Opinión

Muérete y verás

Por Ramón Suárez Picallo29 de diciembre del 49“Muérete y verás”Días pasados se anunció la muerte de un ilustre abogado europeo, famoso por las defensas que hizo en los más sonados procesos de su país.
Por Ramón Suárez Picallo
29 de diciembre del 49
“Muérete y verás”

Días pasados se anunció la muerte de un ilustre abogado europeo, famoso por las defensas que hizo en los más sonados procesos de su país. La noticia era falsa, pero las prensas del mundo imprimieron sobre su vida y milagros, copiosas informaciones de sucesos, anécdotas y aventuras que jamás habían ocurrido. El “interesado” leyó todas crónicas necrológicas que le fueron dedicadas, y sobre las cuales hizo el siguiente comentario:
“Es una experiencia interesante. Cuando uno exhala el alma, todos le descubren talentos y bondades. Yo nunca me vi tan agasajado en vida como ahora que estoy muerto”.
Nosotros fuimos parte en dos casos parecidos. Tuvimos que hacer, en el término de pocas horas, por orden del director del diario donde trabajábamos, la crónica necrológica de dos personajes españoles, ninguno de los cuatro había fallecido. Uno era el aviador Ramón Franco, dado oficialmente por muerto por el Gobierno español, pocas horas antes de que el portaaviones inglés ‘Eagle’ lo recogiese, vivito y coleando, en las proximidades de las Islas Azores. El otro era un poeta popular y humorista madrileño, Luis de Tapia, cuyas ‘Coplas del domingo’, en el ‘Diario la Libertad’, eran la nota más graciosa y destacada del simpático diario liberal español. Éste último aparecía, en la noticia cablegráfica, como suicidado en un famoso hotel de Lisboa, por no tener  dinero para pagar la cuenta. Más tarde se supo que el suicida lisboeta era, como el español, poeta y humorista y tenía su mismo nombre y apellido, y lo mismo que el español, tan rico de ingenio y pobre en dinero. Unos años después, en julio de 1931, nos encontramos reunidos en Madrid, en torno a una mesa del bufet del Congreso de los Diputados, el periodista necrófilo y los dos “muertos” que aún seguían viviendo, y que éramos, además, los tres diputados de la República.
El periodista guardaba, por pura curiosidad, los recortes de sus “necrologías” –escritas en Buenos Aires– y se les mostró a los “muertos” que él había matado con todos los honores. El aviador del ‘Plus Ultra’ (1), tan valiente como supersticioso, puso mala cara a los elogios que allí se le hacían, considerándolos de muy mal agüero. En cambio, el poeta periodista se rió de buena gana, se guardó el recorte y compuso al día siguiente unas coplas preciosas, tituladas: “Muérete, y verás lo que vales”.

Teatro chileno
El gran actor nacional chileno Alejandro Flores, rodeado de un conjunto de artistas de primerísima calidad, está realizando en el Teatro Municipal de Santiago un generoso, decidido y definitivo intento para resucitar el noble Arte dramático, que otrora tuviera en esta ciudad un público numeroso, devoto, agudo y cultísimo, que era estimado como por un entendido por los más grandes comediantes del mundo.
El alto propósito artístico y cultural del gran actor es secundado, con su generosidad habitual, por don Renato Salvattí, uno de los pioneros más desinteresados que aún quedan en América, sirviendo al Arte por el Arte mismo, con ahínco y devoción conmovedora. Porque, hay que decirlo sin ambages, el señor Salvatti hizo posible con su finura espiritual que el Primer Teatro de Chile ofreciese, en los últimos tiempos, espectáculos de la máxima jerarquía artística, muy difíciles de ofrecer hoy en cualquier otra ciudad de Sudamérica, habida cuenta de su escaso rendimiento económico. Y si algún día se escribe la historia del Arte Teatral en Chile, en todas sus manifestaciones –la Musical, la Coreográfica y la Dramática– ocupará en ella lugar destacadísimo el nombre de don Renato Salvatti.
Y ahora, a lo que íbamos. Si el público santiaguino desaprovecha esta oportunidad para levantar y exaltar el nivel de su arte escénico, ya puede renunciar, quién sabe por cuanto tiempo, a ver espectáculos teatrales decentes, ofrecidos por artistas suyos, que hicieron de su profesión un culto y del Teatro una religión.
Bien está el respeto al cinematógrafo. Está menos bien el que se le rinde a los grupos, ruidosos, dislocados y tontos, que hacen novedad pseudo artística en boites, cabarets y otros entretenimientos nocturnos. Pero debe estar, por sobre todo eso, un país que se enorgullece de sus poetas, de sus escritores y de sus comediógrafos y comediantes, el Teatro, en el que florecieron los más altos ingenios del idioma, del pensamiento y de la fe y que fuera otrora el máximo recreo espiritual de los estamentos más cultos de la sociedad chilena.

(1) Ramón Franco Bahamonde realizó la travesía del Atlántico Sur, en el hidroavión ‘Plus Ultra’, en 1926, llegando al puerto de Buenos Aires. (N. del E.)