Opinión

Todos los hermosos caballos

“El narcisismo ha abolido lo trágico y aparece como una forma inédita de apatía hecha de sensibilización epidérmica al mundo, a la vez que de profunda indiferencia hacia él”. Gilles Lipovetsky publicó en 1983 La era del vacío, un ensayo en el que están puestos los cimientos de su visión de la sociedad actual.
Todos los hermosos caballos
“El narcisismo ha abolido lo trágico y aparece como una forma inédita de apatía hecha de sensibilización epidérmica al mundo, a la vez que de profunda indiferencia hacia él”. Gilles Lipovetsky publicó en 1983 La era del vacío, un ensayo en el que están puestos los cimientos de su visión de la sociedad actual. Articula los grandes conceptos que le han proporcionado reputación intelectual: proceso de personalización, destrucción de las estructuras colectivas de sentido, hedonismo, consumismo, tensiones paradójicas en los individuos y en la sociedad civil, la seducción como forma de regulación social. “La representación social del cuerpo, escribe, ha sufrido una mutación cuya profundidad puede compararse con el desmoronamiento democrático de la representación del prójimo...”.
Más allá de profundas diferencias –no termina de comprender el significado del Estado– hay en sus conceptos muchos elementos en los que estamos de acuerdo. Felizmente he terminado de leer otra novela de Cormac McCarthy y representa lo opuesto, lo contrario, a esta realidad. Su nombre: Todos los hermosos caballos. Creo haber señalado en varias oportunidades que es, a mi criterio, el mejor novelista contemporáneo. Vamos viviendo sus climas, sus sueños, sus tragedias. Y sentimos la libertad, el campo, la naturaleza toda, el símbolo de la libertad en los caballos, el amor que irradia un protagonista inolvidable; John Grady Cole. Aquí vamos aprendiendo y recordando historias, una moral que cabalga sobre la tierra primigenia. Por momentos deseamos no terminar su lectura pues la ensoñación nos remonta a las emociones del ensueño. Insisto, una novela donde la libertad tiene un vuelo inesperado, donde la utopía nos despierta junto a la rosa azul de Novalis.
Sobre esta conmovedora obra reflexionó con lucidez Luis Daniel González: “McCarthy narra sin prisa, sin admiraciones, sin mayúsculas, sin levantar la voz. Puede hacerlo con frases cortas y diálogos lacónicos, en los que no falta un humor seco y acerado, o construir párrafos extensos que detienen la milésima de segundo que dura el paso de una bala, o describir de modo muy cinematográfico. Pero tan destacable como la calidad literaria y la solidez narrativa es que McCarthy trata a sus personajes siempre con respeto, incluso en los ambientes más sórdidos; ni la crudeza de la vida ni la violencia salvaje de algunos episodios apaga la esperanza, sino que incluso le abre caminos inesperados, y en esto se diferencia del fatalista Faulkner. Más aún, pinta a la doliente Magdalena como podría haberlo hecho Dostoievski, y presenta a unos vaqueros crepusculares que no creen legítimo “firmar un contrato justo hasta que deja de convenirte”, que piensan que “la verdad es lo que ocurrió y no lo que sale de la boca de alguien”.
“La Historia como el drama y como la novela –dice Toynbee– es hija de la mitología... Se ha dicho por ejemplo de La Ilíada, que aquel que emprenda su lectura como un relato histórico, allí encontrará la ficción y en revancha, que aquel que la lea como una leyenda, allí encontrará la historia”.
Esto podemos presenciar en Todos los hermosos caballos. Sentir la existencia del hombre en la sociedad, el carácter social de la existencia, el espejo que se pasea a lo largo de una travesía, el héroe anónimo con su virtud pública y privada, el hombre en su mundo. Y todo ello desde lo estético, desde la introspección, desde la realidad interna sobre la anécdota externa. Y todo ello con una técnica narrativa impecable; criaturas de ficción que van plasmando una concepción sobre el tiempo, la vida y la muerte.
La tarea del lector es entender y darse cuenta, gozar con lo mejor de las letras contemporáneas, descubrir el privilegio de la palabra, del clima, en una liturgia mágica, conmovedora.