Opinión

José Angel Valente: El fulgor de la palabra

“La palabra poética –escribió José Angel Valente– ha de ser, ante todo, percibida, no en la mediación del sentido, sino en la inmediatez de su repentina aparición”. O sea, en su fulgor, en esa chispa por la que el lenguaje nos entrega el hallazgo precioso de su revelación, ofreciéndonos el don que permite ver donde otros no ven...
José Angel Valente: El fulgor de la palabra
“La palabra poética –escribió José Angel Valente– ha de ser, ante todo, percibida, no en la mediación del sentido, sino en la inmediatez de su repentina aparición”.
O sea, en su fulgor, en esa chispa por la que el lenguaje nos entrega el hallazgo precioso de su revelación, ofreciéndonos el don que permite ver donde otros no ven... “El fulgor, el rayo oscuro, la aparición o desaparición del cuerpo o del poema en los bordes extremos de la luz”.
José Angel Valente nació en la ciudad de Ourense, en la “Galicia profunda”, el 25 de abril de 1929, en la casa de la rúa Bedoya, cara al parque de San Lázaro. Su pasamento, es decir su travesía postrera, ocurrió el 18 de julio de 2000. Vida intensa, proyectada desde el seno de una familia de siete hijos, cuyos padres fueron: Marcial Valente García y Purificación Docasar de la Torre: José Angel, Pilar, Manuel, Ramón, Purificación, Marcial y Lucila. En aquella casa iba a despertarse su temprana fascinación por los libros, en la amplia biblioteca familiar donde Marcial Valente, el pater familia, el contable, alternaba el peso de las horas entre números con el vuelo de la palabra escrita.
Nos cuenta el poeta: “Eu nacín en ningures. Ou non nacín –de ter nacido, se ben cadra– nun lugar que xa non eisiste. Por iso lle chamo Augasquentes. Non lle atopo outro nome na miña memoria, por máis que nela furgo...”.
“Porque tamén a casa onde coido aqueceu ese presunto nacemento ten sido demoída e xa nada fica dela, nin cimentos nin ren. Pantasma, imaxe da lembranza. Parque de San Lázaro, santo moi da miña devoción o probe Lázaro...”.

José Angel estudió en las universidades de Santiago de Compostela y Madrid, donde se licenció en filosofía románica. Enseñó durante algunos años en Oxford y obtuvo el Master of Arts. Entre 1958 y 1980 trabajó en Ginebra como traductor de organizaciones internacionales, y luego en París, para la Unesco. Inició su obra poética en 1955, con un significativo título: ‘A modo de esperanza’, libro que le valdría el Premio Adonais. En dos ocasiones obtuvo el Premio de la Crítica, 1960 y 1980. En 1988 recibe el Premio ‘Príncipe de Asturias’ de las Letras; en 1993 será galardonado con el Premio Nacional de las Letras; también le fue otorgado el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. En el año 2000 es nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Santiago de Compostela.
No le faltaron en vida reconocimientos y homenajes, aunque fue un creador solitario, un poeta volcado hacia su propia intimidad, otorgando a su poesía una esencial vibración mística. “Sólo se llega a ser escritor cuando se empieza a tener una relación carnal con las palabras”. Digamos, la absoluta comunión del yo con el verbo creador.
Escribió José Andrés Rojo: “La lucidez de sus juicios, la profunda ironía de su mirada, su inagotable capacidad para desentrañar las honduras espirituales de tantos escritores y artistas, todo ello quedaba siempre subordinado a su pasión por la poesía. La suya se agrupó en tres grandes ciclos poéticos: Punto Cero, que reunía su obra entre 1953 y 1976; Material Memoria, 1977 a 1992; y Fragmentos para un Libro Futuro, en los que trabajaba con sus poemas de los últimos años...”.
Ya la mirada del poeta tórnase melancólica, retrospectiva:
“Eiquí, neste punto e hora, nesta malenconía, crítica e biografía converxen ou son de feito a mesma cousa. Auga que move o mesmo muíño... Xa só sentímo-la crítica como afinidade ou cáseque, diríamos, como autobiografía. Nesa afinidade de reigaño é onde fai o poeta Luis Pimentel a súa aparecencia…”.
“Fidalga e fonda figura, paxaro de prata viva. Pimentel. Sonoridade do nome. Segredo da persoa. Ninguén no seu tempo e na nosa lingua falou poeticamente con misterio maior. ‘Máis alá da néboa, máis alá do mar, máis alá da chuvia, máis alá do bosque’ ¿Onde? Alén. Terra de alén, a nosa terra. E máis alá de alén, e alén de alén, ¿qué viches Pimentel?”.
Es la pregunta hecha por el poeta en su madurez al maestro que escogió un día temprano y a cuya sabiduría creadora vuelve, como torna él a los ámbitos de su Galicia amada.
Este galego de Ourense y español de Madrid encarna en sí mismo la dualidad cultural de su patria gallega y la riqueza multifacética de lo que llamó con lucidez Francisco de Quevedo, en su tiempo, “nuestras Españas”, universo donde conviven –no sin sobresaltos ni conflictos, como ocurre en toda relación afectiva– pueblos, lenguas, tradiciones; calidoscopio de la infinita variedad humana, enriquecedora, por cierto, en sus matices diferenciadores.
Ante la avasalladora marea de la globalización contemporánea, los pueblos cultos, aquellos que se nutren en las sólidas raíces de sus cosmogonías particulares, se resisten a homogeneizar el modelo impuesto por un pragmatismo aniquilador, ajeno a nuestro mundo iberoamericano, que ofrece la dudosa panacea de sus abalorios tecnológicos como pobrísima respuesta a las elementales cuestiones de la condición humana.
La obra de José Angel Valente fluye por los veneros de la lengua castellana, a través de la cual el poeta orensano ratifica esa notable maestría ostentada por grandes escritores gallegos para hacer brillar con luces nuevas el idioma de Castilla... Recordemos a Ramón María del Valle Inclán, a Gonzalo Torrente Ballester, a Alvaro Cunqueiro, a Camilo José Cela, a Eduardo Blanco-Amor, ese otro hijo de Orense que se enamorara de Chile, hace más de medio siglo...
Claudio Rodríguez Fer, gran conocedor de la obra de José Angel Valente, nos dice: “En un autor con la autenticidad creativa de Valente la elección lingüística no es resultado de una decisión extrapoética, sino de una pulsión espontánea derivada de demandas externas o internas que provocan que sea la lengua quien elija al poeta más que el proceso inverso. El propio cultivo de la lengua gallega es, pues, suceder y consecuencia al mismo tiempo de una correlación de hechos biográficos”.
“En efecto, tras abandonar el gallego como lengua poética desde que marchó de Galicia, ya en la juventud, Valente se encontró con aquél cuando fue invitado, por la asociación emigrante A Nosa Galiza, de Ginebra, para disertar sobre las Cántigas de Alfonso X el Sabio, concretamente con motivo del Día de las Letras Gallegas de 1980, dedicado a la memoria del Rey Poeta que empleaba el galego como lengua refinada de excelso quehacer poético… La inmersión en la lírica alfonsí despertó en el poeta recuerdos biográficos y resonancias literarias que de manera natural sólo podían materializarse en gallego”, y es el propio poeta quien nos dice: “Se escribe desde muy hondos posos, desde muy sumergidos ritmos de la lengua, que se nos imponen o hablan en nosotros”.
La Galicia orensana, la mítica Auria que inventó Blanco-Amor, siempre identificada con las aguas, y que sería rebautizada por el poeta como Augasquentes, metáfora y topónimo de la infancia recobrada, rebrota con sus secretos manantiales, como la sangre rumorosa de la geografía gallega:
Dicer de tódalas las augas
Da beiramar fuxín, / Subín o monte. / Hoxe dícenme as augas: / Mañán é ante.
Para non morrer, / para non morrer / endexamáis de morte, / a frol de acacia levo / vecino e lonxe.
Coa ponla loura, / veciño e lonxe, / as augas alumeo, / anque fai noite. / Na peneda furada / bebín meniño. / Das augas da peneda / fíxenme río. / Fíxenme río e río / e mar e fonte. / Chamádeme somente / coa miña voce. / Coa miña voce, / na miña voce, / alonxáronse as augas: / ficou a ponte.

El poeta regresa, al fin. Es su alma la que vuelve, posada en la golondrina inquieta de la lengua, en esa andoriña que es para los gallegos metáfora volandera de la emigración. Y entonces, José Angel Valente habla a su madre carnal y a su Terra Nai, porque Galicia es el mito vivo de la Tierra Madre, la dulce invención femenina del mundo…
Escoita, mai, voltei / Estou no adro onde aquel día / o grande corpo de meu abó ficou / lnda oio o pranto. / Voltei. Nunca partira. / Alongarme somente foi / o xeito de ficar para sempre.