Opinión

Significado y estilo literario de la ‘Regla de San Benito’

La Regla de San Benito nos muestra no pocas de las palabras empleadas entonces de manera habitual, dado que al Santo de Nursia no le preocupaba el que no pertenecieran al acervo del buen latín clásico. Ayudado por un caudal léxico de notable expresividad y, a la vez, escasamente ortodoxo respecto de la gramática normativa, San Benito usa vocablos con un significado diferente al que le proporcionaban escritores como Cicerón o Virgilio u Horacio.
Significado y estilo literario de la ‘Regla de San Benito’
La Regla de San Benito nos muestra no pocas de las palabras empleadas entonces de manera habitual, dado que al Santo de Nursia no le preocupaba el que no pertenecieran al acervo del buen latín clásico. Ayudado por un caudal léxico de notable expresividad y, a la vez, escasamente ortodoxo respecto de la gramática normativa, San Benito usa vocablos con un significado diferente al que le proporcionaban escritores como Cicerón o Virgilio u Horacio. Hemos de recordar cómo durante su época la evolución desde el punto de vista semántico era muy dinámica. El abad de Montecasino anhela claridad en su escritura, sacrificando, si es preciso, la elegancia en el estilo literario.
“San Benito fundó una institución para hacer durar un espíritu”, nos dejó escrito Jean Gitton. La Regla de San Benito, en efecto, intenta inculcarnos fundamentalmente una sabiduría o, lo que es lo mismo, un “arte de vivir”: sabiduría animada por un espíritu, en la originaria verdad del vocablo aprendido en la Biblia, es decir, viento-fuerza y aliento-vida. La “fuerza vital” que en San Benito es lo aprendido de los seres humanos con “sano realismo”, el cual –a la luz de la fe y de la razón humana– acepta cuanto existe tal cual es: Dios y el mundo sobrenatural; el hombre individual y concreto, con toda su grandeza y su miseria, y el entorno político-social. “Arte de vivir” junto al deseo y la perseverante búsqueda de la “autenticidad” en todas las cosas, sobre todo en las expresiones de la propia realidad íntima de cada uno. “Arte de vivir” con la “discretio” que admiraba ya en la Regla de San Gregorio Magno, que, al propio tiempo, es “discernimiento y discreción”. “Discernimiento” de aquello que es bueno y que no es, de lo útil y de lo inútil, de lo conveniente y lo inconveniente. “Discreción” en el ámbito de lo ético, esto es, circunspección y mesura, moderación y prudencia. El anhelo, en el “arte de vivir”, del prurito del “orden”, de la exactitud y coherencia y armonía de todas las cosas. “Saber vivir” con un incoercible “dinamismo”, el cual nos libra de la apatía y de la desgana, de la pereza y del desánimo, y nos impele no sólo a proseguir andando por el camino de la vida, sino a ganar tiempo, a correr, a subir “la escala de Jacob” tomando como paradigma a Cristo de cerca y buscando permanentemente a Dios. “Arte de vivir” con un poderoso “sentido de comunidad”, solícitos de las relaciones interpersonales y de servirnos unos a otros por amor, anhelando el bien ajeno más que el propio y rivalizando en complacernos recíprocamente: el esfuerzo, en síntesis, de llevar a término en el seno de la comunidad aquella “divina utopía”, como nos señala el monje benedictino García M. Colombás, en su “Introducción” de la versión de la Regla de San Benito, 2ª edición, Ediciones Monte Casino, Zamora, 1987. El formar con todos los hermanos “un solo corazón y una sola alma”. Y finalmente, el “arte de vivir” siempre en “paz”: la verdadera y profunda e imperturbable, el que distingue espiritualmente a San Benito, el gran pacificador de almas.
Reconozcamos, como lectores modernos, la extrañeza por el hecho de que el Santo Abad se dedicase a escudriñar los lechos de los monjes a fin de asegurarse de que no se habían apoderado indebidamente de algún objeto. O bien de que no se azotara a los niños cuando se equivocaban en el coro. O bien de que se sometiera a la misma pena de los azotes a los delincuentes adultos, si eran incapaces de comprender la grave pena de la excomunión.