Opinión

La reina Cristina de Suecia y la monarquía ‘ilustrada’ en el XVII

Cristina de Suecia, apodada ‘la reina ambulante’, llevó una azacaneada vida y repleta de escándalos. Erudita de vida libertina para la época, se constituyó en auténtica ‘Minerva del Norte Europeo’, que logró despertar tanto la admiración como el mayor rechazo y aun desprecio.
La reina Cristina de Suecia y la monarquía ‘ilustrada’ en el XVII
Cristina de Suecia, apodada ‘la reina ambulante’, llevó una azacaneada vida y repleta de escándalos. Erudita de vida libertina para la época, se constituyó en auténtica ‘Minerva del Norte Europeo’, que logró despertar tanto la admiración como el mayor rechazo y aun desprecio. Cuando su padre fallece durante la guerra denominada ‘de los Treinta Años’, Cristina es una niña de seis años y es designada reina así como princesa heredera del reino de Suecia. Con seguro acento y determinación expresa: “Decídmelo todo con exactitud y dejad en mis manos todo lo demás”.
A esa temprana edad ya conocía ocho idiomas, mantenía debates en lengua latina y, al cabo de algunos años, escribía carteándose con ilustres y sabios personajes de su tiempo. Nacida en 1626, Cristina de Suecia vivió hasta 1689, recorriendo casi por completo el siglo XVII. Su madre, al quedar libre de su esposo, huye con su amante, de modo que la niña no entiende ni tampoco perdona; grita, amenaza, escupe. Ella no era capaz de asumir la idea de que su propia progenitora no compartiese con su hija aquel secreto. Y así estudia, ávidamente se imbuye de conocimientos y viaja por el intelecto de la escritura. Esquivando en la medida de lo posible aquellas intrigas palaciegas, consigue firmar ‘la paz de Westfalia’, aunque no faltan quienes la reprochan por el excesivo gasto de dinero. Alcanzada la mayoría de edad, su máxima apetencia es lograr el estado de paz en toda Europa. Ya en el poder, suspende torneos al igual que juegos violentos y competitivos. En Suecia se inicia por entonces la controversia científica, las elegantes veladas musicales y las tertulias intelectuales. Compra libros raros y costosos, invitando asimismo a filósofos a su corte.
Con el filósofo francés René Descartes intercambia pliegos epistolares, mientras comparte pensamientos, interroga, incluso disiente y discute. Descartes –el pensador del ‘racionalismo’ por antonomasia– acepta su invitación para visitarla en Suecia: ella se enamora de sus teorías y planteamientos filosóficos, y de él mismo. En Estocolmo, sin embargo, el hielo y la nieve vencen al débil cuerpo de René Descartes. La reina Cristina nada puede hacer por salvar su vida ni tampoco rendirse a la tristeza. En la corte quieren obligarla a casarse, a dar a luz vástagos y herederos de la Corona nórdica. Enérgicamente rechaza tal proposición. Ni siquiera por la memoria de su padre, ni por nada.
Así, pues, a los veintiséis años, Cristina abdica del trono, nombrándose nuevo rey a su primo alemán Carlos Gustavo. “No tener que obedecer a nadie”, llega a escribir en alguna circunstancia, “es dicha mayor que mandar en toda la tierra”. Y comienza a viajar sin solución de continuidad –Roma o París, España o Nápoles o Hamburgo– en compañía de una corte de, cuando menos, setenta hombres que, si se terciare, serían capaces de transformarse en soldados. Mantiene una tierna amistad con Ninón de Lenclos. Es célebre –rememoremos la histórica y clásica versión cinematográfica– por haberse hospedado en magníficos palacios y vestirse de hombre. Con pasión se enamoró tanto de caballeros como de hermosas damas. “Erudita libertina”, Cristina fue biografiada por Verena von der Hieden en La reina enigmática y por Teresa Moure en Hierba mora. Símbolo de una monarquía ilustrada, recordemos las páginas de La agenda de las mujeres. Solteras, Instituto de la Mujer, Madrid, 2009.