Opinión

Viejo anarquismo

Voy inundado de niebla cuajada y apriscos, entre los caminos estrechos de la existencia de una tierra de mineros, grisú, antracita profunda que exige dejar las entrañas en la veta para arrancarla, y un sentido de la dignidad entre romántico y valiente, que únicamente se puede hallar en el viejo anarquismo hoy convertido en distante añoranza o disimulado en las páginas de algunos manuales recónditos.
Voy inundado de niebla cuajada y apriscos, entre los caminos estrechos de la existencia de una tierra de mineros, grisú, antracita profunda que exige dejar las entrañas en la veta para arrancarla, y un sentido de la dignidad entre romántico y valiente, que únicamente se puede hallar en el viejo anarquismo hoy convertido en distante añoranza o disimulado en las páginas de algunos manuales recónditos.
Antaño, entre los sembradíos de maíz de mi Asturias natal, había un saludo expandido en los valles recónditos y verdosos: “¡Compañero, salud y dinamita!”.
Los cubanos asumen otra visión sediciosa: “Patria o muerte”. Y eso es redundancia.
Venezuela agarró el cometa de la sinrazón, y exclama, o exclamaba hasta la enfermedad cancerada de Hugo Rafael Chávez Frías: “Patria, socialismo o muerte”. Otra superfluidad, es decir: puro desatino.
En México nació la guerrilla romántica de América Latina. Hay un diálogo entre Enrique Villa y Emiliano Zapata, reflejo de la utopía personal del ‘charro’ de Villa de Ayala:
-¿Qué opinas, Emiliano, del comunismo?
-Explícame qué es eso.
-Ejemplo: todos los vecinos de un pueblo cultivan juntos, o en común, las tierras, y el total de las cosechas así obtenidas, se reparte equitativamente entre los que con su trabajo contribuyeron a producirlas.
-¿Y quién va a hacer ese reparto?
-Un representante o una junta elegida por la comunidad.
-Pues mira -respondió Zapata- por lo que a mi hace, si cualquier “tal por cual”... quisiera disponer en esa forma de los frutos de mi trabajo... recibiría de mí muchísimos balazos.
Zapata tenía un sentido casi religioso de la tierra y la libertad, y a tal saber, no le desagradaba el anarquismo. Su llamado ‘Plan Ayala’, cuyos documentos llevaba a lomos de mula en una caja de hojalata bajo el epígrafe de “Nuestra Madrecita la Tierra, la que se dice Patria”, fue para él la razón originaria y última de su rebeldía.
Cuando en años recientes, en México, un diario le solicitó al legendario comandante Marcos pedir perdón por tanto desafuero cometido, él, después de aspirar el humo de su pipa, respondió: “¿De qué tenemos que pedir perdón? ¿De no morirnos de hambre? ¿De no callarnos en nuestra miseria? ¿De no haber aceptado humildemente la gigantesca carga histórica de desprecio y abandono?”.
Al instante, nos vino al recuerdo la viva imagen de la lejana niñez en la mina ‘La Camocha’, acompañando a la combada abuela a recoger polvo de carbón que ayudaría atizar el fogón en la enclenque vivienda levantada con cuatro tablas, cartones y hojalata en la calle Eulalia Álvarez en el Gijón de nuestros primeros miedos y correrías: “Compañero, pan y dinamita”.