Opinión

Siempre Navidad

Desde muy niño he sentido un encanto especial por la Navidad. Son días arremolinados, esclarecidos, donde los seres humanos parecen ser más nobles y la vida suave y calmosa. A lo mejor es una quimera no derribada con los años, pero estas fiestas tienen algo íntimo, las disfruto y las saboreo con placer.

Desde muy niño he sentido un encanto especial por la Navidad. Son días arremolinados, esclarecidos, donde los seres humanos parecen ser más nobles y la vida suave y calmosa. A lo mejor es una quimera no derribada con los años, pero estas fiestas tienen algo íntimo, las disfruto y las saboreo con placer.
Cruzo el Atlántico partiendo de Caracas para recalar en las costas del Mediterráneo, allá, sobre las playas de Malvarrosa, en una ciudad de Valencia expandida en su huerta arrocera. Serán unos breves días para compartir con la familia llegada de Asturias, los recuerdos desmayados, leer un corto libro de Pettigrilli hallado en una estantería de la librería del barrio y descansar de los vapores de un año venezolano infausto políticamente.
La definición del amor por parte de Pettigrilli es sorprendente: “El amor es un beso, dos besos, tres besos, cuatro besos, tres besos, dos besos, un beso”. Jardiel Poncela fue un poco más preciso: “Los solteros no nos casamos por miedo a que el amor termine”.
Y así, cobijados entre lecturas llegaremos al Mediterráneo. Por ese mar entraron las civilizaciones envueltas en cántaros de miel, apego, poesía y trigo. Igualmente baladas frescas para levantar las piedras de Cartago, los muros de Creta y el azafrán de los sembradíos de Trípoli, con los almenares de piedras color carmesí de Alejandría, la de Lawrence Durrell.
Este lago interior salado es un narrador de historias anónimas, empujadas por un viento cambiante. Ahora es mistral, después tramontana, al cruzar las columnas de Hércules entre Gibraltar y Ceuta lo llama vendaval, para convertirse un poco más allá en levante, siroco o jamsin.
Con el ocaso del año nos damos cuenta de que la vida es un cúmulo de pequeños acontecimientos. De todo lo vivido nos queda a veces una brizna de aire, un escozor en el cuerpo. No es engaño: nos acordamos más y mejor de los sucesos agradables que de los dolientes, razón por la cual la Navidad siempre llega fresca y lozana a nuestro encuentro.
En Europa hace frío y los cantos navideños entre los abedules, el abeto aterido, el pino negro y el chopo desnudo, inundan los hogares. Hay, por primera vez en muchos años, paz, aunque sea chicha y con crisis económica, en el continente.
La franja que baña Israel y una pequeña porción de Palestina, Gaza, sigue manando sangre. Eso no es Europa, dice alguien, y razón tiene; aún así la esencia de la fe que va de las orillas del Volga en las estribaciones del norte, hasta las sureñas tierras de los olivos, la jara, el vino amontillado y el caballo enjaezado, rezan, adoran y se inclinan ante un niño / dios nacido en Belén.
A todo el personal y a los lectores de ‘Magazine Español’ os deseo que paséis unas buenas y felices fiestas, hasta el 2013.