Opinión

D. Pantaleón Rivarola y el poema heroico de 1807

“El general Crawford se niega y los patriotas comienzan a batir las torres del convento de Santo Domingo con los cañones del Fuerte de Buenos Aires. Persuadido por Pampillo de la inutilidad de la resistencia, Crawford entrega su sable al capitán gallego D. Bernardo Pampillo, de la 7ª de Fusileros del Tercio de Gallegos, quien lo conduce a salvo hasta el Fuerte, donde se concreta la claudicación total.
D. Pantaleón Rivarola y el poema heroico de 1807
“El general Crawford se niega y los patriotas comienzan a batir las torres del convento de Santo Domingo con los cañones del Fuerte de Buenos Aires. Persuadido por Pampillo de la inutilidad de la resistencia, Crawford entrega su sable al capitán gallego D. Bernardo Pampillo, de la 7ª de Fusileros del Tercio de Gallegos, quien lo conduce a salvo hasta el Fuerte, donde se concreta la claudicación total. Buenos Aires nuevamente era salvada por su pueblo, con los patricios y gallegos a la cabeza. Esta parte de América seguiría llevando con orgullo su mote de ‘Hispana”. Así describe Horacio Guillermo Vázquez –bonaerense, nacido en 1964 y graduado como oficial de la Marina Mercante Argentina en la Escuela Nacional de Naútica– en su estudio titulado Héroes del Tercio de Gallegos, Excma. Diputación Provincial, Pontevedra, 2003.
Fue, como resultado de tales valerosas acciones, cuando el Rey otorgó a D. Pedro Antonio Cerviño el grado de teniente coronel de los Ejércitos de España. Ordenó, empero, el cierre de la Escuela de Naútica. Conservamos un ‘romancillo’ compuesto por D. Pantaleón Rivarola, el cual emocionadamente nos testimonia aquel coraje demostrado por el Tercio de Gallegos a lo largo de esas épicas jornadas, y que comienza así: “Por las calles de la plaza/ del Retiro en cuyo centro/ está la plaza de toros/ y en uno de sus extremos/ el parque de artillería/ con el cuartel de artilleros/ entraron por todas ellas/ como dos y quinientos/ de la mejor tropa inglesa/ escogidos al efecto./ De los nuestros sólo había/ por todos como seiscientos/ a saber de Real marina/ cincuenta sobre trescientos,/ de los patricios ochenta;/ peones, criados y artilleros/ treinta y dos granaderos/ con su bravo capitán,/ gloria y honor de su Cuerpo/ D. Jacobo Adrián Varela,/ a cuyo valiente esfuerzo,/ constancia y disposición/ se debió morir los menos”.
El texto alusivo a este extenso poema narrativo heroico así se puede leer: “La gloriosa defensa de la ciudad de Buenos Aires, Capital del Virreynato del Río de la Plata. Verificada del 2 al 5 de julio de 1807. Brevemente delineada en verso suelto, con notas. Por un fiel vasallo de S.M. y amante de la patria. Quien lo dedica al Sr. D. Santiago Liniers y Bremond, Brigadier de la R. Armada, Gobernador y Capitán General de estas Provincias y General del Ejército Patriótico de la misma Capital. Con superior permiso: Buenos Aires. En la Real Imprenta de los Niños Expósitos. Año de 1807”. Evoquemos cómo en mayo de 1808 el pueblo español se alza en armas contra las tropas napoleónicas y en Buenos Aires –en nombre de S.M. el Rey D. Fernando VII–, aún sensible ante la prueba de poder y soberanía popular, se acrecentó el ímpetu por sacar al héroe de la reconquista y defensa de la ciudad, el virrey Liniers, a fin de formar una junta de gobierno similar a las constituidas en la península.
“Liniers era recelado por el ‘partido español’, tanto por origen francés, como por su nutrida correspondencia con Napoleón, luego de la victoria de Buenos Aires”, señala el ensayista y marino Horacio Guillermo Vázquez. En verdad que las relaciones que durante esa época sostuvo Liniers con el marqués de Sassenay, enviado por el emperador para tantear el que la “Reina del Plata” se convirtiese en una nueva “joya” de su ilimitada e insaciable corona.