Opinión

El prestigio nacional (190 años de la Colectividad Española en Chile)

Mi amigo, Jorge Zúñiga Rodríguez, español-sefaradí y chileno de afección y arraigo, hombre cultísimo, de esos que saben y no presumen, me ha entregado interesantes revelaciones, a propósito del prestigio nacional, ese cambiante atributo del honor humano que va mudando de piel, como las cobras, al paso irremediable de la circunstancia histórica, y que ha llevado a no pocos enfrentamientos entre pueblos, aun entre aquellos que tienen
El prestigio nacional (190 años de la Colectividad Española en Chile)
Mi amigo, Jorge Zúñiga Rodríguez, español-sefaradí y chileno de afección y arraigo, hombre cultísimo, de esos que saben y no presumen, me ha entregado interesantes revelaciones, a propósito del prestigio nacional, ese cambiante atributo del honor humano que va mudando de piel, como las cobras, al paso irremediable de la circunstancia histórica, y que ha llevado a no pocos enfrentamientos entre pueblos, aun entre aquellos que tienen comunes raíces étnicas, a pesar de que los nombres de sus respectivos dioses sean diferentes…
Ser francés, por ejemplo, a fines de 1940, constituía casi un oprobio, después de la vergonzosa derrota ante la blitzkrieg nazi y la consecuente ocupación teutona de la bella Lutecia; ser español en los duros tiempos de la posguerra incivil española no significaba, para muchos de los hijos y nietos de la patria del Cid y de Unamuno exiliados por el mundo, un pasaporte de orgullo identitario; ser chileno en Europa, en la negra era de Pinochet, era motivo de feroz escarnio, aunque Zamorano convirtiera los mejores goles del Real Madrid... Dejemos hasta aquí los símiles enojosos.
España es hoy próspero país, estado-nación de la renovada Europa –claro, prosperidad según los moldes de aguda inequidad social que provoca el capitalismo salvaje– y tierra de promisión a la que muchos sudamericanos quieren acogerse, sea como ciudadanos con pasaporte hispano o como inmigrantes forzosos y clandestinos. Ya no arriban los barcos a Buenos Aires o Valparaíso cargados de españoles que buscaban el pan y el cobijo al otro lado del océano; ahora los aviones y las pateras buscan la península para depositar su carga de desheredados y buscavidas de pelo negro y tez moruna… Y no es lo mismo descender en Barajas con una libretita de identidad ‘sudaca’ que con un estrellado pasaporte de la Unión Europea…
Preámbulo éste quizá no tan inoficioso, si es para transmitirte mejor, paciente amigo que esto lees, lo que me contara Jorge Zúñiga, a propósito de la conformación de nuestra “identidad nacional” chilena, que va a conmemorar, el 2010, dos siglos de vida independiente (bueno, más o menos independiente, según el cristal con que miremos al imperialismo de turno…). Dice mi amigo:
“El pasado martes 3 de junio de 2008 se cumplieron ciento noventa años de existencia de la Colectividad Española en Chile. Hasta esa fecha los nacidos en el territorio eran considerados españoles, como consta en la partida de bautismo del padre de la patria Don Bernardo O´Higgins Riquelme –hijo de un funcionario de la corona y de una doncella criolla desflorada por el fogoso irlandés-hispano– documento de filiación conservado en la parroquia de San Agustín de Talca, ciudad criollísima del centro-sur de Chile”.
“El triunfo del Ejército de los Andes en las batallas de Chacabuco y Maipú y la posterior designación del propio Don Bernardo como Director Supremo, permitieron a éste promulgar un decreto en que ordenaba que ‘...en toda clase de informaciones judiciales, sean por vía de pruebas en causas criminales, de limpieza de sangre, en proclama de casamientos, en las partidas de bautismo, confirmaciones, matrimonios y entierros, en lugar de la cláusula español natural de tal parte, que hasta hoy se ha usado, se sustituya por la de chileno natural de tal parte”.
“El documento, que inauguraba la nacionalidad chilena, inexistente hasta el momento, y declaraba extranjeros a los peninsulares residentes, fue despachado a todos los párrocos y otros funcionarios que fungían como ministros civiles, y publicado el 20 del mismo mes en la Gaceta Ministerial de Chile con la siguiente instrucción: ‘...teniendo todo entendido que su infracción dará una idea de poca adhesión al sistema de la América y ser un suficiente mérito para formar un juicio infamatorio sobre la conducta política del desobediente para aplicarle las penas a que se hiciere digno’. A la firma del Director Supremo se agregaba la del Ministro de Relaciones Exteriores, Don Antonio José de Irrisari, hijo de españoles (vascos, para mayor abundamiento)”.
“Esta situación no impidió que muchos españoles colaboraran en cargos de alta responsabilidad en el gobierno de O´Higgins y en los posteriores, hasta el reconocimiento de la independencia por España el 24 de abril de 1844”.
“En febrero de 1847 se formalizaron las relaciones diplomáticas entre los gobiernos español y chileno, con los nombramientos de Don Salvador María de Tavira y Acosta como Encargado de Negocios de España, y el de Don José María Sessé Prieto, de Chile”.
“La primera institución de la colectividad hispana fue la Sociedad Española de Beneficencia de Santiago, fundada el 15 de septiembre de 1854, a la que siguió la de Valparaíso, el 21 de junio de 1861”.
“Todo este proceso se interrumpió brevemente al declarar Chile la guerra a España, por causas surgidas en el Perú, el 24 de septiembre de 1865, y se reanudan las relaciones diplomáticas y de intercambio el 11 de abril de 1871, con la firma del Armisticio entre Santiago y Madrid”.
Es decir, amable lector, que por un rotundo decreto surgido, de una parte, en virtud del resentimiento de ser “hijo natural”, y de otra, tal vez por la potente ideología francmasónica, hija de los presupuestos ideológicos de la Revolución Francesa, asumida como credo teórico y de acción indiscutible por todos los “padres de la patria” hispanoamericanos, un individuo dejaba el rótulo de antigua y secular nacionalidad para adherirse a un invento jurídico de recientísima data… Ni qué decir de los sentimientos antimonárquicos y antiaristocráticos del buen don Bernardo (¡qué diría hoy, en pleno siglo XXI, cuando tenemos Rey –mal que nos pese a los republicanos de corazón– e idioma común –¡ay! con demasiados anglicismos– para más de cuatrocientos millones de hispanohablantes!).
Me agrada cada vez más el dicho de mi padre, a medida que lo traigo a la memoria: “Si yo no fuera español, sería gallego; si no fuera gallego, no sería nada”… Opto pues, como Basilio Losada, por la “patria pequeña y dulce, sin otra bandera que el follaje mecido por el viento”…
En todo caso, no me ha valido retrucarle a Jorge que la primera “colectividad española” de Chile habría sido integrada –qué duda cabe– por don Pedro de Valdivia, doña Inés de Suárez, don Rodrigo de Quiroga, don Francisco de Aguirre, don Francisco de Villagra… y los cuarenta primeros hijos del imperio castellano que arribaron al Último Reino, para quedarse y fundar otra patria, a comienzos de aquel remoto año de gracia de 1541. Desde entonces, vaivenes más, vaivenes menos, hemos querido ser “auténticos” españoles o hemos recusado, ácidamente, tal categoría. Pero, más allá de intenciones, resentimientos e identificación entusiasta, las huellas de España están por todas partes, sobre todo en esta lengua que nos sirve de comunicación, elogio, incordio o medio creativo para las artes de la palabra. Ya nos mostró algo de esto, Jorge Zúñiga, en brillante conferencia proferida en la biblioteca de Estadio Español, en Santiago de Chile. Y esperamos contribuir al conocimiento de nuevos ámbitos de esta influencia enraizada, prosapia y herencia viva, con sus pro y sus contra, en nuestra estirpe chileno-hispana del austro, quizá la más hispana de cuantas se fundaran por la cruz, la espada y la gramática… Si tienen dudas, lean a nuestros grandes poetas, sobre todo a los más iconoclastas.
Gracias, amigo Zúñiga Rodríguez, porque este diálogo recién comienza…


Fuentes bibliográficas:
-Documentación publicada por el Instituto O´Higginiano de Chile
-Bibliografía obtenida en la Biblioteca Antonio de Lebrija, de Estadio Español de Las Condes, Santiago de Chile.