Opinión

Mujer gallega con hijo

Estimado lector: este escrito pertenece a mi libro ‘Retratos’ (Buenos Aires, 2008). Es un homenaje a una mujer ejemplar, a una mujer íntegra, a una mujer llena de vitalidad. Una mujer que admiré por su trasparencia y su bondad. Creo que es importante que usted evoque su mirada, sobre todo en estas horas de asco y decadencia.
Estimado lector: este escrito pertenece a mi libro ‘Retratos’ (Buenos Aires, 2008). Es un homenaje a una mujer ejemplar, a una mujer íntegra, a una mujer llena de vitalidad. Una mujer que admiré por su trasparencia y su bondad. Creo que es importante que usted evoque su mirada, sobre todo en estas horas de asco y decadencia.
 
Estuvimos sentados juntos en la confitería La Alameda, en Avenida de Mayo. Un grupo de amigos le celebrábamos los ochenta y ocho años que Luis Alberto Quesada había cumplido hacía unos días. Quesada fue el comisario de pueblo más joven de la República. Con dieciseis años tuvo mando de tropa, combatió junto a los maquis, combatió en la línea Maginot. Luego de diecisiete años en cárceles franquistas llegó con su esposa y su hijo a Buenos Aires. Siempre fue un ser generoso, amplio. Me presentó a Antonio Gades, a Rafael Alberti, a Raimón, a Paco Ibáñez, a Felipe González, a Ernesto Bianco…
Por momentos se pierde. “Vosotros sois mis amigos”, repite feliz. Y lee poemas. Junto a él viejos republicanos. Actores, militantes, admiradores. Es sábado, 25 de agosto de 2007. En una mesa está Rogelio Matarán. Me llama. Hace unos quince días murió Micaela, su compañera de toda la vida. Me siento frente a él y me muestra un libro que acaba de publicarse en Andalucía, sobre los maestros asesinados en Sevilla. Me señala una foto en la que están su padre y su hermano mayor, de diecinueve años. Los fusilaron a ambos. Lo habían ido a buscar a su padre y el hijo lo acompañó. “Por primera vez se publica esto, es una documentación importante”, me indica en voz baja este hombre de ochenta y cinco años. Se emociona. Pongo su mano izquierda entre las mías y lo miro. La sociedad es doble, tiene sus caras que salen a la superficie. Pero están. Cuando afloran producen hechos trágicos.
Regreso a mi mesa. Quesada sigue leyendo sus poemas. Lo escuchamos con respeto, en silencio. Es un homenaje a su vida. Otro homenaje, hasta el fin, me digo. Estoy sentado al lado de una mujer que admiro y quiero. La conocí hace muchos años en la Federación de Sociedades Gallegas. Estuve junto a ella en marchas, en homenajes, en cenas. Tiene ojos verdes, profundos. En ella hay drama, belleza oculta, integridad. Tiene setenta y siete años, nació en Cedeira.
En 1952 emigró con su marido y su hijo de cinco meses. Me habla de su actual situación, de su escepticismo y de su continuidad en la lucha. Ahora acompaña a los familiares asesinados por el “gatillo fácil”. Sigue manteniendo su relación con las Madres del Uruguay. Se sonríe siempre, habla con voz cristaliza, con voz dulce. En sus ojos verdes siento la tristeza, la energía, el viento de los otros. No sabe odiar. “El odio destruye a las personas que defendemos”. Siente un profundo desprecio visceral por los asesinos, por el sistema hipócrita. Sabe del horror, de la impotencia. En la visita que hizo hace unos meses al cuartel de Campo de Mayo volvió a recuperar las lágrimas.
Su hijo, Antonio Adolfo Díaz López, nació en el barrio Canido, en Ferrol, el 5 de febrero de 1952. Era fotógrafo, tenía veintiséis años cuando lo secuestraron junto a su mujer Stella Maris Riganti, enfermera. Hacía cinco meses que se habían casado. Los secuestraron el 15 de junio de 1976, a las once y media de la noche. “La última vez que vieron a mi hijo con vida fue entrando por la puerta número 4 en el cuartel de Campo de Mayo”.
Vivimos una época de terror. En cada ciudad, en cada barrio, en cada manzana había constantes razias. Buscaban material subversivo en casas, en departamentos. Buscaban direcciones, datos, publicaciones, libros. Se robaban sábanas, discos, radios, niños. Se violaron mujeres. Se escucharon disparos en la noche, persecuciones, gritos. Durante la madrugada o a pleno sol. Se sumaba el miedo: el nombre en una agenda, en un papel. Existió otra relación con el tiempo, con los vecinos, con las urgencias. La muerte como ejemplo, como escarmiento. Los militares eran los dueños de nuestras vidas. Y junto con ellos sacerdotes, empresarios, sindicalistas, delatores improvisados. Y junto a ellos la indiferencia de una sociedad. Le confesé, después de muchos años, a un amigo en España: “La libertad es algo que les interesa a pocos”.
Se llama Dionisia López Amada, a galega da zona norte. Vive en Tigre. Le gusta escuchar a Luar na lubre. Vino a la Argentina pues allá pensaban que podía llegar otra guerra. Aquí la esperaba un tío. “Había un campo de concentración en na praia en Cedeira”. Comienza a trabajar de modista en una fábrica textil de Tigre. Se define como una madre anárquica. Le hablo de Simone Weil, de Rosa de Luxemburgo. “El odio paraliza, enferma. Lo que hay que buscar son caminos para la acción”. Se sonríe, da alegría. No quiere ni quiso nunca protagonismos, no se mueve por intereses. Se considera una enferma de la guerra. Es lúcida, analiza la situación política y social con claridad intelectual. Su tono cambia, se hace más directo, más decisivo. “Mi hijo y mi nuera pertenecían al Partido Revolucionario de los Trabajadores. A mi hijo se lo llevaron porque hacía trabajo social en una villa miseria. Tenía ideas de izquierda pero nunca estuvo en la guerrilla”.
Me parece que la conozco de toda la vida. Fue fundadora y ex presidente de la Comisión de Familiares de Desaparecidos en Argentina. Después del secuestro de su hijo comenzó a fumar. La veo con energía, con ansiedad. “¿Cómo se puede elaborar un duelo? No puedes enterrar porque no lo viste muerto”. La abrazo con ternura, la miro una vez más. El reiterativo tic de su cabeza es otra cicatriz. Para recordarlo, en marzo de 2006, plantó un árbol. “Tengo la vida hecha y deshecha”. Arrastraron familias, padres, hermanos. Hubo suicidios. En la ESMA a una chica le cortaron la lengua. Nunca recibió un certificado de defunción por la desaparición de su hijo. Antes iba todos los jueves a la ronda de Plaza de Mayo. Hace un año que dejó de ir. No quiere hablar pero comprendo su silencio. Ve más allá que el resto.
“El odio no te deja pensar ni razonar ni amar. Quiero darles mucho amor a mis nietos y a mi bisnieto”. Hablamos de la situación social actual. De la guerra de Irán, del incendio forestal en Grecia, de la pobreza e iniquidad de nuestro país. Hablamos del socialismo en el mundo, de la degradación. “Todo populismo es un populismo hegemónico”, le digo. Miramos los rostros de Luis Alberto Quesada, de Rogelio Matarán, de Nélida Baigorria, de la actriz Livia Fernán, del anticuario José Luis Blanco de Andrés, de la pintora Elena Lopardo, de Elena Marqués, de Trini y Fina, del doctor Zamorano, de la bailarina Graciela Ríos Sanz, de Onofre Lovero…
¿Qué mundo es el más importante? ¿El que vivimos a través del arte, de la identidad cósmica del hombre, el que está dentro de mí? En verdad tenemos cientos de mundos. Recuerdo una cita de Simone Weil: “Cada ser humano ruega por dentro ser leído de otro modo”. Cuando Dionisia devuelve su imagen dignificada, el otro se siente apoyado, aprende a sentir más alto, a pensar desde el temblor del espíritu, a crecer desde la complejidad, desde la emoción, desde una potencia simbólica. Conocerla es ahondar la armonía, las tensiones, la obsesión por el destino o el azar del ser humano.
 
A la nana, niño mío,
a la nanita y haremos
en el campo una chocita
y en ella nos meteremos.
 
La miro una vez más antes de levantarme. El cumpleaños de Luis Alberto llega a su fin. El instinto de libertad no puede ser reprimido. Es lento el desarrollo  de la conciencia, pero, a veces, aquello que se consideraba utópico, el coraje y la lucha confrontan contra el Estado obteniendo expresiones temerarias, demostrando que el sistema va a estallar por algún lado. En el fondo la gente sabe que algo diferente debe brotar. Al salir vemos pobres diablos durmiendo en la calle, chicos jugando entre cartones y basura, bolsas negras abiertas. Lúmpenes que buscan comida. La mentira de los discursos oficiales sigue triunfando en una sociedad indiferente, egoísta, imbecilizada. En pocos meses más se votará. Sin techo, sin tierra, sin trabajo. Ni salud ni alimentación. Sin paz ni justicia. Nunca deixou de falar galego. “Lo recuerdo con ternura, con angustia, pero jamás con odio”.
 
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