Opinión

Crónicas de Michigan II: Mark Twain, el regreso del maestro

Crónicas de Michigan II: Mark Twain, el regreso del maestro

Steve me lleva a Barnes & Noble Booksellers, una gigantesca librería de Michigan, suerte de supermercado , donde brillan y resaltan voluminosos bestsellers de autores que desconozco. Libros en inglés, por supuesto, pero hay una modesta sección de libros en español (castellano), aunque por ahora me interese más la lengua de Joyce.

Busco primero La Casa del Aliento (House of Breath), de William Goyen, libro que me regalara, en vieja edición de Goyanarte, Buenos Aires, hace treinta y cuatro años, Jorge Teillier. Quisiera intentar ahora su lectura en inglés. Pregunto a una joven dependienta. Frunce el ceño, repito el nombre del autor, arruga aún más el entrecejo, se lo escribo en un papel… Abre la caja de Pandora del computador y algo encuentra. Me dice que hay un par de ejemplares en alguna bodega lejana, pero la espera es de dos o tres días para obtenerlo. Desisto.

William Faulkner dijo alguna vez que su tocayo Goyen era uno de los mejores escritores de aquella generación incomparable de narradores estadounidenses, pero que había carecido de esa esquiva fortuna de la notoriedad. Es posible. La prueba está a la vista. En las largas estanterías de los consagrados, ordenados por estricta nominación alfabética, no hay nada de Goyen, ni siquiera esa novela-poema a la que me introdujera el poeta Teillier.

Busco ahora Mi vida en el Mississippi, libro del maestro Mark Twain, hijo del gran río, ícono cultural y literario de este gigantesco Estados Unidos que sus habitantes designan como América, sin más. En uno de los anaqueles están casi todas sus obras y también la que da cuenta de su moroso recorrido por aquel universo acuoso de infinitos afluentes que constituye el delta más grande del mundo. Se trata de una edición de bolsillo, en letra menuda y apretada, que mis ojos leerían con doble esfuerzo: el del inglés huidizo, que no domino, y el desciframiento de cada palabra difusa.

Pero encuentro una edición que me inquieta. Se trata de Mark Twain Notebooks, un libro de notas y otros apuntes, de trescientas treinta y tres páginas, que contiene, además, cartas, certificados, comunicaciones, artículos periodísticos, afiches, caricaturas, fotografías, y documentos inéditos de diversa índole que fueron rescatados del olvido por el editor Carlos Devito; se trata de un texto publicado a fines del 2015.

Estimo que solo las fotografías, grabados, dibujos y reproducciones facsimilares valen lo que puede costar este libro que tiembla entre mis manos. Es una edición de lujo, pero me armo de valor e inquiero el precio: veinte dólares, es decir catorce mil de nuestros humildes pesos chilenos. Una ganga para tamaña publicación. Vuelvo con el libro como un niño con su preciado regalo, y comienzo la lectura, recordando que en nuestra casa materna (todas las casas deben ser maternas) estaban las obras completas de Mark Twain, en esas finas ediciones Aguilar que padre Cándido adquiría, periódicamente, a menudo con detrimento del peculio familiar, pero así parece funcionar este compulsivo hábito de los amantes de la letra impresa.

Nosotros también fuimos Tom Sawyer y Huckleberry Finn, sobre todo en los espacios de Chacra El Olivo, donde muchas travesuras parecieron fechorías, aunque sin alcanzar connotaciones delictivas o terroristas, más en la adolescencia siempre surgen la tentación y el riesgo de traspasar los límites permisivos; de lo contrario, se es viejo antes de tiempo. Pero la aventura es una necesidad para las almas ávidas, y suele volcarse hacia la expectativa incierta de los viajes, como le ocurriera a Samuel Langhorne Clemens, cuyo nombre de fama universal iba a ser Mark Twain, alusión onomatopéyica al necesario oficio de sondear, desde la cubierta de las grandes embarcaciones, las profundidades del rio Mississippi y de sus infinitos afluentes. Y si el agua trae y lleva los sueños humanos, como nos revelara Gaston Bachelard, el hijo del río es también él mismo un flujo vivido cuyo movimiento no cesa, quizá buscando la meta que es el mar, el diluirse definitivamente en la inmensidad del todo, como viene a ser el destino de cada existencia.

Mark Twain nos enseñó que “el humor es la cosa más seria del mundo”, porque su empleo fino y acertado desnuda nuestras miserias y transforma en una sonrisa, algo escéptica, la porfiada esperanza. Y así lo deja establecido este maestro de la sagacidad, cuando escribe: “Todo comenzó con Adán. Él fue el primer hombre que contó un chiste –o una mentira-. Cuán afortunado fue Adán. Él supo cuando decir algo apropiado; nadie más lo ha sabido decir después. Adán no estuvo sólo en el Jardín del Edén, por lo tanto, él no es el único sujeto del crédito; mucho se lo debe a Eva, la primera mujer, y a Satán, el primer consejero”

Una sentencia notable, que pareciera haber sido escrita en la posmodernidad, sin duda, pues tal es su vigencia. Pero a mí me gusta también esta otra, que, a mi juicio, complementa la anterior: “No es que Adán hubiese comido la manzana porque estuviera prohibida, sino porque lo había olvidado. Hubiese sido mucho mejor para nosotros –oh, infinitamente mejor- que olvidásemos a la serpiente”.

¿Y que diremos de su escritura que no haya sido ya dicho? Bueno, que es la de un viajero fluvial que escribe como si su pluma trazara muchos y variados senderos sobre el agua, manteniendo la transparencia de un lenguaje y estilo singulares, únicos en su multifacética expresión, fiel a la voz de sus raíces, por sobre cualquier circunstancia o cambio espacial, blandiendo la espada del humor con singular agudeza, ya fuese en el ancho hogar de su propio río, como en Londres, París, Berlín o Estambul.

De toda su prolífica escritura, nosotros preferimos sus narraciones inspiradas en la infancia, con sus torrentes, cascadas y torbellinos, con los húmedos bosques donde se esconden los amores tempranos y también los cadáveres y los fantasmas… Literatura universal que plasma y redescubre, a la vez, los diversos matices y aspectos de la condición humana. Así, al igual que Cervantes y que Shakespeare, Mark Twain permanece.

Si tuvieses en tus manos, caro lector, este libro, apreciarías mi entusiasmo, y aun mi pretensión de afirmar, desde el título de esta crónica, que Mark Twain ha regresado… Es una manera personal de decirlo, porque no vuelve quien jamás se ha marchado (eso bien lo supo Ulises). Es el caso del maestro del Mississippi, cuya palabra pervive y se renueva, desde hace ciento setenta años, como la estela del cometa Halley, que anunció su nacimiento y luego le despidió en su fulgurante trayectoria hacia la otra orilla.

Bienvenido, una vez más, a la Casa de las Palabras, Mark Twain, como bien te bautizara, con las rotundas sílabas del agua, el gran río: “mark two”, “mark two”...