Opinión

Memoria, palabra y lumbre

Telegrama art Moure
Memoria, palabra y lumbre

En noviembre próximo 2021 celebraremos los noventa años de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), fundada, como consigna el Portal de la Memoria Chilena de la Biblioteca Nacional: “El 6 de noviembre de 1931 cuarenta y dos escritores firmaron el Acta de Constitución de una Sociedad de Escritores: Marta Brunet, Mariano Latorre, Domingo Melfi, Ernesto Montenegro, Manuel Rojas, Joaquín Edwards Bello, Antonio Acevedo Hernández, Benjamín Subercaseaux, Daniel de la Vega, Jenaro Prieto, Guillermo Atías, entre otros”.

Hablamos y escribimos desde su sede, en calle Simpson 7, Santiago de Chile, dentro de este recinto de nuestra memoria que hemos bautizado como Casa Escrita. En octubre se cumplen cincuenta años desde el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura a Pablo Neruda (1971). Veintiséis años antes, la primera mujer y poeta de habla hispana en obtenerlo, había sido nuestra Gabriela Mistral (1945). En la misma fuente memoriosa señalada en el párrafo precedente, se consigna: En 1945 la Academia Sueca galardonó finalmente a Gabriela Mistral con el Premio Nobel de Literatura, premio que recibió el 10 de diciembre de aquel año. Años después de este reconocimiento de carácter universal en Chile se le otorgó el Premio Nacional de Literaturaen 1951.

El subrayado de la información académica parece recalcar, con ironía gráfica, lo que ya sabemos: que el modesto premio de nuestra república isleña le fue otorgado a la insigne Maestra de Elqui, seis años después de recibido el máximo galardón universal de las letras. Constatación lamentable de ese lugar común, no por repetido menos veraz: “Nadie es profeta en su tierra”. A lo que habría que agregar, desde el alicaído gracejo chileno: “…ni poeta en su casa”; ya no se usa ‘poetisa’, que en este caso haría justicia a Gabriela, a las poetas y mujeres chilenas, tan preteridas y aun humilladas en los diversos ámbitos de presencia y acción; con mayor vergüenza e impunidad en las letras y otras artes.

La Sociedad de Escritores de Chile envió a la excelsa poeta un telegrama de felicitación, cuyo facsímil insertamos aquí. Al parecer, los fondos de caja eran escasos, a juzgar por el laconismo de las palabras constreñidas en esa paloma mensajera electromecánica que conocimos como teletipo.

A propósito, hace setenta años, el 16 de agosto de 1951, el directorio de la SECH envió una carta de desagravio a Gabriela Mistral, firmada por Benedicto Chuaqui, vicepresidente, y Benjamín Morgado, secretario. En ella, en su primer párrafo, que transcribimos desde el facsímil disponible en los archivos de Memoria Chilena, le manifiestan:

“Durante el presente año, ha sido preocupación de la Sociedad de Escritores de Chile, obtener para Ud. la debida reparación, puesto que, hasta la fecha, no se le había concedido el Premio Nacional de Literatura. En este sentido, la Sociedad acordó solicitar del Supremo Gobierno –(era Presidente, entonces, Gabriel González Videla, el persecutor infame de Pablo Neruda)– un premio especial para usted de $500.000.- (quinientos mil pesos), acuerdo que fue redactado en los siguientes términos:

“La Sociedad de Escritores de Chile, en consideración: 1°, que Gabriela Mistral es uno de los más altos valores de la literatura nacional y mundial, como lo acredita el hecho de habérsele concedido el Premio Nobel en 1945;

“2°, que el Premio Nacional de Literatura instituido como la recompensa máxima para nuestros escritores, ha sido distribuido diez veces, con omisión de esta prominente figura de nuestras letras (el primer galardón fue otorgado, en 1942, a Augusto D’Halmar);

“3°, que no es posible aceptar que en la lista de honor de nuestros escritores no figure el nombre de Gabriela Mistral; pero que otorgarle en estas circunstancias el Premio Nacional de Literatura no puede ser considerado una reparación suficiente por la grave omisión señalada, ni un reconocimiento adecuado a sus especiales merecimientos intelectuales, el Directorio de la SECH acuerda:

“a) Proponer que se cree, por ley, un premio extraordinario de literatura nacional, que se asignará una sola vez, con una dotación de $500.000.- a Gabriela Mistral;

“B) Invitar a las Asociaciones de Escritores, P.E.N. Club, Alianza de Intelectuales y Sindicatos de Escritores, para que, en unión de esta Sociedad, suscriban una petición al Congreso a fin de que se dicte una ley en el sentido indicado, lo que constituiría no ya el reconocimiento de sus altos méritos por un Jurado, sino el especial homenaje del pueblo entero de Chile, expresado por sus representantes en el Congreso”.

Hasta aquí los considerandos fundamentales de la carta. Gabriela Mistral se encontraba en Nápoles, cumpliendo funciones diplomáticas. Conociendo su carácter y la modestia de su vivir cotidiano, no se habrá hecho ella falsas ilusiones al respecto. 

Aquella petición, si no extemporánea, de iniciativa algo peregrina y soñadora, como tantas de las forjadas en la Casa Escrita, se diluyó con la rapidez del humo de un cigarrillo. Según ingenieros de finanza actuales, esos quinientos mil pesos equivaldrían hoy a unos cincuenta millones de pesos, más que la suma de dos premios nacionales.

Validemos la voluntad de aquel gesto de tardía reparación, aun cuando exhale el viciado tufillo patriarcal y paternalista de mitigar ultrajes morales, infligidos a la mujer, con el expediente de recompensas económicas postreras o simples halagos extemporáneos. Cabe preguntarse: ¿en esos diez años del Premio Nacional, no participaron en las deliberaciones escritores miembros de la SECH y aun de su directorio?, ¿no conocían a cabalidad la obra de Gabriela Mistral?

Traigamos a la memoria la lista de galardonados:

1942 Augusto D’Halmar; triunfo del simbolismo neorromántico;

1943 Joaquín Edwards Bello; premio a nuestro incomparable cronista;

1944 Mariano Latorre; el criollismo campea por sus fueros;

1945 Pablo Neruda; la poesía amorosa y torrencial del sur (Pablo Neruda resuena en Chile, Gabriela Mistral retumba en Suecia);

1946 Eduardo Barrios; triunfo de la novela intimista;

1947 Samuel Lillo; poeta neorromántico de las ‘Canciones de Arauco’; ¿quién lo lee hoy?, ¡ay!, ¿quién lo recuerda siquiera?

1948 Ángel Cruchaga Santa María, poeta de los salones y fino cronista;

1949 Pedro Prado, poeta, ensayista, novelista simbólico en ‘Alsino’;

1950 José Santos González Vera, narrador de un realismo nuevo, anarquista de alma, amigo de Gabriela; su novela ‘Alhué’ sobrevive y reluce;

1951 Gabriela Mistral; poetisa, poeta, grande entre los grandes; reivindicación aldeana y tardía que suena a ultraje.

Ninguna mujer galardonada, entre 1942 y 1950. Diez años después de Gabriela Mistral, en 1961, el premio recaerá en Marta Brunet, una de nuestras grandes narradoras. La “omisión de género”, como dicen las feministas, continúa, aunque no tan acentuada como en el pasado siglo.

Vaya si es antigua y acendrada la discriminación de la mujer en esta larga aldea con espíritu isleño donde nos ha tocado nacer. Gabriela Mistral, no obstante su lucidez intelectual y su ánimo progresista, sobre todo en el ámbito de la educación, donde cumplió un destacadísimo papel –no en Chile, entiéndase– sino en México, en la estructuración de una reforma educacional pionera en América Latina, no puede considerarse precursora del feminismo ideológico de hoy, talvez porque su origen y la circunstancia que marcó su existencia temprana en medio de esas mujeres pueblerinas, sumidas en un mundo neocolonial, no le permitiera desligarse por completo de aquellas ataduras ancestrales. 

Así nos parece, al leer los textos memoriosos de su opera magna, Gabriela Mistral; Obra Reunida. Desde su magnífica prosa, en ‘Mi experiencia con la Biblia’, recordemos parte del retrato vivo de su abuela Isabel:

“¿Por qué ella, en vez de darme puras oraciones de Manual de Piedad, según la costumbre de las viejas devotas de Coquimbo, le daba a su niñita boba, de aire distraído, lo menos infantil del mundo, según piensan los tontos de la pedagogía? ¿Por qué le echaba ese pasto tan duro de majar y tan salido de tiempo y de lugar, esa cadena de salmos penitenciales y de salmos cantos jubilares? Nunca yo me lo he podido comprender, y me lo dejo en misterio porque me echó al regazo de la infancia el misterio y no lo he tirado como tantos y hasta me he doblado los misterios que recogí entonces, por voluntad de guardar en mí la reverencia, el amor de índole reverencial, la adoración ciega, porque ciega es siempre, de lo divino…

“…Las únicas estampas que yo le guardo son estas de su cara bajada a mí y mi cuello subido a ella, en su porfía para hacer correr de mi seso a mis tuétanos, los Salmos de su pasión”.

-En mis habitaciones, en mis espacios de ancha matriz femenina, donde guardo la lumbre de las palabras y las vasijas del vino propiciatorio –parece decirnos esta Casa Escrita– vive y permanece y nos habla la voz de Gabriela Mistral, la primera de todas sus mulieres ignis, mujeres de fuego.