Opinión

Nietos chilenos de Chaguazoso

En este Xacobeo 2010, cuatro nietos de Chaguazoso cumplieron el anhelo de conocer Galicia, desde el remoto Chile, a través del programa de Campamentos de Verano, durante la segunda quincena de Julio. Iniciaron su postulación a pocos días del terrible terremoto que asoló el centro-sur del largo país sudamericano.
Nietos chilenos de Chaguazoso
En este Xacobeo 2010, cuatro nietos de Chaguazoso cumplieron el anhelo de conocer Galicia, desde el remoto Chile, a través del programa de Campamentos de Verano, durante la segunda quincena de Julio. Iniciaron su postulación a pocos días del terrible terremoto que asoló el centro-sur del largo país sudamericano. Fue para ellos como acudir a un respiro al otro lado del mar, a esa ilusión viva que la tierra de los ancestros regala a la morriña, entendida como virtual herencia genética, al igual que la vieja saudade portuguesa. “Del cataclismo a la esperanza”, parecen decir estos muchachos alegres y vivaces:
Catalina Yáñez Cifuentes, nieta de Joaquina Rodríguez y Cástor Cifuentes; de Enrique Yáñez y Encarnación Cifuentes. Su hermano, Pablo Yáñez Cifuentes. Junto a Francisca Gorrini Cifuentes, también nieta de Cástor y Encarnación, por la rama materna; y a Juan Manuel Domínguez Cifuentes, nieto de Manuel Domínguez Diéguez y de María Soledad Alcoholado Guridi, por la rama paterna, y de Cástor y Encarnación, por la materna.
De esa aldea del sur de Ourense, cercana a La Mezquita, frontera con el norte de Portugal, provino la última cadena migratoria del siglo XX desde Galicia, entre los años 1948 y 1955. Predominan los apellidos Cifuentes y Yáñez; Domínguez y Diéguez; entre estos hijos de la emigración que plantaron sus raíces en los confines del Sur; en menor proporción, Barja, Rodríguez, Pérez, Seoane… La historiadora chilena, María de las Nieves Sánchez Espinoza, nieta de castellanos, publicó, en 1995, su ensayo histórico y etnográfico, ‘Chaguazoso, una aldea gallega en ultramar’, donde escribe: “Chaguazoso, su nombre ya resulta sugerente, distinto… Mucho más aún cuando se descubre que de este pequeño pueblo, escondido en alguna montaña de Ourense, proviene gran parte de la actual población gallega residente en Chile. Rompe esquemas saber que de esta aldea de campesinos, que hoy no alberga más de ciento cincuenta habitantes, da origen en Chile a una colectividad que actualmente supera las mil personas. Y, sin duda, parece insólito que este grupo de labradores y aldeanos, inexpertos y sin educación, (unos trescientos en total) decidieran cambiar su destino, viajar a este país del fin del mundo, afianzarse y convertirse, casi sin excepción, en exitosos hombres de empresa con significativa presencia en la economía y en la sociedad chilena de este siglo”.
El cronista que esto escribe se declara amigo de José Domínguez y Gloria Cifuentes, a cuya empresa, Sabropan, concurre cada mañana, para cumplir ese curioso y acendrado rito chileno-español de adquirir el pan tibio y crujiente que sale de los hornos con aroma inconfundible; recuerda el verso del poeta Efraín Barquero, hijo de madre panadera: “Las manos no amasaban el pan/ recogían algo más hondo y más secreto…”. Son los padres de Juan Manuel. Allí comparte también con los Domínguez Diéguez y con las bellas mujeres del clan, todos orgullosos de sus ancestros galaicos.
Una tarde del frío agosto austral, compartí una grata velada en casa de los Domínguez Cifuentes, ocasión en que entrevisté a los jóvenes viajeros, recién llegados del periplo de los Campamentos de Verano, con ese inconfundible regusto que deja el primer acercamiento a la Terra Nai, mezcla de nostalgia y anhelo de regresar. Así se los expresé: “Muchachos, ya estáis escindidos para siempre entre dos morriñas; aquí, añoraréis Galicia; allá, recordaréis esta tierra de volcanes y terremotos; es como vivir entre dos amores”.
Catalina habla de su experiencia, destacando que compartió, en el albergue de Lugo, con brasileños, argentinos (sobre todo), peruanos y un estadounidense; un contacto enriquecedor que se complicaba, a veces, en el esfuerzo por descifrar ciertos códigos del lenguaje juvenil que cada uno de nuestros países hispanoamericanos posee; ni qué decir con los jóvenes gallegos, especialmente los monitores. Juan Manuel y Pablo comparten estos juicios, y agregan sus entusiasmadas visiones de Santiago de Compostela, Vigo y Ourense, lamentando no haber tenido tiempo ni ocasión para allegarse a Chaguazoso, el lugar sagrado, la lareira desde donde se esparció el fuego fundacional a tierra chilena.
Francisca pondera la exquisitez y abundancia de la comida, que por momentos le hizo recordar la incomparable empanada gallega que cocina su abuela, los domingos. Destaca la particular amabilidad de los gallegos, tanto entre monitores como paisanos de la calle, que no trepidaban en dar una indicación oportuna o en guiar a los jóvenes forasteros. Habla del suave y dulce paisaje gallego, de sus múltiples verdores, de la belleza de los innumerables pueblos y aldeas donde canta la piedra bajo la caricia de la lluvia.
Los cuatro coinciden en aportar sugerencias para mejorar el funcionamiento de este maravilloso programa de la Secretaría Xeral de Emigración, tales como: entrega de mayor información previa, desde Chile; contacto más expedito a partir de la llegada de los jóvenes a Madrid… Catalina dice que “le daba lata ser la más grande de su grupo”; esto, porque inició la postulación cuando aún tenía diecisiete años y con dieciocho cumplidos integró el grupo de los menores… Cosas del calendario, le digo, y ríe con su bella risa generosa… Les pregunto a ellas si se enamoraron durante la estancia; responden, seguras y rotundas, que no… Ellos, Juan Manuel y Pablo, ríen su complicidad masculina, y no niegan ni afirman, pero coinciden en lo atractivas que son las mozas gallegas… Me preguntan si pueden volver el próximo año, si es factible postular al programa de trabajos voluntarios. Sólo añoran regresar a la patria de Rosalía.   
Los cuatro opinan que hubiera sido positivo establecer más contacto con jóvenes gallegos, intercambiar con ellos vivencias, conocer, a través de ellos, la vieja y renovada lengua de los ancestros… Les hablo entonces de los cursos que organiza, cada verano, el ILGA (Instituto de Lengua Gallega de la Universidad de Santiago de Compostela), y les ofrezco ayudarles en la postulación, siempre y cuando se matriculen en el curso que imparto, por libre, en la Fundación Francisco de Moure, en Santiago de Chile… Mientras me dicen que “lo pensarán”, sus madres se muestran entusiastas de participar en el aprendizaje básico que impartiré a partir de la última semana de agosto.
Al final de la breve entrevista, sólo tienen palabras de agradecimiento para los organizadores del Programa de Campamentos Juveniles, y para este escriba que sólo asume el mérito de su entusiasmo y amor por todo lo que se relacione con Galicia, esa Patria heredada desde la tierra que canta y sueña, para siempre, en nosotros, hijos de la diáspora y miembros de su memoria universal.