Opinión

Barquito de papel

En el bulevar de la ciudad provinciana, cada vez más apretada así misma, un niño sopla con fuerza un barquito de papel en una laguna entre dos calles –la esquina de la farmacia y el quiosco de frambuesa y panecillos tiernos– mientras otro pequeñuelo, con piedrecillas, va levantando un puente de arcadas.

En el bulevar de la ciudad provinciana, cada vez más apretada así misma, un niño sopla con fuerza un barquito de papel en una laguna entre dos calles –la esquina de la farmacia y el quiosco de frambuesa y panecillos tiernos– mientras otro pequeñuelo, con piedrecillas, va levantando un puente de arcadas.
Hay una niña hermosilla ella llorando al haber manchado de barro sus zapatitos con hebillas de nacarón, mientras un grupo de hormigas barnizadas de negro, van interminablemente en hilera, una tras otra en formación, subiendo sobre un muro de descarcajado en el que una mano traviesa y cariñosa escribió con fuerte trazo de un azul intenso: “¡María, te amo!”.
El agua de lluvia ha comenzado a borrar las palabras y ahora solamente se leen sílabas sueltas, mientras un achispado entre cal y canto, va gritando bajo las sempiternas gotas: “¡Viva la Revolución!”.
Los niños se asustan y salen corriendo, mientras el puente de guijarros se cae y el frágil barco se hunde.
El aguacero continúa su ritmo como si la subsistencia no fuera con él, y parece reírse haciendo mohines húmedos a la bruma lánguida del mediodía.
Rumio pensamientos vagos imbuidos en dudas, mientras retorno nuevamente al trabajo mirando como tantos otros días a los seres del bulevar, la mayoría de ellos menesterosos de solemnidad y casi descarnados, presintiendo que cada uno de ellos está moldeado en su interior de un sempiterno olvido.
Con el paso de los años hemos llegado a comprender cómo el abandono es uno de los grandes extravíos del aliento humano, es deshacer el viento del sequedal sobre surcos de matojos.
Sucede lo mismo con la destemplanza, la zozobra y el miedo al futuro inmediato de cada hombre o mujer errante sobre un planeta enfermizo. Estos nos recuerda que en las páginas de ‘La Divina Comedia’ solamente una frase salida de la pluma del florentino Dante Alighieri grabada a las puertas del Infierno, hace temblar con aprensión al ser humano a partir de la Edad Media: “Los que entréis aquí, perded toda esperanza”.
No hay duda: el florentino más lúcido conocía el alma humana, bebió en ella y supo de las más punzantes enfermedades del espíritu: el olvido y el desaliento.
En medio se levanta erguida la inocencia de la niñez; está no pierde la sorpresa del asombro ni el parabién de la gozosa existencia en limpias almas desbordas de soñación.
Ese simple barquito de papel es todo lo que esa cadencia inocente de criaturas necesita para dar sentido a la vida ante la potestad del averno.