Opinión

Famosos

-No hablo de futbolistas de elite ni de actrices o actores de teleseries top, ni siquiera de políticos defenestrados por delitos de corrupción (en este ámbito, fama e infamia se tocan como extremos continuos en la circunferencia de la miseria humana)… No, me refiero a quienes trabajan con ahínco para acceder a la fama, a toda costa y a cualquier precio; hablo de escritores que, a falta de talento deslumbrante (o huérfanos de mínima aptitud), recurren a los artilugios en boga del lobby, confundiendo, de paso, literatura con publicidad, arte con artificio propagandístico, valor estético con aquiescencia servil o componenda de pasillos.

-Siga…

-En los albores de los gobiernos de “transición democrática” (aún incompleta), junto a la creación de los fondos de cultura, se articuló el correspondiente aparato burocrático, tanto para administrarlos como para discernir a los beneficiarios mediante concursos más o menos públicos. Un avance, sin duda, aun teniendo en cuenta las limitaciones propias de todo proceso de escogencia estética, desde la designación de los jueces o jurados (¿quién evalúa a los evaluadores?) hasta los parámetros de rigor para discernir, entre los cuales parece haberse colado la mercantil categoría del “impacto”, una de las cuatro máximas empleadas para elegir a los afortunados. Es decir, si postulas con algún trabajo literario de alta calidad, en cualquiera de los géneros propuestos en las bases, deberás arreglártela para convencer a los jurados de que tu obra será difundida y recibirá un beneplácito multitudinario a través de un mundo mediático que, de acuerdo a lo sabido, no otorga ni la más mínima atención a los productos del arte, salvo que estos vayan acompañados de ciertos prestigios aleatorios del cultor, como su opción sexual “vanguardista” o veleidades de tránsfuga político debidamente aprovechadas.

-Hay quienes han ganado ya más de tres “fondos del libro”. Conozco a un escriba que exhibe su triunfo con media docena de galardones de diversa índole y clasificación postulante, desde el estímulo creativo hasta la directriz de talleres literarios itinerantes. Y el hombre persiste y pugna por obtener otras becas similares, como si pretendiera subsistir concursando y dedicar así la mayor parte de su tiempo vital al ejercicio del arte. Pero, a parejas de este afán hasta cierto punto encomiable, nuestro virtuoso quiere alcanzar cuanto antes la fama, manifestando que la merece por ser el mejor en su género, más bien dicho, el único, el ungido por las musas coetáneas, sin competencia posible ni rivalidad aceptable.

-En el caso que me ocupa, la fama perseguida no se asocia a la obtención del dinero como premio o poder complementario. Esto puede ser corroborado por casos (sujetos) curiosos, poseedores del bienestar económico que nuestra sociedad neoliberal suele escatimar, con mayor asiduidad, a quienes habitan el mundo marginalizado de las artes; los individuos de marras, herederos propicios, quieren obtener también la recompensa de la fama, entendiéndola como premio excelso que no puede adquirirse en los mercados y que da más lustre que la más brillante de las monedas de oro. Entonces, buscan a las figuras ilustres o paradigmas vivos de nuestra humilde aldea letrada, les invitan y agasajan, se fotografían con ellas en presentaciones de libros o conferencias intelectuales, quizá esperando de aquellos contactos una especie de contagio benéfico y perdurable.

-Ya mencionó usted a candidatas y candidatos a nuestro modesto Premio Nacional de Literatura, que acopiaban nutridas carpetas, sin muchos antecedentes literarios propios, pero con abundantes fotografías y aun cartas manuscritas de escritores famosos, como si tales documentos constituyeran un aval irrebatible de méritos estéticos. (Yo recibí, en 1976, una carta de Octavio Paz, a propósito de un texto mío publicado en la revista mexicana El Cuento. Extravié aquella cara misiva en alguna expurgación forzosa de mi biblioteca. Hubiese sido un buen apoyo circunstancial, en vistas a una postulación honrosa, ¿quién sabe?).

-Lo penoso para estos persecutores de la fama sincrónica es que el auténtico prestigio literario, si llega, adviene cincuenta años, a lo menos, después de la muerte del autor, como vaticinara Jorge Luis Borges y le ocurriera a Miguel de Cervantes y Saavedra, por referirnos a ejemplos de suyo emblemáticos.

-Otro cantar es hacerse vanas ilusiones o conformarse con elogios aldeanos e intrascendentes que durarán menos que el sabor del postre en un opíparo banquete de bodas. Y como viene siendo ya un hábito de mi vejez inminente, acudo a los maestros que nos precedieron, a su sabiduría proverbial y a menudo contradictoria, para entender lo que nos inquieta o desconcierta.

-He aquí parte de un hiperbólico elogio sobre la fama póstuma de su admirado Lope de Vega, escrito por Juan Pérez de Montalbán:

…Para lisonja de los cuatro trozos del orbe donde está esparcida la inmortalidad de su fama y para que sepan todos el amor verdadero que siempre le tuve, venerándole por mi amigo y por mi maestro, pues lo fue de todos […] alcanzó por sus aciertos un modo de alabanza que aún no pudo imaginarse de hombre mortal, pues creció tanto la opinión de que era bueno cuanto escribía, que se hizo adagio común para alabar una cosa de buena, decir que era de Lope. […]

Lope de Vega solo monta más que todos los poetas juntos […] el más insigne varón que han conocido y venerado entrambos mundos […] A los últimos acentos de la Fama póstuma, que aunque indigno coronista de tan gran héroe escribí a persuasión de mis obligaciones, luego que me templó el dolor de mi sentimiento la segura esperanza de su muerte felice, todos los ingenios de Europa previnieron a un tiempo mismo las lágrimas al dolor, los suspiros a la pena, los afectos a la voluntad y los conceptos a la pluma para cantar y llorar juntamente la memoria y la ausencia del más raro varón que nació al mundo…

-Y ya ve que no es hoy tanta la fama de Lope de Vega y que mucho le va en zaga a ese talentoso sefardita llamado Miguel de Cervantes y Saavedra, que fue también su enconado rival en el Parnaso de las letras hispanas, donde se tejían también muchas insidias.

-No me diga, Moure, que a usted no le agradaría ser famoso.

-Ya lo soy, amigo, aunque la grandeza de mi humildad me fuerce a pasar inadvertido.