Opinión

Soy escrito

Me ocurrió en Lieja, durante las Bienales Internacionales de Poesía de 2003. Recién allí, un inefable librero de lance que proponía –milagrosamente– hallazgos increíbles, me permitió corporizar, en un volumen que adquirí de inmediato, aquel significativo título de Paul Éluard para su magnífica antología de poesía clásica francesa: “La mejor selección de poemas es la que se
Me ocurrió en Lieja, durante las Bienales Internacionales de Poesía de 2003. Recién allí, un inefable librero de lance que proponía –milagrosamente– hallazgos increíbles, me permitió corporizar, en un volumen que adquirí de inmediato, aquel significativo título de Paul Éluard para su magnífica antología de poesía clásica francesa: “La mejor selección de poemas es la que se hace para uno mismo”, que me había seducido desde muy joven.
Y que no pude dejar de evocar al ser convocado, tan generosamente, a cumplir con los ritos de una revista literaria: seleccionar cuatro textos para mi propia antología. Pero sucede que, en este caso, el protagonista imaginado estaba ausente. Yo nunca me propuse escribir poemas, esos poemas y, en consecuencia, difícilmente me sentiría habilitado para evaluarlos. La poesía me ocurrió, ya desde los tiempos de mi última niñez o mi primera adolescencia, y todavía hoy me pregunto cómo, qué me hizo descubrirme escribiendo esos poemas que todavía, es increíble, a mí mismo me inquietan, me hablan, me deslumbran.
‘La muchacha de las Islas Canarias’, por ejemplo, que se hizo escribir allá por 1953. O también ‘Duro mundo’, del año siguiente, en ambos casos capaces de provocar por su cuenta, sin estrategia alguna, en tiradas limitadas, de persona a persona, una resonancia nunca premeditada, que aún hoy los mantiene con vida en la memoria de tantos que me sorprenden recordándolos. O también ‘Déjà vu’, otro con vida propia. Que sigo contemplando con el mismo asombro quizás, salvando las distancias, con que Leonardo tuvo siempre consigo, en su vida agitada y azarosa, que le obligó a tantas súbitas despedidas, ‘La Gioconda’ sonriente que sin duda le hablaba. De otro nivel es ‘Hijo del siglo’, un texto más reciente pero que, al ser leído en público, acaso retomando esos implícitos derechos de la oralidad original, se me manifestó con la necesidad de dos niveles, uno casi gritado, casi aullado, en tono alto, y el otro más íntimo, en susurro, reiterando en otra dimensión el sonsonete, el coro que ya se había escrito.
Ni fingida, sospechosa humildad, entonces, va de suyo, ni mucho menos fantasías inmorales de elegido. Acaso sólo una entrega al lenguaje, un baño de la lengua que somos y nos habla, que nos da mundo y nos hace hombres, generales e íntimos, secretos y de todos. Lo que arrastraba el lenguaje del hombre original, primitivo, alrededor de la hoguera fundadora; lo que hasta no hace demasiado brotaba en forma antaño felizmente fecunda y espontánea de la boca de la comunidad, del pueblo; lo que llevó a Dante a aludir magníficamente a la poesía como “la gloria de la lengua”; lo que nos sigue interrogando desde aquella sibilina, inocente, demoledora afirmación de Lautréamont: “La poesía debe ser hecha por todos, no por uno”. Así sea.