Opinión

El tren bala y la efedrina

Por suerte todo está como debe ser. Hay dinero de sobra en los bancos, los bonos crecen o están protegidos, la moneda extranjera es estable. En los restaurantes de Puerto Madero cuesta conseguir una mesa los fines de semana. Lo mismo ocurre en Palermo Soho o en San Telmo. Los centros comerciales son visitados de manera fenomenal. Los cines a pleno. El turismo resulta una bendición.
El tren bala y la efedrina
Por suerte todo está como debe ser. Hay dinero de sobra en los bancos, los bonos crecen o están protegidos, la moneda extranjera es estable. En los restaurantes de Puerto Madero cuesta conseguir una mesa los fines de semana. Lo mismo ocurre en Palermo Soho o en San Telmo. Los centros comerciales son visitados de manera fenomenal. Los cines a pleno. El turismo resulta una bendición. No hay mayores conflictos, el clima últimamente es casi primaveral y las zanahorias han bajado de precio. El índice de inflación es relativamente bueno. Así lo indican los datos oficiales. Se habla de la crisis del federalismo pero para las autoridades no es así. Por lo tanto debe ser verdad. No existen la Triple A ni los comandos civiles. En los partidos políticos reina la unidad, la distensión y el diálogo sereno. Obama inició lo que parece un ascenso de un negro a la Casa Blanca. La burocracia del siglo XX en nuestro país está a punto de formar parte del pasado. El bucanero Marsans caerá de rodillas. El gobernador del Chaco, Capitanich, parece ser que sentenció: “Cuando Cristina visita nuestra provincia, sale el sol”.
Recientemente presenté mi nuevo libro, Retratos, en la delegación de la Xunta de Galicia en Buenos Aires. Concurrieron alrededor de cien personas, entre los cuales había periodistas amigos, escritores y artistas plásticos. Tuve, además, el aval del Centro Betanzos de Buenos Aires. Ayer me informó la distribuidora que se vendieron veinticuatro libros para diversas universidades de EE.UU., uno para la Biblioteca del Congreso de ese país y otro para la Biblioteca Nacional de España. Aquí ninguna representación cultural se hizo presente. Ni adquirió un ejemplar. Ni siquiera lo pidió prestado. Bien.
Estuve viendo un documental aterrador. Sobre La Matanza, a pocos kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. La gente está mudándose a los basurales. Arrojan a cinco o diez metros los animales muertos, los restos de comida o suciedad y levantan su casa de chapa en unas horas. Chapa, madera y cartón. En la zona las infecciones de piel han aumentado. Ha aumentado el cáncer y los problemas renales y respiratorios. En los niños de cuatro o cinco años, en los hombres y mujeres. Hijos por todos lados. Hacen sus necesidades en tachos y luego arrojan sus heces al exterior, es decir a la otra parte del basural. Alrededor barrios enteros de miseria, ignominia y desamparo. Una encuesta que leí recientemente, de la UNESCO, afirma “que en el conurbano local tres de cada diez chicos, entre 15 y 20 años, piensa que en cinco años estará muerto o excluido”.
Según ciertas fuentes nuestro país estaría dentro del “sicariato”. Sí, caro lector, es un neologismo. Pues bien sería un país de sicarios, es decir de crimen por encargo. Al mismo tiempo informan que la pobreza y el crimen se entrelaza. La cantidad de villas miserias del segundo cordón ha crecido cuatro veces desde 2003. En un partido de la Provincia de Buenos Aires, San Martín, “se produce un robo cada cuarenta segundos”. La realidad es más imaginativa que cualquier ficción. No hay que recurrir a Dashiell Hammett.
He vuelto a ver Prisioneros de la tierra aquella película de Mario Soffici, de 1939. Estaba basada en cuentos de Horacio Quiroga. Le recomendaría a muchos caballeros que la vean. El resto, como dicen los muchachos que dominan doscientas palabras, “todo bien”.