Opinión

La única manera que tuve para escribir este artículo

Un hombre que ocupa una silla en una oficina pública, trabaja. Un comisario metiéndose el dedo en la nariz, trabaja. Una señora obesa detrás de un mostrador en el Registro Civil, trabaja. Un muchacho que sirve café en el despacho del intendente, trabaja. Un operario de una fábrica de herramientas, trabaja. Un colectivero que no respeta las paradas, trabaja. Un chófer de ambulancia con un habano en la boca, trabaja.
La única manera que tuve para escribir este artículo
Un hombre que ocupa una silla en una oficina pública, trabaja. Un comisario metiéndose el dedo en la nariz, trabaja. Una señora obesa detrás de un mostrador en el Registro Civil, trabaja. Un muchacho que sirve café en el despacho del intendente, trabaja. Un operario de una fábrica de herramientas, trabaja. Un colectivero que no respeta las paradas, trabaja. Un chófer de ambulancia con un habano en la boca, trabaja. Un candidato a concejal –exconvicto– por un municipio olvidado, trabaja. Una modista, trabaja. Igual que un tenedor de libros o la secretaria de un levantador de juego. Una prostituta dominicana trabaja. Y trabaja el mozo del restaurante. Igual que el cocinero o el lavaplatos. Un médico trabaja. Una señora vendiendo cebollas o ropa interior en una estación de trenes, trabaja. El poeta no trabaja. El poeta es un vago.
Un artesano trabaja. Y trabaja el encargado de un edificio. Un lustrabotas está ocupado, un limpiador de vidrios está ocupado, un corrector de estilo está ocupado, un mucamo está ocupado, una señora que trabaja por horas, un encargado de un hotel alojamiento, un limpia-coches, un vagabundo, un pordiosero, un cura, un mecánico está ocupado. El grupie y el carterista están ocupados. Un croupier, un ascensorista, lo están. El poeta no, el poeta es ocioso, vago. El poeta no hace nada, no sirve para nada, no se preocupa por nada.
Un prestamista trabaja, un ministro trabaja, un asesino trabaja, un sindicalista, un ciclista, un edil, un general, un obispo. Una viuda está siempre ocupada. Y una abuela, un padre, una maestra jardinera, un esposo imbécil del barrio norte, una esposa imbécil del barrio sur, un panadero tartamudo, un vigilante ebrio, una divorciada hueca, un gay, un pederasta, un sargento de la policía, un ambientalista, un estudiante. Son parte de la Nación, de la patria, del futuro, de la esperanza, del proyecto nacional. Un poeta no. El poeta no tiene patria; es un vago, un ser que no sirve. Alguien que debe ser despedido de cualquier lugar.
Un militante político es un ejemplo. Es un ejemplo el que trafica cocaína protegido por el juez, el cartero, el encargado del edificio y el jefe de la patota. Un cineasta, un dramaturgo, un escultor, un plomero, un electricista. Un niño que se lava la cara es un ejemplo, un señor que estornuda es un ejemplo. Un cartonero, un carterista, un librero, un periodista, un cirujano dental, un vendedor de pochocho son ejemplos de familia. Es ejemplar la vida de un seminarista onanista, la del estudiante de Filosofía que estudia por apuntes, la del cadete de la Escuela Militar que mira la bragueta del subteniente. Son ejemplos para la sociedad, para los tíos y para los primos. Son ejemplos de conducta, de altruismo, de bondad, de eficacia, de sensatez. Un poeta no es ejemplo para nadie. Menos para una familia. Es un ser insensible, inservible, necio, despreciable. Y además es amoral.
Cualquier persona que se precie sabe administrarse, sabe viajar, piensa en la obra social, en un plan de pagos, en el futuro. Piensa en la casa: qué cosa falta para la cocina, qué necesidad se tiene de lavandina, de pasta dental, de jabón en polvo. Sabe, conoce, cómo debe leerse las cuentas de luz o los resúmenes de los gastos administrativos. Y especular con la tarjeta de crédito, con el celular, con los cheques. Cualquier persona sabe, conoce de motores, de circuitos cerrados, de clavos, de arena, de cemento, de lámparas. Sabe –cualquier ser humano del planeta– dónde se puede comprar un helicóptero, un arma, un jabalí, un horóscopo chino o un plato hondo para tomar la sopa. El poeta es un abombado, no sabe nada de nada; se olvida. Y además se distrae con la luna o con un sapo. A veces se distrae horas mirando una rama de árbol o soñando sobre las nalgas de una hembra.
La lista, la enumeración podría continuar. No hace falta. Muchos me dirán que no todos los poetas son así, que algunos… puede ser, puede ser. Pero en el fondo son esto. Como no leo, como soy un ser normal que no me interesa la política ni el cine ni la poesía ni la pintura o el teatro, puedo afirmarlo. Los poetas son nefastos, son improductivos. Incluso hay muchos que son alcohólicos, otros homosexuales o drogadictos. Hay algunos que cumplen los tres requisitos. Y hasta más. Un lastre para la humanidad, para la gente común, para los hombres con principios que creen en las instituciones, en la patria, en las guerras y en los principios básicos de toda sociedad. Algunos, son tan degenerados, que hasta llegan al poder o se arrastran para tener un cargo oficial, un premio o una condecoración. O se casan por iglesia y comulgan. O son asesores de diputados o presidentes honorarios de barras bravas o reciben dinero en sobres secretos para leer o no leer a Vargas Llosa. Y hasta firman documentos sin sonrojarse. Por eso, no leo poesía ni me interesa nada que se le aproxime. Soy feliz sin necesidad de esos mundos oscuros e insanos, de esos territorios enfermos.