Opinión

El velo

A veces hay que aceptar. He llegado a aceptar convivir con la idea de capitalismo que algunas personas defienden de buena fe cuando están dispuestas a arriesgarse y a competir en igualdad de condiciones, sin trampas, lo cual es una minoría ínfima y residual.
A veces hay que aceptar. He llegado a aceptar convivir con la idea de capitalismo que algunas personas defienden de buena fe cuando están dispuestas a arriesgarse y a competir en igualdad de condiciones, sin trampas, lo cual es una minoría ínfima y residual. Y he llegado a convivir y a apreciar a personas que creen que existen dioses y almas de uno u otro signo aunque ésta sea una posición irracional que sólo obedece a que nuestra formidable inteligencia no alcanza a dar respuesta a las formidables dudas que somos capaces de engendrar. Lo inaceptable es una posición ideológica de maldad, que es lo que sucede cuando alguien que fluye entre sotanas y hábitos de monja es capaz de condenar el uso de prendas religiosas musulmanas y al día siguiente ofrece un discurso sobre la libertad cuando el gobierno de turno aspira a hacer un país más laico y respetuoso con todos, de entrada con la Razón. Esto es lo que sucede estos días en España ante el debate sobre el empleo de ciertas prendas musulmanas en escuelas, que horrorizan a determinados políticos que dan subvenciones a religiones como la cristiana, con unos edificios en los que grupos de mujeres se encierran de por vida para orar embutidas en ropa negra de pies a cabeza. O todos o nadie. Habría que decir que en muchos casos la prohibición de llevar la cabeza tapada obedece a una cuestión de orden y de identificación en las escuelas (también se prohíben capuchas o gorros) que nada tiene que ver con una interesada confrontación de religiones con extremistas violentos en ambos bandos.