Opinión

Volados

El mundo abajo y ellos en su nube. Los dos partidos más poderosos y parecidos entre sí de España –PP y PSOE– se atizan estos días de campaña europea con acusaciones mutuas de haber empleado aviones del Estado para viajes privados o del partido aprovechándose de que en ese momento, cada uno de los políticos había estado en el Gobierno del país, hoy Zapatero y ayer Rajoy.
El mundo abajo y ellos en su nube. Los dos partidos más poderosos y parecidos entre sí de España –PP y PSOE– se atizan estos días de campaña europea con acusaciones mutuas de haber empleado aviones del Estado para viajes privados o del partido aprovechándose de que en ese momento, cada uno de los políticos había estado en el Gobierno del país, hoy Zapatero y ayer Rajoy. Cada uno tiene una excusa para lo que ha hecho y un argumento para señalar que lo que hizo el otro sí era corrupto. Los partidos y sus asesores se van de esta trifulca convencidos de que han conseguido al menos un empate porque al menos han neutralizado las acusaciones del rival sacándole un trapo sucio similar. Ese es el problema: contemplar que uno y otro son dos sinvergüenzas –con todas las letras– y que cada empate les ayuda a perpetuarse y a degradar cada día más la democracia tan dudosa que soportamos los que no estamos en la nube de estos tipos. Lo grave es que por más corrompidos que estén los dos grandes partidos, han conseguido hipnotizar a la sociedad –a fuerza de dinero y medios que nos venden una aparente diferencia entre ambos– y convencerla de que no hay ninguna fórmula política válida fuera de su llamado ‘centro’ ideológico. Esto es una forma de dictadura tan válida como cualquier otra. Es como tener que escoger entre una bofetada con la palma o con el nudillo y convencerse a uno mismo de que la caricia no existe. A los de la caricia les llaman radicales.