Opinión

La ruleta rusa

El próximo 4 de marzo, Rusia abre el ciclo electoral presidencial que en el 2012 está reservado para algunas de las principales potencias mundiales, en particular Estados Unidos de América (EE UU), Francia y China, siendo este último país una elección de carácter diferente por tratarse de un sistema político de partido único, donde los delegados del Partido Comunista chino elegirán a su nueva dirección central.
El próximo 4 de marzo, Rusia abre el ciclo electoral presidencial que en el 2012 está reservado para algunas de las principales potencias mundiales, en particular Estados Unidos de América (EE UU), Francia y China, siendo este último país una elección de carácter diferente por tratarse de un sistema político de partido único, donde los delegados del Partido Comunista chino elegirán a su nueva dirección central.
Si comparamos con los casos de sistemas políticos más abiertos como el francés y el estadounidense, el escenario ruso afronta diversos retos que Occidente no debe dejar pasar por alto. Todos dan prácticamente por descontado el retorno al Kremlin del expresidente y actual primer ministro Vladimir Putin, tras la falacia de dualidad en el poder establecida con el interregno presidencial de su delfín y sucesor Dmtri Medveded desde 2008. Por ello, con su nueva reelección en 2012, Putin espera consolidar la hegemonía política de su partido Rusia Unida.
No obstante, las irregularidades electorales registradas en los comicios legislativos de diciembre pasado, que sorpresivamente imposibilitaron una mayoría aplastante de Rusia Unida en la Duma o Parlamento, dieron lugar a unas inesperadas protestas ciudadanas, inéditas en la Rusia post-soviética, contra la hegemonía de Putin y la deriva autoritaria que le espera al país para los próximos años. Sin vertebrarse aún en movimientos políticamente cohesionados aunque con una prolífica actividad cibernética, los ‘indignados’ rusos lograron abrir una leve grieta a favor del pluralismo, aunque con consecuencias aún inciertas a la hora de ilustrar un avance democratizador en el país.
Por tanto, con la aplastante hegemonía de Rusia Unida, sin rivales electorales de peso, con unas protestas populares aún embrionarias y una maquinaria política y logística destinada a fortalecer su imagen pública, Putin avanza decidido hacia un nuevo período de gobierno que se presume eventualmente prolongado.
La Constitución rusa estipula una sola reelección, razón por la que Putin ya piensa en el 2016. Pero su próximo período de gobierno y la aún mayoría parlamentaria de Rusia Unida, muy seguramente le persuadirán a una reforma constitucional que permita la reelección indefinida. En diversos círculos del Kremlin se habla de más allá del 2024. Así, Putin espera consolidarse como el moderno ‘zar’ que le permita al país asentar su posición internacional enterrando por completo el pasado soviético.
Pero a pesar de su popularidad y su imagen de liderazgo fuerte, el fondo ideológico de su doctrina aún carece de variables que le permitan homogeneizar este apoyo popular. Putin se esfuerza por resucitar el nacionalismo ruso en la perspectiva de fortalecer una vaga e ilusoria imagen internacional de Rusia como potencia global, reforzando al mismo tiempo la legitimidad del poder estatal en un país básicamente controlado por diversos grupos de oligarcas periódicamente establecidos en el poder, con ramificaciones muy bien diseñadas en torno a las Fuerzas Armadas, el complejo militar-industrial y la clase burocrática. Muy probablemente, el factor que mejor define la estructura del poder en la Rusia actual es la delicada balanza de poder entre el Kremlin y los oligarcas.
Todo ello sin menospreciar el hecho de que el inesperado renacer de la sociedad civil rusa demandando apertura, pluralismo y mayor democracia se vertebre en un movimiento político a nivel nacional cada vez más cohesionado, y que pueda complicar los planes hegemónicos de Putin.
Tras dos décadas del fin de la URSS, Rusia sigue siendo una sociedad donde la tentación autoritaria es un hecho, la brecha socioeconómica se incrementa, la tasa demográfica está en crisis, la juventud aún piensa en emigrar y los conflictos étnicos y religiosos siguen siendo una realidad en el espacio contiguo ruso desde el Cáucaso hasta Asia Central. Sin quererlo, puede que Putin esté jugando a la ruleta rusa.