Opinión

Memorias de Chacra El Olivo (Un lar en Santiago de Chile) Diálogo de amores y de lenguas (IV-Segunda parte)

Memorias de Chacra El Olivo (Un lar en Santiago de Chile) Diálogo de amores y de lenguas (IV-Segunda parte)

–Nació usted en Chile, ha vivido toda su vida, o casi, en este Santiago del Nuevo Extremo, y pugna por parecer gallego auténtico.
–No quiero parecer nada distinto de lo que soy, un escritor caminante o, si prefiere, transeúnte, como lo definiera Micaela Souto, situado entre dos nostalgias, la de la Galicia profunda, campesina, y la de Chiloé, en el “sur de sures”, como escribió el poeta.
–Tampoco ha vivido usted extensas temporadas en Chilhué, el lugar de gaviotas, la Nueva Galicia que tanto aparece en sus escritos.
–Eso confirma que puede uno escoger sus amores y sus patrias, o ser escogido por ellos, mejor dicho. Es algo estético y, a la vez, amatorio.
–Su padre, Cándido, llegó de Galicia en marzo de 1925, con sus padres y sus seis hermanos, para radicarse en Buenos Aires… Tenía trece años entonces, pero nunca dejó de ser un gallego entrañable, vinculado a su tierra por la nostalgia…
–Y por la lengua, que procuraba no olvidar, hablando con su madre y sus hermanas… Es lo que recuerdo, porque mi abuelo gallego murió cuando yo tenía cinco años y es apenas una sombra difusa en la memoria… Un hombre que en la aldea escribía cartas por encargo.
–¿Y con los dos hermanos de su padre, Manuel y José?
–No. Ellos eran “españolistas”, en una época en que campeaba el franquismo entre los emigrantes y hablar gallego, catalán o éuskaro era cosa de gente vulgar, de “campesinos ignorantes”, o de separatistas…
–Pero si los inmigrantes españoles en Chile, en su inmensa mayoría, provenían de las capas humildes de la población peninsular… Eran hijos de campesinos o, cuando mucho, “labradores propietarios”, como se rotulaba a los vástagos menos afortunados del minifundio.
–Sí, pero una vez que accedieron a situaciones de prosperidad y treparon en la escala social, se volvieron burgueses conservadores, abandonaron el uso de sus lenguas vernáculas, aferrándose al prestigio imperial del castellano. Una mezcla de indiferencia cultural y arribismo.
–Usted no hable, que toda su obra está escrita en la lengua de Castilla.
–Por supuesto. ¿Y qué quiere? Es mi “lengua de cultura”, en la que recibí mi instrucción escolar, profesional y académica… El habla de la tribu. El gallego apenas lo conocí de niño, en Chacra El Olivo, y a través de los poemas que me motivó a leer mi padre, y de las conversas vespertinas… Luego, pasados los treinta años de vida, lo redescubrí, decidiendo que iba a profundizarlo en estudios personales de filología… Durante once años lo enseñé en Chile.
–Esos versos de Rosalía y de Curros, que usted le recitaba a su abuela Elena, para su onomástico del 18 de agosto, según ha contado y escrito muchas veces, ¿aún los memoriza?… ¿Acaso no repite los tópicos?
–Es inevitable. Remítase a Borges: escribimos un solo libro, aunque tenga varios ejemplares o volúmenes. Los motivos nunca son muchos, pues la tautología es también porfiada anomalía literaria.
–No se ofenda, pero ¿qué valor o trascendencia hay en aprender un idioma tan minoritario como el gallego?, ¿qué destino o alcance podríamos concederle?
–Veo que también en esto emplea usted el prisma equívoco y aberrante de la estadística, los números mayoritarios, una suerte de democracia cuantificada y abusiva como ecuación demostradora. Según ese criterio, llevado al extremo, debiéramos abocarnos al estudio del chino mandarín, o del inglés yanqui, y abandonar todo otro idioma.
–De acuerdo a fundadas predicciones de organismos internacionales, para el 2050, el gallego y otras muchas lenguas o idiomas minoritarios se habrán extinguido.
–Si así fuere –aunque no lo creo–, ¿qué importa que ello ocurriere?, ¿acaso no vamos a extinguirnos usted y yo? Nuestro planeta Tierra también tiene los días contados, aunque se midan en guarismos que nos parecen inmensos… Mientras tanto, disfrutemos lo que nos queda sobre la mesa de las lenguas y amemos con pasión aquellas que recibimos como preciosa herencia… En particular, el idioma gallego.
–Tengo entendido que en Chile no se habla la lengua gallega, ni siquiera en el estrecho círculo de las asociaciones de gallegos, en las cuales se han extinguido también los emigrantes, quedando apenas sus descendientes, poco inclinados a conocer la lengua de los ancestros, o devanceiros, como usted dice.
–Devanceiros. Sí, adelantados o fundadores, no en el sentido feroz de la conquista, sino en el fundacional, aquel que deja huellas culturales y anímicas, las únicas que debieran importarnos… Mientras quede un gallego hablante, la lengua no desaparecerá, como decía Cunqueiro. Ya hemos visto morir, en Chile, por incuria cultural y ceguera histórica, varias de nuestras lenguas autóctonas, a saber: selknam, tehuelche, kunza, kawéscar, chono y yagán…
–Quizá el drama de aquellas lenguas fue que pertenecían a una etnia específica y desaparecieron con ella. Entiendo que los gallegos no constituyen una etnia, sino una nación inserta en el estado español, y que muchos de sus hablantes están esparcidos por el ancho mundo.
–Así es. Espallados polo mundo… Pero eso no garantiza su vigencia, porque las comunidades asentadas en muchos países –ya lo dijimos– no tienen mayor interés en la preservación del idioma de Rosalía. De ahí la exhortación del poeta Antón Tovar:

“Patria das miñas palabras”
–Patria temporal da lingua/ onde me acobillo e me defendo/ fixen dos ecos que sementaron/ os labios dos mortos/ a miña casarella de home triste./ Agora son o pegureiro pobre/ que conduce as greas de palabras/ polas brañas lentorecidas do silencio./ Comungo, tal un neno tatexante,/ os nomes primixenios, verdadeiros/ que desgalgan desde os cantos píncaros/ e baixan cos regatos polas corgas…  Pequena patria das palabras/ tristes coma aforcados abalando/ que eu desgraño coma un millo/ nas miñas maos culpábeis e inocentes.

–Entiendo el sentido del poema y me conmueve su ritmo… Una palabra ha resonado en mí, dicha en mi memoria por su padre Cándido: pegureiro. Le oí contar, poco antes de su viaje definitivo, que de niño, en la aldea remota, había sido pegureiro, es decir “pastor de ganado montesino”, y estaba orgulloso de ese su primer oficio.