Opinión

Semblanza del coronel argentino Manuel Dorrego

“Nuestra aula tiene, en la pared del frente, el retrato de un soldado que, con su mirada firme y serena, preside nuestras clases: es el coronel Manuel Dorrego”, lee aplicadamente y con atención la niña Susana Berta en la ‘Escuela Nacional nº 60’, bajo la protección del prócer educador Domingo Faustino Sarmiento, del pueblecito de Los Pinos, en la mansa pampa húmeda de la provincia de Buenos Aires, al viento sur, en el partido y
Semblanza del coronel argentino Manuel Dorrego

“Nuestra aula tiene, en la pared del frente, el retrato de un soldado que, con su mirada firme y serena, preside nuestras clases: es el coronel Manuel Dorrego”, lee aplicadamente y con atención la niña Susana Berta en la ‘Escuela Nacional nº 60’, bajo la protección del prócer educador Domingo Faustino Sarmiento, del pueblecito de Los Pinos, en la mansa pampa húmeda de la provincia de Buenos Aires, al viento sur, en el partido y municipalidad de Balcarce, tierra de la buena ‘papa’ y cuna del incomparable campeón automovilístico Juan Manuel Fangio.

Valiente y leal, el coronel Manuel Dorrego refleja en su semblante la ausencia de temor ante nada ni ante nadie. Nunca doblegó su cerviz delante de un tirano. Enemigo de las acciones equívocas y de la adulación, su vida se halla esmaltada de acciones que nos resaltan la energía y la hombría de bien de este guerrero federal que hizo honor a su patria y a sus armas. Fue proverbial su altiva actitud frente a la legislatura de la provincia de Buenos Aires, cuando fue nombrado gobernador. Porque, en efecto, Dorrego había puesto término a la guerra con el Brasil, firmando una paz honrosa; así, como gesto de agradecimiento, la legislatura propuso que se le ascendiera a general. Dorrego, con todo, rechazó el ofrecimiento con sencillez y dignidad. “Pues, según se decía en la carta que enviara a la legislatura –continúa leyendo Susana Berta en su libro Abriendo Horizontes, el texto de lectura para los estudios de 4º grado–, se consideraba muy honrado con el grado de coronel que poseía, y además era su norma no aceptar ascensos que no estuvieran motivados en un hecho de armas ante un enemigo de la Patria”.

Pese a su jerarquíaa moral y tal rectitud de conciencia, desdichadamente cayó muy pronto –inexorable víctima de los errores de aquella época– bajo la temible espada de otro gran militar que era su enemigo político, si bien hermano suyo tanto en el coraje como en la perseverancia: el general Lavalle.

“Conducido el día 13 de diciembre de 1828 a presencia del jefe vencedor, le fue intimada su sentencia de muerte dándole una hora para escribir y para orar”, escribe el orador e historiador argentino José Manuel Estrada, autor de Los orígenes de la raza y El Catolicismo y la Democracia. Asimismo maestro, su talento se nos revela en Lecciones sobre Historia Argentina. De sólida tradición católica, vio la luz en 1842 y falleció en 1894. “El ilustre ciudadano –prosigue Estrada, al describir la última hora del coronel Manuel Dorrego– escuchó sin conmoción visible aquel terrible mandato. Exhaló en breves páginas, escritas con mano segura, el dolor profundo que le desgarraba el corazón, al sentir que se rompían los lazos de afecto puro y sencillo que lo vinculaban a la esposa que encantó su hogar y templó con blanda ternura las irritaciones de la vida”.

“Le recomendó el perdón de sus enemigos y la educación de sus hijas, niñas que cruzaban la edad del festivo candor y en cuya alma cándida destellaba su amor y bebía sus delicias”, sigue leyendo primorosamente Susana Berta en sus amadas páginas de lectura infantil. “Hundíase el sol en el occidente y las margaritas de la pampa, dobladas por su rayo, recobraban su perfume bajo la caricia del rocío y de las brisas, cuando Dorrego, alzando la frente que inclinó bajo la bendición del sacerdote, abraza de una ojeada el poético crepúsculo de las campañas, el crepúsculo de su existencia”.