Opinión

No deberías leer ni pensar ni soñar

La gente cree en cosas burdas, en la mentira grosera, en el engaño obseno. Siempre fue así. De lo contrario el hombre sería otra cosa. Pan y circo, bombo y choripán. Padrecito Stalin o Caudillo por la Gracia de Dios. Tercermundismo con caudillos impensables o reyezuelos impresentables.

No deberías leer ni pensar ni soñar

La gente cree en cosas burdas, en la mentira grosera, en el engaño obseno. Siempre fue así. De lo contrario el hombre sería otra cosa. Pan y circo, bombo y choripán. Padrecito Stalin o Caudillo por la Gracia de Dios. Tercermundismo con caudillos impensables o reyezuelos impresentables. De allí las multitudes, la ebriedad del líder, la mirada ciega de los pueblos, las guerras, los discursos políticos. La historia de la humanidad está llena de sangre, de tiranos, de genocidios. Y de multitudes o intelectuales que aplauden, ríen, victorean. Y luego los relatos, el bronce, el robo, el saqueo. Y volver a empezar.
El hombre que lee está siempre solo. El hombre que lee no es fácil de manipular. Es un ser asocial, un mal consumidor. La lectura lo hace eterno, lo hace fantasioso. El Estado busca la conciencia colectiva, la arbitrariedad encarnada en el pueblo. Y la conciencia colectiva no existe desde el punto de vista ontológico. Es difícil hacer entender a políticos, sociólogos o intelectuales que ninguna multitud existe orgánicamente, que incluye a todos y a cada uno de los individuos. Allí suele aparecer el aparato del miedo, la propaganda, la masificación. Ahí se confunde la noción de pueblo con la de masa. Criticar lo que se dice desde el poder resulta perverso, resulta aquello que no está autorizado. La minoría constituye el antipueblo, la escoria, la traición. El hombre que lee está siempre solo.
Sistemáticamente nos van llevando a la supresión de la multiplicidad, de la variedad. El Poder perseguirá al pluralismo político, a la libertad de pensamiento y se meterá en nuestras vidas, en los aspectos íntimos de la vida cotidiana. Necesita destruir todo lo que no sea él. Y habrá intelectuales que apoyarán estas ideas aún cuando vayan contra sus formas de sentir. Dirán: “A los otros les falta sensibilidad popular. Los otros no aman al pueblo. Los otros son elitistas”. Hablarán de valores inefables, de esencias populares o populistas. Se necesita una sociedad igualitaria donde el poder responde a las masas.
Y la masa está ligada al opresor. Es claro, es histórico, es hegeliano. No se ve, desde hace siglos que no se ve. Surge el entusiasmo y el fanatismo por las insignias, por los emblemas, por las banderas. Surgen los gritos a coro. Y altares, simbologías, mistificaciones. No creen en el sometimiento ni le interesa que se les abra los ojos. Prefieren el engaño, la mentira. Prefieren la veneración a la crítica. Detestan que les adviertan, que les tiren ídolos, que les señalen la corrupción, la hipocresía, la vulgaridad del mito. A la masificación nada le pertenece, pero prefiere vivir así, y luego, engañarse con otra cosa. El engaño siempre es un consuelo para la gente. El hombre que lee está siempre solo. Y a veces, para no estarlo busca la adhesión de la masa. Se desintegra en una insignia, en un coro, en un rinoceronte.
Uno se convierte en una aguafiestas, en un ser peligroso. En “el enemigo del pueblo”. Mientras tanto los otros con los ojos en blanco, al cielo. Hay muchos ejemplos para señalar la hipocresía, el crimen. En el país sobran, en cada provincia, en cada civilización. Daremos dos emblemáticos. Uno: la Guerra Civil Española. Según el historiador Javier Rodrigo, del Instituto Universitario Europeo de Florencia, en España funcionaron 104 campos, por los cuales pasaron, entre 1936 y 1939, entre 370.000 y 400.000 personas. Muchas de las cuales “murieron por las malas condiciones higiénicas y alimentarias”. El sistema de campos funcionó como tal hasta 1942, pero en colonias penitenciarias y batallones hasta bien entrada la década del ‘50. Según registros últimos de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, integrada por familiares de las víctimas, hay al menos 700 fosas comunes en el territorio español y, aproximadamente, 30.000 personas fueron desaparecidas o ejecutadas extrajudicialmente. Recordemos: Guerra Civil desde 1936 hasta 1939. Muerte del dictador Francisco Franco, 1975. Según distintas organizaciones hay aún un océano de información por explorar. A esto hay que agregar el “éxodo” masivo de unos 50.000 menores de edad a Francia, Reino Unido, Bélgica, Rusia y países de Latinoamérica. Muchos regresaron pero los ‘niños de la guerra’ quedaron en las fauces del estalinismo.
El otro ejemplo más cercano lo tenemos en Irak. Hace unos años afirmó el experto en bibliotecas y consultor de la UNESCO, Fernando Báez: “Es un error frecuente atribuir las destrucciones de libros a hombres ignorantes, inconscientes de su odio. Cuanto más culto es un pueblo o un hombre, más dispuesto está a eliminar libros bajo la presión de mitos apocalípticos”. No está de más mencionar que el célebre Nabokov quemó El Quijote en el Memorial Hall, ante más de 600 alumnos.
Durante el saqueo del Museo Arqueológico de Bagdad, en 2003, se perdieron 15.000 objetos que siguen desaparecidos. Se quemaron aproximadamente 1.000.000 de libros y 10.000.000 documentos de la Biblioteca Nacional. “Como si fuera poco –continúa Báez– sobrevino el pillaje de los asentamientos arqueológicos, lo que se mantiene todavía”. En todo esto un dato significativo: Alaska inició una matanza de 320.000 focas menores de tres años. “Cuando doy comida a los pobres, me llaman “santo”. Cuando pregunto por qué no tienen comida, me llaman “comunista”. Eso lo dijo hace mucho tiempo Helder Cámara. Lectura para Francisco I y los nuevos vientos.
Espero que una sociedad tome conciencia del disparate, de las incongruencias, de la ilegalidad del pensamiento burocrático. Acumulamos corrupción, perversidad, atriles, hipocresía oficial, odios y divisiones. Y más. Como señaló Unamuno: “Y yo quiero pelear mi pelea, sin cuidarme de la victoria..., porque esa lucha es mi aliento y es mi consuelo”.