Opinión

Ni burkas ni capirotes

Ahora empezamos a asumir, muy poco a poco, que en un bar lleno de humo, el no fumador está haciendo un esfuerzo de tolerancia que no se le había reconocido. Fíjese cómo se delata la ideología: los conservadores quisieron, hace 60 años, prohibir el fumeteo que exportaban los ‘viciosos’ de Hollywood, y ahora son ellos mismos los que quieren seguir echando el humo a la cara de los demás.
Ahora empezamos a asumir, muy poco a poco, que en un bar lleno de humo, el no fumador está haciendo un esfuerzo de tolerancia que no se le había reconocido. Fíjese cómo se delata la ideología: los conservadores quisieron, hace 60 años, prohibir el fumeteo que exportaban los ‘viciosos’ de Hollywood, y ahora son ellos mismos los que quieren seguir echando el humo a la cara de los demás. Del mismo modo, pasarán diez o cien años, pero algún día se reconocerá que en la España juancarlista, el que no es republicano no puede dejar de ser franquista, porque está asumiendo su herencia. Pasarán diez o cien años, pero algún día se impondrá la Razón y estarán en el mismo bote los burkas, los capirotes de Semana Santa, los hábitos de las monjas y los velos, y el ciudadano que salga a la calle y se tope con una procesión de capirotes tendrá la misma sensación de distancia intelectual que si se encontrara en La Meca, alrededor de la Kaaba, o en el Muro de las Lamentaciones. Para el espacio colectivo laico en el que tenemos que convivir, todo formará parte de supersticiones y doctrinas fantásticas, todas ellas en el mismo plano de lo estrictamente privado y autofinanciado, y comprobaremos que ninguna de ellas era tan necesaria para sobrevivir, ni siquiera para ser más felices. Y nos asombraremos de que el Estado nos haya obligado a pagar los sueldos de curas y los capirotes católicos de una, sólo una, de esas extrañas organizaciones.