no crear un campo de batalla, como en ciertos momentos infinitas razones de peso para ir. El dilema se centra en saber cuándo una u otra es la justa.
La guerra preparada por Corea del Norte se halla en ese dilema.