Opinión

Previsión

-¿Se considera usted un hombre previsor?

-Antes de responderle, y al buen uso del maestro Sócrates, aboquémonos primero a las necesarias definiciones. ¿Qué significa prever?

-Hay dos acepciones para este verbo transitivo. La primera: “conocer o suponer a través de señales una cosa que va a ocurrir”…

-Eso tiene más que ver con un vaticinio, cosa de brujería, o con los supuestos de la ciencia económica, más inciertos que las predicciones meteorológicas…

-No me interrumpa. Va la segunda acepción: “preparar o disponer con antelación los medios necesarios para disminuir los efectos negativos de una acción”.

-Entonces, previsión es la acción de prever, la voluntad activa de anticipar aquellos efectos negativos en el incierto futuro; como recibir una pensión miserable, por ejemplo…

-Nos vamos entendiendo. Repito mi pregunta inicial: ¿se considera usted un individuo previsor?

-Para nada, y en aras de una respuesta cabal, tendría yo que recurrir a los antónimos: incauto y confiado.

-¿Qué previsión social escogió para su futuro de jubilado?

-Hablemos del presente, mejor, porque jubilé hace diecisiete años.

-¿Y por qué sigue trabajando, como un chino o un negro, si me permite?

-Porque mi jubilación es de quinientos dólares mensuales, o trescientos cuarenta mil pesos criollos, y no alcanza para sostener a la familia, incluido yo…

-Por la edad –la suya, claro- usted debe haber cotizado primero en la Caja de Empleados Particulares.

-Claro que sí, la misma entidad que permitió a mi padre, empleado de la fenecida clase media, adquirir una casa decente que cobijara a doce personas, incluyendo ocho hijos… allá por 1948… Pero en 1980, creo, me cambié al dichoso sistema de las AFP, que un servidor adinerado y mercenario de la dictadura ha calificado como “Mercedes Benz”; en mi caso, no alcanzó ni para Citroneta.

-Ese servidor del gobierno militar es un técnico destacado…

-Un tecnócrata, querrá usted decir… Según cálculos precisos (como les gusta decir a los ingenieros comerciales que viven al “paso de ganso” de la estadística), si me hubiese mantenido en el antiguo régimen, mi pensión ascendería hoy a ochocientos cincuenta mil pesos, unos mil trescientos dólares.

-¿Y por qué se cambió, entonces?

-Recurramos a los antónimos: por incauto y confiado, aunque alguien muy cercano y querido, me diría, sin ambages: “por huevón”.

-Bueno, bueno, pero habrá sopesado usted las opciones y diferencias, en el momento de dar un paso tan trascendental…

-No se ponga usted metafísico. Fue mucho más simple. Y voy a contárselo en detalle, como a mí me gustan las narraciones…

-Soy todo oídos, pero no sea latero ni caiga en la demagogia de quienes atacan un sistema extraordinario, obra de los Chicago boys, inspirado en ese inefable gurú que fuera Jaime Guzmán, que aún sopla desde el más allá sus consejos a la derecha innovadora y moderna de este país.

-Eso, suponiendo que ustedes sean también propietarios del Cielo… Pero déjeme contarle: Una mañana de primavera, llegaron a nuestras oficinas del barrio alto dos bellas mujeres, una jovencita, que no sobrepasaba los veinte años, y otra que frisaba los treinta y cinco, de nombre Griselda, cuyos grandes ojos negros me desarmaron de entrada… -Soy de la APP Tantito Cuantito –me dijo, y me mostró la luna espléndida de sus dientes, bordeados por unos labios de perfecta factura.

-¿Qué deporte practica?, me preguntó, a bocajarro… A punto estuve de responderle: “Enamorar princesas como tú”. Pero me limité a decirle que yo había dejado hacía poco el ordinario fútbol y estaba practicando tenis… -Elija –me dijo- y abrió un catálogo de raquetas de tenis Dunlop y Wilson, de reluciente madera, como aún se estilaba en aquella época… Elegí una Dunlop, cual niño de cinco años que escogiera hoy un robot teledirigido. Y caí en las garras de Griselda (ya le contaré detalles escabrosos en otra oportunidad), y en la cárcel rastrera y sin retorno de las AFP.

-Entonces, usted no debiera quejarse, sobre todo después de este relato. Cambió la seguridad de sus ahorros por una raqueta. ¡Notable!

-Mire, la queja es lo único que nos va quedando, a estas alturas, quizá como una muestra falaz de esa libertad de expresión que resulta lejana e inútil para quienes nos movemos lejos de la esfera de los poderes fácticos, esos que ha mucho se apoderaron de nuestras vidas, si es que alguna vez nos pudimos considerar libres, y de nuestras almas, si es que contamos aún con ellas, lo que parece asaz dudoso, considerando la crisis de credibilidad de los concesionarios de Dios en la tierra.

-Lo suyo, como de costumbre, se vuelve un discurso literario. Pero esto de la previsión social es cosa de números, es decir, asunto certero e inobjetable.

-No me venga con sus teorías “científico-aritméticas”, porque los números también pueden manipularse, como las estadísticas que a usted tanto le gustan, esas que hablan de “una coma ocho o una coma cinco personas” que tienen acceso a esto y lo otro… Nunca he conocido individuos fraccionados  en decimales, salvo que los descuarticen, y aun así, no perderían su integridad esencial, según Aristóteles… Para que sepa, soy contador y trabajo desde hace medio siglo a punta de signos numéricos.

-¿Cómo Fernando Pessoa?

-No me compare con ese coloso literario, hágame el favor… Aunque podría aceptarlo, si debo juzgar al gran lisboeta por su escasa previsión existencial y el prurito de escribir versos en libros de contabilidad… Pero no hay que ser muy sagaz para entender la estafa del actual sistema previsional, exceptuando, claro, a la casta militar privilegiada y a otros olímpicos beneficiarios de la inequidad, que desprecian al Estado pero usufructúan sin escrúpulos de los fondos públicos.

-¿Acaso postula usted un sistema de previsión estatal?

-No sé si esa sería una solución, pero lo que no entiendo es por qué alguien que recibe mi plata, mes a mes, como un descuento forzoso y sin retorno, me cobra, además, un porcentaje por “administrar mi dinero”, es decir, por especular con él en los mercados nacionales e internacionales, para volverse rico a costa de mi sudor acopiado en largas décadas de trabajo. Ni los bancos llegan a tal nivel de desvergüenza y descaro…

-La administración eficiente es un servicio que amerita ser bien pagado… Es parte integral del sistema.

-Hay en eso una doble usura, como también una doble plusvalía para los grandes empresarios, que se benefician de la compra del trabajo asalariado a vil precio y luego emplean el dinero del trabajador para incrementar su peculio. Es aberrante, aunque a usted se lo hayan explicado, en seminarios de Casa Piedra, con las mohosas monsergas del liberalismo a ultranza.

-Eso de la plusvalía, como usted lo explica, es un añejo concepto marxista… Plusvalía, lucha de clases, dictadura del proletariado. Más que conceptos, son eslóganes trasnochados, si me permite…

-Nada de eso… Lea Investigación de la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones, de Adam Smith, patriarca teórico del capitalismo, obra publicada en 1776, mismo año de la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica… David Ricardo lo complementaría, hablando del trabajo asalariado como “valor” equivalente al capital…

-Volvamos al sistema de las AFP. ¿Qué puede usted reprocharle?

-No se trata de reproches, sino de hechos. Mire, de cada tres pesos que recauda el sistema, tanto por la vía de la cotización de los afiliados como del aporte de subsidios del Estado, dos son tragados por los administradores, ejecutivos de los grandes grupos financieros; este es el principal de los motivos por los cuales el sistema paga pensiones tan bajas.

-Es un juicio apresurado. Yo creo que los trabajadores chilenos no saben ahorrar, son muy gastadores… Quieren vivir como ricos, en un país donde abundan los pobres, más por desidia que por estructura social, como dicen los marxistas… Si fueran más emprendedores, otro gallo cantaría… Es una lástima que ellos no asistan a las charlas de Casa Piedra.

-Vaya quién lo dice; el ladrón detrás del juez, diría mi abuela… Son ustedes los que promovieron el consumismo, que ha llevado a un endeudamiento asfixiante. Pero lo presentan, en sus mañosas cifras, como “mejoría evidente del estándar de vida de la población”.

-Yo gasto lo mío, porque tengo, gracias a lo previsores que fueron mis antepasados, que construyeron este país; y debido a mi constante y sacrificado esfuerzo como empresario…

-Entonces, ¿va a pagar usted el consumo de lo que hemos bebido aquí, esta noche, mientras mantenemos el diálogo de sordos?

-No se aproveche usted del capital bien obtenido, de la riqueza legítima… Cada uno mata su toro, como se dice, que esta costumbre es también parte de la buena filosofía del justo reparto. ¿Me equivoco?

-Desde su prisma, está en lo cierto. Pero no olvide que el bar tiene sus propias leyes, y no siempre funcionará para usted el código del embudo. Esto debiera ser capaz de preverlo, a tiempo, y no como estas crisis recurrentes del modelo, que se le están volviendo impredecibles...