Opinión

Saramago

Ya hay suficiente tinta en el mundo dedicada a recordar al fallecido José Saramago. No voy a decir nada suficientemente bueno como para ocupar toda la columna alabando a una persona que demostró que el llamado ‘rojo de mierda’ puede ser, y debe ser, un ciudadano con los rasgos del amor y del humor muy marcados.
Ya hay suficiente tinta en el mundo dedicada a recordar al fallecido José Saramago. No voy a decir nada suficientemente bueno como para ocupar toda la columna alabando a una persona que demostró que el llamado ‘rojo de mierda’ puede ser, y debe ser, un ciudadano con los rasgos del amor y del humor muy marcados. Esto es muy importante porque a los rojos ejemplares, los de verdad, se les ha machacado constantemente con prejuicios con tal de que nadie se detenga a analizar qué es lo que propugna su ideología. Saramago tuvo la suerte de morir viejo, dulcemente y amando, por eso mi única reacción va dirigida a los hipócritas de los grandes medios de comunicación que, más allá de exaltar su extraordinaria faceta literaria, se atreven ahora a alabar su talla política e ideológica, a decirnos ahora que era un ejemplo. Esto lo dicen los mismos grandes periódicos que durante los últimos años lo censuraron y manipularon sus declaraciones políticas cuando se pronunciaba contundentemente sobre los problemas de los marginados, de los explotados, especialmente cuando señalaba a los culpables y nos hacía pensar que nadie es pobre por obra de la Naturaleza sino a causa de un sistema dirigido y controlado por otras personas. Si decía algo conveniente para el sistema, Saramago era un ejemplo universal. Pero cada vez que se salía del guión y apuntaba alto, enseguida los medios decían que era un genio sólo como escritor pero un abuelito perdido y senil cuando se metía en política.