Opinión

Conejos

Mi querido sobrino-nieto, Joaquín, heredó de la estirpe gallega (de su bisabuelo Cándido) el prurito compulsivo de la cinegética, que él ha orientado a la caza del conejo, esta especie equívoca, pudiéramos decir, por cuanto su aspecto de animalito tierno y adorable presenta la doble cara de un azote temible, una virtual plaga que suele asolar la Patagonia y otros vastos territorios de planicies, como es el caso de Australia, en donde las autoridades debieron construir una cerca alambrada de más de tres mil kilómetros de longitud, con el objeto de impedir el paso de estos millones de inmigrantes no deseados que, junto a los canguros, dan cuenta de hortalizas y gramíneas con implacable celeridad.

Joaquín, premunido de un buen rifle a postones, sale por las noches a cazar conejos –coellos, en lengua gallega; coelho, en lengua portuguesa–. (Algunos mal hablados opinan que el escritor Coelho es una especie de plaga de cierta fútil literatura masiva). Pero Joaco deja estas reflexiones, un tanto manidas, a su tío-abuelo escritor, pues él va a lo suyo, cumpliéndolo a cabalidad y con certera eficacia. Con cinco o seis conejos por jornada, piezas obtenidas en los faldeos del cerro Manquehue, junto a las mansiones opulentas donde vive “el otro Chile”, que no come conejos pero que los alimenta y favorece, sin proponérselo, transformándolos en auténtico azote, a falta de los depredadores naturales, como el zorro, Joaco se da maña para entregarlos en algunas casas de comida o restaurantes de españoles que conocen sus diversas y exquisitas formas de preparación.

Este oficio de nocturno depredador de parientes menores de la esquiva liebre, combinado con estudios universitarios, le provee a Joaquín de algunos ingresos para su propia subsistencia y para deleitar, de vez en cuando, a ese viejo tío escritor que pondera las excelencias de la carne del conejo por encima, incluso, de otras a la moda, como el jabalí o el avestruz o el búfalo, porque un coello, preparado al vino, por ejemplo, o en escabeche, acompañado de un buen tinto orgánico, es un manjar digno de los dioses paganos... Y si se comparte con una buena conversación, claro, podría dejar cesantes a todos los psiquiatras, psicólogos o practicantes de coaching del universo mundo, pues, como opinaban Cela y Cunqueiro, frente a un condumio así se olvidan las penalidades de este mundo y cualquier angustia metafísica infligida por la vacua vida social de la post modernidad.

Ayer domingo, en el Mesón Híbrido, sito en calle Merced, bajo la sabia batuta de Manolo Aznar, su gentil regente valenciano, saboreé, junto a este sobrino-nieto, camarada y amigo, una deliciosa paella de conejo, aligerada por tinto de cuerpo leve, como un Mencía de cosecha nueva. Por si fuera poco, fuimos atendidos por Eva Otero, una dulce moza gallega con la que pude practicar, entusiasmado, esta fala galega que en Chile poquísima gente habla y que, de tarde en tarde, me regala fantásticos interlocutores, como Antonio Chaves o Afonso Vásquez-Monxardin...

Le conté a Eva aquella anécdota de su pariente remoto, Ramón Otero Pedrayo, en su pazo de Trasalba, cuando un rayo hendió por la mitad la araucaria plantada por su padre y el bueno de don Ramón interpretó el evento como aviso de su partida inminente, disponiendo que construyesen con esas maderas del árbol mapuche su propio ataúd.

Volveré al Mesón Híbrido, con Joaquín y con su padre, mi sobrino mayor, José Antonio. Quizá sea para el Día de las Letras Gallegas, miércoles 17 de mayo, acompañados de mi hijo músico, José María y su gaita. Los conejos serán un buen homenaje a Rosalía y sus inmorredeiros Cantares Gallegos.

Ya ven ustedes, amables lectores, cómo estos conejos sacrificiales nos alegran el estómago, el corazón y quizá el alma, mejor aún que pudiera haberlo hecho el conejo burlón de Alicia en el País de las Maravillas.