Opinión

El souvenir

La memoria de muchos lectores de este semanario, especialmente de los que llegaron a América del único modo asequible hasta hace una generación, guardará sin duda imágenes del puerto vigués y de su movimiento de pasajeros en los muelles. No eran pasajeros, eran emigrantes. Vivo a sólo unos metros de los lugares en los que la mitad de Galicia lloraba al despedir a la otra mitad, embarcada con rumbo incierto.
La memoria de muchos lectores de este semanario, especialmente de los que llegaron a América del único modo asequible hasta hace una generación, guardará sin duda imágenes del puerto vigués y de su movimiento de pasajeros en los muelles. No eran pasajeros, eran emigrantes. Vivo a sólo unos metros de los lugares en los que la mitad de Galicia lloraba al despedir a la otra mitad, embarcada con rumbo incierto. Por eso me fijo tanto en los actores del nuevo escenario portuario. Ahora llegan cada día al Muelle de Trasatlánticos unos cruceros enormes cargados de lujo y de ingleses y alemanes que revolotean la ciudad por unas horas y dejan unos cuantos euros en souvenirs que probablemente hayan sido fabricados en China. Los turistas tienen la costumbre de fijarse en rasgos de las ciudades que los nativos, por simple cotidianidad, hemos perdido de vista. Estos días me quedé helado porque al observarlos me abrieron los ojos. Tras subir la primera rampa de la ciudad, hacen fotos a una gran iglesia que en su fachada rinde homenaje a los defensores de la dictadura franquista. A los más ágiles los topé unas calles más arriba, en el monte de O Castro, fotografiando una enorme cruz de hormigón que se divisa desde los barcos que entran en la ría. Es el gran monumento al franquismo que sigue en pie en esta ciudad. Es posible que lo único que haya cambiado en estos años sean los turistas y el colorido de sus barcos, y que en el fondo a mi pueblo le importe un pimiento saber si ha hecho su verdadera transición.