Opinión

Tabaco

Podía sumarme al carro de los que se están echando a la calle contra la ley antifumadores recientemente aprobada en España, una norma que es la consecuencia de nuestra incapacidad para que los ciudadanos nos entendamos educadamente y nos respetemos por las buenas sin necesidad de legislarnos.
Podía sumarme al carro de los que se están echando a la calle contra la ley antifumadores recientemente aprobada en España, una norma que es la consecuencia de nuestra incapacidad para que los ciudadanos nos entendamos educadamente y nos respetemos por las buenas sin necesidad de legislarnos. Es cierto que no se puede criminalizar de golpe una costumbre socializada, una adicción que crea dependencia aguda, y es denunciable que esta ley se aplique cuando, unos meses antes, se había obligado a la hostelería a realizar fuertes inversiones en habilitar espacios para fumadores. Esto es tan cierto como el derecho que yo tengo a no soportar los incómodos e inaceptables humos del fumador. Pero no me voy a subir al carro de los que han convertido este problema menor en un asunto del Estado contra la libertad, empleando la palabra libertad con un egoísmo abominable. Vivimos en una sociedad con varios millones de personas que no son libres –los que no tienen libertad de decidir sobre su existencia porque no tienen trabajo o porque trabajan en precario– y a las que ignoramos a diario pese a ser una versión depurada de la esclavitud. Un conocido escritor español, obsesionado con su vanidad, ha comparado la ley con la persecución a los judíos. Si los fumadores son perseguidos, me pregunto qué lugar ocupan para este hombre los que no tienen dinero para tabaco.