Opinión

La palabra en su sitio

La sociedad actual de Occidente –Europa, Estados Unidos y la América morena– vive una crisis aguda y recurrente. Entre otros efectos, ésta se manifiesta en la decadencia del lenguaje, en su empleo arbitrario y confuso, aunque tal confusión obedezca, en muchos casos, a intencionalidades manipuladas por la superestructura del poder, en pro del mantenimiento, a toda costa, del sistema de dominación: el “capitalismo salvaje”, sumido hoy en un deterioro corrosivo –ecológico y económico– que se extiende, incontrarrestable, a todas las sociedades, culturas y territorios, por diversos que sean sus matices y particularidades.
Quizá lo más alarmante sea constatar cómo el capitalismo es capaz de revitalizarse, aun en medio de su aparente agonía, una y otra vez, fagocitando a sus propios engendros, como en esa imagen pavorosa del cuadro de Goya, Saturno devorando a sus hijos, sin que los sucesivos trances críticos que se le han diagnosticado como “terminales”, hayan podido borrarlo de la faz de la tierra, reemplazándolo por un sistema menos inhumano, como pareció advenir luego del triunfo de la “Revolución de octubre”. Pero el llamado “socialismo soviético”, tras seis breves décadas, sucumbió bajo el embate de su enemigo natural, el liberalismo a ultranza, que comenzara a expandirse a partir del descubrimiento europeo de América, y que lleva cinco siglos, entre breves lapsos de prosperidad para beneficio de ciertos grupos, y largas agonías para los desheredados de la Tierra. Así, ninguna semántica podrá homologar las palabras ‘evolución’ y ‘progreso’ con ‘expoliación’ y ‘genocidio’. 
Como una hidra capaz de desprenderse de algunas de sus cabezas, para trocarlas por otras, supuestamente renovadas, el sistema único planetario recompone sus redes y se afianza a través de la mentira y la corrupción sostenidas, tal vez a niveles jamás conocidos. Ya no quedan ni siquiera esas instituciones “honorables” que parecían estar fuera de la decadencia generalizada; todo está hoy permeado por la falsedad de un pragmatismo cerril que nutre a su propia entelequia.
Impera entre nosotros, sin contrapeso, el sofisma, definido como “silogismo viciado, por medio de la exposición de premisas falsas o verdaderas, y conclusiones que no se adecuan a las mismas, con la finalidad de defender algo, y confundir al contrario”. Vicio del lenguaje contemporáneo que se extiende a todos los ámbitos y quehaceres sociales, siendo sus principales difusores los mal llamados “medios de comunicación”: radio, televisión y también las redes cibernéticas que le sirven de soporte masivo, aunque sus actores más aventajados parecen ser los políticos de viejo cuño, que se aferran a la estructura anquilosada de sus partidos y a las prebendas de sus cargos, para servir sin tapujo a los poderes fácticos.
Por estos días, hemos asistido en Chile a la tormentosa defenestración de un entrenador de fútbol, que llevó a la selección nacional a obtener el primer campeonato sudamericano de su historia, lo que volcó a las huestes futboleras, y a casi todo el país, al mayor paroxismo triunfalista de que tengamos noticia. No obstante, el preparador-ídolo, en dos semanas, devino en facineroso malagradecido, luego de conocerse serias anomalías en sus contratos firmados ante la Asociación de Fútbol Profesional, comandada entonces por Sergio Jadue, uno de los delfines protegidos del inefable Joseph Blatter. El pequeño calvo, de ojitos vivaces y movedizos como los de una cobra, declaró su total inocencia frente a las cámaras, a través de la lectura de un breve texto apócrifo. Lo que llamó la atención de la “opinión pública” fue su aserto, rayano en la filantropía: “Los muchachos y yo (jugadores y él) luchamos en cada partido, demostrando total amateurismo”. ¿Qué tal? El entrenador de marras se ha embuchado alrededor de sesenta millones de pesos chilenos (unos ochenta y cinco mil dólares) mensuales, cuya mayor parte puso a buen recaudo en el paraíso fiscal de Islas Vírgenes, evadiendo la tributación en este país que tanto dice amar… De los sueldos de nuestros futbolistas estrella, mejor ni hablar. Menos mal que Píndaro, autor de las famosas Olímpicas, murió hace dos mil quinientos años, porque hoy podría haber cantado:

E incluso puede acontecer que los rumores de los mortales, 
habladurías adornadas con abigarradas ficciones, 
trasgrediendo el relato verdadero, nos engañen por completo...

Poner la palabra en su lugar sería un esfuerzo descomunal por devolver al lenguaje su dignidad perdida, recuperando el significado esencial de las palabras, sobre todo en aquellas aplicaciones que constituyen flagrantes maniobras del poder sobre los engañados ciudadanos; huelgan los ejemplos, pero he aquí algunos de uso y abuso diarios:
-Inversión extranjera; inversión nacional; equidad; gratuidad de la educación; derechos humanos; salud para todos; justicia social; libertad de mercado; economía social de mercado; socialismo; comunismo; totalitarismo; patria; soberanía; integridad territorial; derecho de propiedad; conflicto Mapuche; puerta giratoria; seguridad ciudadana; costo social; igualdad de género; libertad sexual; democracia representativa; sindicalización; politización de los sindicatos; vivienda social; libertad de comercio; gremialismo; violencia; terrorismo; emigración; racismo; discriminación; armamentismo; guerra religiosa; narcotráfico… Filantropía; deporte; espíritu olímpico… y tantas otras.
Si viviésemos en la época de los enciclopedistas, llamada “siglo de las luces” por aquellos esperanzados próceres del racionalismo ilustrado que preconizara el inmortal Kant, propondríamos un coloquio abierto e intenso, convocando a diversas personalidades del mundo intelectual, cultural y político, para trabajar en pos de su clarificación semántica; una suerte de academia a la antigua usanza, imbuida de ese espíritu universitario que ha mucho no sopla entre nosotros… 
Pero hoy eso parece tarea imposible, pues aun cuando contáramos con la decidida voluntad de una juventud desencantada frente al fracaso rotundo de sus predecesores, dispuesta a limpiar la casa, y quizá con el concurso de algunos hombres de edad madura que no han perdido por completo la ilusión, la magnitud del deterioro lingüístico escapa a la capacidad de reacción de quienes aún pugnamos por restituir sus significados, para restablecer, literalmente, la palabra en su sitio.