Opinión

José Balmes, Catalán Universal (1927-2016)

José Balmes, Catalán Universal (1927-2016)

El domingo por la noche, cerca de las diez, el locutor televisivo del noticiero comunicó, en veinticinco segundos, la muerte del pintor José Balmes. Antes de eso, todos los canales chilenos dieron cuenta, durante cuarenta minutos, del fallecimiento del cantante mexicano Juan Gabriel, a quien llenaron de hipérboles elogiosas y de ditirambos al por mayor. Un periodista, especializado en ‘espectáculos’, le calificó como “el más grande ídolo mexicano de la canción”, resaltando su origen humilde en la ciudad fronteriza de Juárez, allí donde aún asesinan mujeres cada día. (Nadie sabe si el cursi ‘gorrión popular’, cargado de brillos vaporosos y lentejuelas, alguna vez usó su masiva cobertura mediática para condenar aquellos crímenes aberrantes).
José Balmes Parramón, nuestro artista de la plástica, que acaba de marcharse al Olimpo de los grandes creadores, nació en 1927, en la villa catalana de Montesquieu. En 1939, luego de la victoria de las huestes católico-franquistas, abandona España con su familia, gracias a las gestiones de Pablo Neruda y Delia del Carril, con la colaboración de Carlos Morla Lynch y el gobierno de Pedro Aguirre Cerda, instancias que hicieron posible el masivo embarque de más de dos millares de españoles, en el Winnipeg, ‘barco de la esperanza’, que arribaría al puerto de Valparaíso a inicios del mes de septiembre de 1939, con su precioso pasaje de republicanos, entre quienes sobresalieron artistas e intelectuales que iban a enriquecer el arte, la cultura y la academia de este ‘Último Reino’ de la vieja Hispania, como: Roser Bru, José Ricardo Morales, Leopoldo Castedo, Mauricio Amster, Elena Gómez de la Serna, Diana Pey, Isidro Corbinos y otros ilustres hijos de la República Española.
Julio Gálvez Barraza, connotado especialista e investigador histórico, escribe:
“Si tenemos que hablar del aporte, en todo orden, de los refugiados españoles al desarrollo del país que los acogía, no podemos circunscribirnos solamente a los pasajeros del Winnipeg, nombre mítico que, por otra parte y con todo merecimiento, se ha convertido en un símbolo de la inmigración española a Chile. La diáspora española comenzó antes del 3 de septiembre de 1939, fecha de la llegada del barco al puerto de Valparaíso, y continuó hasta finalizar la década del 40. Bien es cierto que, nunca antes, –ni después– del arribo del Winnipeg, fue en un conjunto organizado tan numeroso.
“Un grupo importante de inmigrados españoles –algunos testimonios cifran la cantidad en unas cincuenta personas–, llegó, a fines de diciembre de 1939, a Buenos Aires a bordo de otro barco mítico; el ‘Formosa’. La gran mayoría de ellos siguieron viaje a Chile. Entre ellos venían Antonio Rodríguez Romera y su esposa Adela Laliga; Vicente Mengod; el profesor Alejandro Tarragó y su hermano, el escultor Claudio Tarragó, quien en Barcelona tenía un taller de escultura decorativa y había ornamentado algunos edificios para la Exposición Universal del año 1929; Eleazar Huerta y el arquitecto Germán Rodríguez Arias. También formaron parte de ese viaje los hermanos del poeta Antonio Machado; José y Joaquín Machado, con sus respectivas familias. Otro grupo, menos numeroso que los anteriores, llegó a Chile en noviembre de 1940. Entre ellos venía el poeta Antonio Aparicio, considerado junto a Miguel Hernández uno de los más prometedores poetas jóvenes de España; el arquitecto Fernando Echeverría Barrio; el escritor Pablo de la Fuente; el doctor José García Rosado; Santiago Ontañón, escenógrafo, quien había colaborado en las puestas en escena de las obras de García Lorca y el, para muchos, inolvidable discrepante Arturo Soria Espinoza. Todos ellos formaban parte de los diecisiete asilados en la Embajada de Chile en Madrid, a los que, durante 19 meses, les fue negada la salida de España por el régimen franquista”.
El gobierno chileno de la época, encabezado por el presidente Pedro Aguirre Cerda –militante del Partido Radical–, recibió ingentes presiones de la Derecha criolla, proclive al franquismo, para impedir el ingreso a Chile de republicanos españoles, calificados de “subversivos y agitadores políticos”. El mandatario encomendó a los organizadores de la travesía del Winnipeg que seleccionaran “mano de obra calificada”, de preferencia obreros y artesanos, y no intelectuales ni artistas... Es claro que Pablo Neruda y los suyos hicieron caso omiso de aquella aprensiva solicitud.
Se cuenta que uno de esos intelectuales, al ser interrogado por un oficial de aduana acerca de su profesión u oficio, habría respondido: –Soy zapatero. El funcionario le pidió entonces que exhibiera sus manos, blancas, suaves y estilizadas… –Las suyas no son manos de zapatero, señor… –Es que hace mucho que no teníamos cuero para hacer zapatos– fue la escueta respuesta de aquel profesor de lenguas y distinguido filólogo.
Conocí a José Balmes en 1986, en la Sociedad de Escritores de Chile. Me lo presentó su amigo, el escritor Poli Délano. Por aquellos días, la Asociación de Pintores y Escultores de Chile se cobijó en la Casa del Escritor, ocupando dependencias del segundo piso. El ya afamado pintor era un hombre sencillo, de modales directos, parco y franco, que hablaba muy rápido, con inconfundible acento catalán, pese a que había llegado a Chile a los trece años de edad, completando sus estudios secundarios en el Liceo Barros Borgoño, para ingresar luego a la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, donde tuvo como maestros a Camilo Mori y Pablo Burchard. Allí trabó amistad con Gracia Barrios, con quien contrae matrimonio en 1952. Su compañera de toda la vida, y ahora viuda, Premio Nacional de Artes Plásticas 2011, como lo fuera su marido, en 1999.
José Balmes entregó su prolífica vida y las mejores expresiones de su talento a este país austral, cuyos hijos tienen la particularidad de no reconocer a sus grandes figuras del arte y la cultura como lo merecen. Pero la obra de Pepe Balmes, acreedora de numerosos premios y galardones, es el testimonio imperecedero de su huella creativa. Fue, asimismo, un hombre comprometido con las luchas sociales, un “testigo insobornable de su tiempo”, dicho en palabras que cogemos de Albert Camus, para una ocasión apropiada.
Amigo personal del poeta Pablo Neruda –nuestro Premio Nobel de Literatura 1971–, José Balmes dejó dicho de él:
“Nunca jamás, ni siquiera al final de mi vida, voy a hacer lo suficiente por agradecer el hecho de estar en este país y de ser ciudadano chileno, gracias, justamente, a Pablo Neruda. Como alguien dijo alguna vez ‘las deudas de amor no se terminan de pagar nunca’ y esta es una gran deuda que yo tengo con él todavía…”.
Palabras de reconocimiento y gratitud de un gran artista, luchador incansable por la dignidad humana.
Gracias, José Balmes, chileno de adopción y catalán universal. No caerá sobre ti la artera ceniza del olvido.