Opinión

Una política del silencio

No es fácil reflexionar en estos tiempos. En verdad tal vez nunca fue fácil reflexionar. Han dividido aguas. Se miente, se roba, se levantan banderas de irracionalidad, de ortodoxia. Se tergiversa. Se habla de héroes que son ladrones, de gobiernos populistas que lo enturbian todo. Hay rencor, venganza, hipocresía. Es tan grosero que no se ve, que no se quiere ver. La experiencia política es también percepción de la perdida.
Una política del silencio
No es fácil reflexionar en estos tiempos. En verdad tal vez nunca fue fácil reflexionar. Han dividido aguas. Se miente, se roba, se levantan banderas de irracionalidad, de ortodoxia. Se tergiversa. Se habla de héroes que son ladrones, de gobiernos populistas que lo enturbian todo. Hay rencor, venganza, hipocresía. Es tan grosero que no se ve, que no se quiere ver. La experiencia política es también percepción de la perdida.
Tomando como referencia la creación de la Primera Internacional, el anarquismo superó con activa beligerancia más de cien años en la búsqueda de una real transformación social, en la creación de un socialismo humanista y antiautoritario.
Para acercarse al pensamiento libertario una de las premisas –tal vez la única– es la de prescindir de dogmas. Quien lo haga tendrá la oportunidad de poseer otra mirada, otro rumbo. Se aparta así del absurdo de las instituciones que supuestamente alcanzan la justicia y la libertad imponiendo o aceptando servidumbre.
El anarquismo no tiene ídolos ni mártires ni banderas. No cree en el mesianismo ni en el revolucionarismo estentóreo. No tiene patria ni dioses. El anarquismo no necesita de monumentos ni placas ni mausoleos. Carece de cementerios, de avenidas, de identificaciones populistas. Tampoco son falsificadores del socialismo, inescrupulosos militantes del pueblo. El anarquismo siempre levantó banderas de rebeldía frente a la sociedad del privilegio y del poder estatal. El anarquismo habla de transformaciones morales y materiales. Combate el mito y el culto del poder.
Si no entendemos al menos estos conceptos es difícil comprender la vida de uno de los hombres éticos y solidarios que ofrendó el pensamiento ácrata. Simón Radowitzky es un símbolo al que no siempre se lo interpretó. Se acercaron a su ideal o a su vida muchos que en verdad eran liberticidas u oportunistas. El anarquismo, y Radowitzky en particular, jamás hizo apología de la bomba o del crimen. En su vida desechó el egoísmo, el capitalismo que se encarna en la vida social. En su trayectoria está la lucha de los hombres libres e iguales, la armonía de los intereses, no en la discrepancia de los intereses. (Del otro lado la Belle Epoque que exhibe una fachada aparentemente inobjetable: funciona en términos decorativos.) Comprender su vida y su acción en un contexto preciso es fundamental. De lo contrario nos equivocaremos.
Radowitzky fue condenado, tenía dieciocho años, a reclusión perpetua por ejecutar con una bomba al jefe de policía Ramón L. Falcón, responsable de una represión sangrienta en 1909. Luego de veintiún años de prisión fue indultado y luchó en el frente de Aragón –28 División de Gregorio Jover– junto a republicanos y anarquistas en la Guerra Civil Española. Logró ser liberado del famoso campo de Saint Ciprien. Murió en México, de un ataque al corazón a los sesenta y cinco años. Trabajaba en una fábrica de juguetes.
Para los anarquistas –conocí a varios que combatieron junto a él– es una de las figuras más sustanciales del movimiento social libertario. “Quienes lo conocieron, afirma Jacinto Cimazo, admiraron su infinita bondad de alma, su sensibilidad ante la menor injusticia, su responsabilidad para las cosas de la vida y de la militancia. El mismo contó después la reacción que produjo en él la matanza de Plaza Lorea, punto de arranque del episodio que habría de conmover pocos meses después a la opinión pública dentro y fuera del país. Decidido a cualquier sacrificio para hacer oír su protesta, preparó y realizó solo, absolutamente solo, el atentado contra el jefe de policía, el coronel Falcón”.
Pero hay algo más que a veces se olvida mencionar. La campaña por su libertad es una de las páginas más trascendentes, por su solidaridad y su pasión, del proletariado argentino. Ese proletariado señaló a Simón Radowitzky como su vengador y abanderado. Una simbología que se identifica con el fervor y la justicia.
El idealismo de Radowitzky no es el de la violencia. Hay que subrayarlo. Su vida, su accionar, su forma de ser, estaba lejos de la militarización de la conciencia. Esto lo escuché en todos los viejos libertarios en la década del setenta. Ellos hablaban de la dignidad, la entrega, la abnegación, la búsqueda abierta y amplia en cada acción. Jamás reivindicaron un crimen, jamás actuaron con sentido militar. Una acción de este tipo era siempre una acción individual. Eso diferenciaba y era ejemplo en Radowitzky. Reitero, lo subrayaban con el ceño fruncido, mirando a los ojos con firmeza, sin dudas.
El socialismo libertario se ha caracterizado siempre –especialmente en el movimiento obrero– por su gran combatividad, por su negación irreductible a las instituciones opresoras, por el espíritu de rebeldía que ha sabido inculcar a los oprimidos. Esa combatividad y esa rebeldía fueron la consecuencia del enorme contraste existente entre la iniquidad del orden establecido y la concepción armónica y libertaria preconizada por los anarquistas. Esta posición no responde a una visión de profetas o místicos. La negación anarquista del privilegio económico y del privilegio político –por lo tanto negación del capitalismo y del Estado– tiene sus fuentes en una filosofía dinámica, crítica y contestataria. Es importante recordar que Nicolas Walter señalaba en los años sesenta que “la experiencia de la historia sugiere que las revoluciones no están garantizadas por la violencia, por el contrario, cuanto más violencia, menos revolución”.
Existió a fines del siglo XIX y comienzos del XX un espíritu dominante en el movimiento que plasmó la mentalidad de muchas generaciones. Era el de un optimismo extremado, algo parecido al dogmatismo que llegaba a plantear “el todo o nada”. Se pensaba que cualquier descontento popular podía provocar el advenimiento de la revolución social. Y con ella la solución de los problemas.
Este es el contexto en el cual debemos leer la historia de Simón Radowitzky, un ser humano noble, puro, solidario.