Opinión

De la ambición a la codicia insaciable

De la ambición a la codicia insaciable

Un prestigioso futbolista (pelotero activo) que percibe ingresos mensuales por más de mil millones de pesos chilenos –sí, apreciado lector, $1.000.000.000 cada mes– evade impuestos a través de depósitos en las llamadas “islas de alivio tributario” o “paraísos fiscales”. Uno se pregunta, ¿es posible que un individuo con ese ingreso eluda sus obligaciones contributivas?
Sí, es posible, y lo viene practicando, por intermedio de su padre, que administra la colosal fortuna del pequeño y habilísimo ariete, terror de las mejores defensas futboleras del mundo. A este joven y habilidoso cachañero a tiempo completo le importa un rábano si esta elusión perjudica las arcas fiscales del estado donde vive (que no es su patria, si es que la tiene fuera de su cuenta bancaria). Quizá ni se entere del uso que se da –o debiera darse– a esos dineros para financiar la carga pública, traducida en hospitales, carreteras, escuelas y otras obras en beneficio de los menos afortunados… Porque de eso se trata, de que la sociedad organizada pueda proveer a sus ciudadanos de una asistencia digna, acorde al menos con sus necesidades básicas. 
En una discusión sobre este candente y actual asunto, un entusiasta del “capitalismo salvaje” (los hay, y muchos), hacía la distinción entre dineros “bien habidos” y “mal habidos”, entendiendo esta última categoría respecto a entradas por droga, tráfico ilegal de armas, trata de blancas, tráfico de personas… y todo aquello que esté fuera de la ley. Le retrucábamos, sosteniendo que la referida desmesura del “deportista” de marras es un hecho inmoral, porque mientras un solo individuo –o una familia o una sociedad acotada de personas– dispone de cifras siderales, millones de seres humanos no pueden subvenir sus necesidades básicas.
Claro, esta disputa es tan vieja como la sociedad humana, y en torno a ella se agrupan quienes creen a pie juntillas en la regulación “natural” del mercado y quienes, por el contrario, sostienen la viabilidad de un sistema de equidad social, como única opción para evitar esta suerte de canibalismo en el que parecemos estar sumidos, al que se agrega la destrucción acelerada del planeta.. Uno de los argumentos más utilizados por los liberales (económicos) es que la riqueza solo puede extenderse privilegiando la iniciativa privada y la libertad de empresa, sustentadas en la “sana ambición”, motor irremplazable de todo emprendimiento humano. 
Lo opuesto –nos dicen estos adláteres del pragmatismo devorador–, desemboca inevitablemente en sistemas sociopolíticos totalitarios, donde la burocracia estatal ahoga todo progreso, porque el ser humano es individualista per se, es decir “de modo natural”, y toda solidaridad no debe ir más allá de asistencias voluntarias, con el aliciente de constituirse en “buenas obras” para alivio de la conciencia y contrición de los fieles pecadores.
Un gran profeta, que terminó hace dos mil años colgado en una cruz, preconizaba el absoluto desprendimiento, recomendando que: “Si tu hermano te pide la capa, dale también el manto”; “dad de beber al sediento y de comer al hambriento”… Multiplicó asimismo los peces y los panes, como diciendo “es cosa de distribuir y repartir, nada más”… Bueno, esto lo conocen ustedes tan bien como yo, aunque no lo pongamos casi nunca en práctica, ni siquiera los que todavía se hacen llamar discípulos suyos, instalados en palacios que aquel loco jamás hubiese habitado. A poco andar, sus representantes optaron por versiones más pragmáticas en la administración de la sociedad y del goce de sus poderes. De este modo, el Pobre de Asís fue relegado al desván, mientras el iracundo Calvino bendecía y preconizaba la gracia del bienestar y la riqueza para los elegidos de la divinidad, sustento espiritual de los defensores del capitalismo, que permite postular también al paraíso terrestre, asegurando de paso la vida eterna.
Hace cincuenta años, una parienta por afinidad forzosa, me dijo, como en una sentencia absoluta: -Su problema, joven, es que usted carece de ambición. –Se equivoca –le respondí, mis expectativas son desmesuradas… Pero, claro, se refería ella a la ambición pecuniaria, al afán constante por medrar, mejorando las condiciones de vida y las oportunidades de acceso a beneficios materiales, en aras del ascenso propio y del grupo familiar. Y yo no andaba, no anduve ni andaré por esos carriles que la normalidad del sistema aconseja para triunfar en el reino de este mundo. El riesgo y el resultado son claros, te vuelves un loser, un desadaptado, un “resentido”, cuando pudiste aprovechar una –digamos– mediana inteligencia y medrar como Dios manda (bueno, esa divinidad pragmática a la que ya nos referimos, que a mi juicio no equivale a aquel espíritu de sabiduría que debiese prevalecer en el universo creado por ella, y no esta suerte de caos advenido desde una colosal explosión de moléculas, según novísima teoría).
Pero, vamos, me estoy poniendo metafísico ahora –lo que me faltaba–, y si eso lo mezclo con una creciente nostalgia o saudade o desasosiego existencial, el resultado pudiera ser patético.
Si yo ganara, en un solo mes de mi vida, esos mil y pico millones de pesos, podría publicar mis obras completas, en masivas ediciones de lujo, quizá con papel couché y buenas fotografías. (La presentación es importante, es como vestirse bien)… Tal vez lograra impresionar favorablemente al jurado del modesto Premio Nacional de Literatura, con cuyo monto aseguro un buen pasar durante lo que me resta de tiempo existencial… 
Y quizá la casa en el campo, cerca de San Vicente de Tagua Tagua, y el corcel corralero, con montura chilena, y un perro borzoi, el galgo ruso de León Trotski y de su asesino, Ramón Mercader… Y no preocuparme más por las cuentas impagas y los cortes de suministro… Basta, me parece escuchar la admonición de mi abuela: -Cuidado, hijo, que la ambición puede romper el saco.
Pensar que abuela Fresia detestaba el fútbol y nos escondía aquellos preciados balones de cuero, aunque en aquella época mis ídolos de la Unión Deportiva Española jugaban casi todos gratis... Creo que ella no hubiese tolerado un nieto futbolista profesional, ni aunque ganase ese millón y medio de euros que relucen hoy en las pizarras aleves de la estadística planetaria.